viernes, 21 de diciembre de 2012

Pintura barroca española. Periodización

Comunión de Santa Teresade Juan Martín Cabezalero (1633 - 1673)
Museo Lázaro Galdiano, Madrid - Fuente
La historia se escribe en compartimentos compactos que hacen más comprensible su desarrollo. No es más que un recurso académico que pretende hacer abarcable la evolución histórica de la humanidad sin que por ello podamos obviar el carácter indivisible de su desarrollo cultural. Lo mismo sucede en el terreno artístico, donde la práctica profesional consiste en las periodizaciones de aspectos tan inabarcables como la creación estética. De un modo simple y global, es frecuente distinguir un arte moderno dentro del cual se pueden diferenciar las formas renacentistas de las barrocas. Así, en nuestro país, deslumbrados por las glorias del siglo XVII, el siglo de Oro por excelencia de nuestra cultura, los historiadores del arte han procurado establecer unos límites impermeables que delimitan la creación artística del periodo en la precisión del desarrollo cronológico secular. La pintura barroca comenzaría un año de 1600 para darse por concluida exactamente cien años después. Más cuando en 1700 se da en los reinos hispánicos el cambio dinástico que tanta trascendencia, en todos los ámbitos, habría de tener en vida española.


Adoración de los pastores, 1611 - 13
Juan Bautista Maíno
Museo del Prado, Madrid - Fuente
Esos límites tan precisos no son más que meras apreciaciones inexactas de la realidad pictórica española del XVII. Ya lo apuntaba Jonathan Brown (La edad de oro de la pintura española, 1990) cuando entendía la pintura barroca dentro de un contexto más amplio que habría que retraer hasta la segunda mitad del siglo XV o, especialmente, con la actividad de mecenazgo de Felipe II (1556 – 1598); o cuando Alfonso Pérez Sánchez (Pintura barroca en España, 1600 – 1750, 2000) insiste en las prolongaciones de las formas barrocas más allá de 1700, a pesar de la entrada de los Borbones en la corte de Madrid. La estética se mantuvo, más en los centros de producción regionales, donde una clientela en exceso conservadora, eclesial, seguía aferrada a las antiguos maneras.

Todos los especialistas, haciendo hincapié en la limitación difusa del periodo, distinguen dos momentos de especial importancia en la estética pictórica barroca española. En la definición de estos periodos es de crucial importancia entender las aportaciones foráneas a los reinos ibéricos.

Siempre se asimila la pintura barroca española con un realismo descarnado. Un realismo que debería ser matizado, como hace Joaquín Yarza Luaces, al entenderlo como una aproximación de hacer sensible lo espiritual y viceversa, otorgando un carácter dual a los postulados exigidos por la clientela religiosa.

Normalmente se asimila el realismo tenebrista que domina la primera mitad del siglo XVII con las influencias caravaggistas llegadas desde Italia, especialmente a través de la obra de Ribera en Nápoles. Sin embargo, Pérez Sánchez o Brown, entre otros, insisten en tratar de encontrar ese naturalismo tenebrista en la propia esencia estética española, tan del gusto de los realismos descarnados. Esa preferencia se vería recompensada por la presencia de artistas italianos llamados para participar en la faraónica obra escurialense de Felipe II. A partir del monasterio de El Escorial, los principios del peculiar modo pictórico italiano de finales del XVI serían asimilados por los pintores españoles desarrollando ese peculiar naturalismo tenebrista que muchos han pretendido tan ibérico.

Sagrada Familia, segunda mitad del siglo XVII
Claudio Coello
Museo de Bellas Artes de Budapest - Fuente
A mediados de siglo, coincidiendo con la subida al trono de Felipe IV (1621 - 1665), y especialmente con la construcción del palacio del Buen Retiro (a partir de 1630), nuevas corrientes marcarán el devenir artístico. En este caso predomina un barroco, triunfal, que llega desde Flandes y, en particular, a partir de las obras de Rubens, pintor especialmente apreciado por el rey español y por algunos miembros entendidos de su Corte más próxima. Los pintores españoles, especialmente los relacionados con los ambientes cortesanos, pudieron admirar este nuevo barroco glorioso, pleno, teatral y lleno de colorido y movimiento que festeja una Iglesia católica triunfante. Con el ocaso del siglo, este barroco exultante de origen flamenco se ve enriquecido con la llegada de pintores italianos, fresquistas en concreto (Mitelli y Colonna, más tarde Luca Giordano) que no hacen más que ahondar en esa idea victoriosa del barroco pictórico.

Entendiendo la permeabilidad de unos límites prácticamente imposibles de establecer dependiendo de maestros, regiones y clientes, estas formas estilísticas se extenderían hasta bien mediado el siglo XVIII. Y sólo serían superadas tras la implantación de las academias que debían regir los destinos artísticos del país.

Luis Pérez Armiño

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