sábado, 7 de junio de 2014

Un pequeño inciso generacional


Con el permiso del Sr. Redneck.


La historia es una disciplina de largo recorrido que no suele realizar juicios aventurados sin unos criterios que otorguen cierta fiabilidad a sus enunciados. Al menos, esa es la teoría; la historia debería escribirse en base a unos supuestos de objetividad no siempre tenidos en cuenta. España es un país sabio que conoce perfectamente cómo tergiversar los fines últimos de cualquier circunstancia histórica. En España, la historia se malea una y otra vez a conveniencia del interesado y de acuerdo a las circunstancias del momento. Es una historia eventual teñida de juicios apriorísticos plenos de falsedades.


La historia reciente recurre, más que cualquier otro periodo histórico, a estos pequeños pecados o licencias como parte efectiva de su discurso. Se miente de forma intencionada y con un objetivo preciso: en orden a un determinado fin o tendencia; o si se prefiere, bajo la premisa de someter unos supuestos dictados plenos de razón a unos intereses casi siempre de índole económica.


Es evidente la inutilidad de tratar de desentrañar ciclos o estructuras históricas en acontecimientos que tienen la actualidad precisa de una tirada de periódico. Sin embargo, a simple vista, es posible observar un cierto cambio de tendencia. Algo está sucediendo, algo flota en el ambiente y parece que se respiran nuevos aires. Más difícil es precisar en qué consisten esos aromas tan novedosos.


España ha entrado en pleno siglo XXI con una rapidez prodigiosa, en apenas medio mes. Es la grandeza de un país capaz de los logros más sublimes y de las bajezas más viles. Hace ya años de aquella mirada asombrada del mundo a un grupo de jóvenes que decidió gritar un contundente basta ya cuando, agotados, decidieron hacer suyas las plazas y demás foros públicos. Todo el maquiavélico juego de palabrerías huecas que habían llenado nuestra supuesta democracia contemporánea se tambaleó ante el grito sincero de una juventud que reclamaba su lugar. El movimiento indignado se convirtió entonces en la única muestra de dignidad de una España sometida a unos poderes corruptos y enfermizos que solo habían sido capaces de traer una falsa crisis que escondía una indecente redistribución de la riqueza llamada a perpetuar las desigualdades y la injusticia.


La madurez de un proyecto, considerado por muchos analistas y los habituales voceros de los medios de comunicación españoles, como inmaduro y pataleta infantil, alcanzó la solidez de una iniciativa novedosa que ha irrumpido con una fuerza desbordante, y sobre todo renovadora, en el panorama electoral. El reciente triunfo de la iniciativa ciudadana Podemos en las últimas elecciones europeas ha puesto nerviosa a una casta oxidada y anquilosada, acostumbrada durante décadas a nadar en su propio inmundicia. De forma directamente proporcional al miedo que ha hecho tambalearse a un sistema político desfasado y mediocre como el español, entre el pueblo ha surgido un cierto rayo de esperanza y, sobre todo, de ilusión. Existe una conciencia general de que sí es posible cambiar las cosas y que ese más que necesario cambio solo puede tener un único protagonista: los ciudadanos.


Y cuando la voz de los ciudadanos decide hablar, las élites tiemblan y se llenan de miedo irracional. Los periodistas a servicio de sus amos han cargado las tintas, casi siempre de forma irracional y desesperada, contra todo un sentimiento que solo pretende ejercer una democracia de verdad y olvidar esta pantomima democrática convertida en un juego de dos que no es más que el monstruo degenerado heredero de una dictadura. Esa casta, nerviosa y desorientada, apela a la corrupción y a un sistema despótico y abusivo como única alternativa a un supuesto régimen de caos y desorden apocalíptico. Se recurre a un miedo atávico que pretende enfrentar, de nuevo, dos Españas ya desterradas de las que ellos mismos son los únicos representantes.


Hoy los ciudadanos no pretenden recrear dialécticas obsoletas; hoy los ciudadanos solo reclaman la validez y la madurez de sus decisiones, que su voz sea tenida en cuenta y, sobre todo, respetada. Solo quieren recordar que el enemigo se esconde en un ridículo uno por ciento que acapara de forma cruel y despótica el poder y la riqueza, al amparo y bajo la protección de nuestro sistema político, el actual, que todavía pretende perpetuar fórmulas por la gracia divina a base de estrategias que apenas disimulan la realidad de un sistema autoritario encubierto bajo una normalidad constitucional ya caduca.

Luis Pérez Armiño


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