sábado, 11 de mayo de 2013

Días de ira



 


Puede que hoy ya nadie quiera vivir tiempos míticos en los que creer en lo imposible era una simple ilusión que aletargaba los sentidos. Quizás los héroes ya no sean tan necesarios y su tiempo quede reservado para viejas y amarillentas crónicas sólo aptas para mentes entendidas, preclaras y, sobre todo, ociosas. Los viejos ideales se han emborronado y el paso de los años ha desleído sus principios y dogmas.

Después de años y años de humillante y aceptado sometimiento, una ligera brisa se ha despertado. Y desde el mar el aire fresco despereza cuerpos anquilosados y demasiado tiempo adormilados, entumecidos por excesivos placeres que se sabían pasajeros y efímeros. Los vestigios del paraíso se asemejan a los terribles restos de un campo de batalla, plagado de heridos sanguinolentos, jirones de carne putrefacta y cuerpos mutilados que agonizan entre angustiosos alaridos que suplican un último auxilio. Y a través de los hilos del humo de las brasas aún candentes de tantas guerras siempre perdidas, los buitres carroñeros se baten en retirada atemorizados por un ligero cántico que se oye en la lejanía.

Poco a poco, sin embargo, el rumor incrementa su agresividad y se convierte en algarabía y ensordecedor estruendo. Los gritos cada vez más roncos acompañan a los tambores y las chirimías en una marcha sin destino conocido pero que partió hace demasiado tiempo. Al cielo ondean los pendones y los banderines de colores, y las vistas se levantan con la esperanza de encontrar el roce amable y cálido del sol.

Sin embargo, entre las sombras se asoman las aves de mal agüero. El gesto impasible ante el dolor ajeno, a la espera de la orden asesina, atentos al olor de la sangre fresca, sedientos de ira insana. Plantan sus hormonados y acorazados cuerpos ante la boca de la cueva, protegiendo a sus señores, los mismos que decidieron que el infierno se haría en la tierra hasta el fin de los días para saciar sus ansias de poder y devorar los restos corruptos de las víctimas sacrificadas en su nombre.

Luis Pérez Armiño
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario