Lenny Williams tenía
asignado un puesto en la cadena de montaje en el turno de tarde. Acudía
puntual a su puesto, todos los días de la semana, a las tres de la
tarde. Incluso, era frecuente que se presentase en la cantina de la
fábrica una hora antes, incluso dos; le gustaba comer con sus compañeros
y se ahorraba tener que cocinar. Llevaba en Pooltron City los
suficientes años como para haber tomado el pulso a la ciudad. Venía de
un pequeño pueblo de la costa al sur de la ciudad con la intención de
buscar algo de fortuna. En su haber, un currículum reducido y limitado,
algún puesto de peón en barcos faeneros de poco calado y muchas horas
dedicadas a actividades de las que no debía quedar constancia.
Lenny
era de estatura normal; su rostro no ofrecía ningún rasgo distintivo.
Su uniforme azul, siempre impoluto y debidamente planchado. Todos los
compañeros envidiaban a Lenny; no comprendían cómo era capaz de mantener
el mono de trabajo como si fuese nuevo, perfectamente limpio y con un
azul resplandeciente.
Unos ojos grises muy vivos y el
pelo pelirrojo alborotado, apagado por los años de estancia en el mismo
centro de la ciudad. Se cuidaba su caballera con una obsesión maniaca.
Por eso, cada vez que se incorporaba a su puesto se cubría la cabeza con
un gran pañuelo blanco para evitar que se le ensuciase. Algún mechón
lograba escapar y se asomaba por su frente. Su piel, antes morena
gracias al mar y el salitre, se estaba apagando poco a poco en la
oscuridad de Public Felt Paper Co.
Todos sus compañeros
le recordaban por una sonrisa perenne y contagiosa, desde que entraba en
la fábrica hasta que se iba. Bromeaba y hablaba con cualquier persona
que quisiera escucharle con el mayor desparpajo posible de un joven que
acaba de descubrir las luces, y los vicios, de la ciudad.
Pam
Barnes trabajaba en el turno de mañana en la cadena de embalaje. Su
uniforme verde indicaba su puesto en la compañía. Llevaba muy pocos años
en Public Felt Paper Co. Un conocido de un familiar de un vecino le
consiguió una entrevista con los responsables de recursos humanos de la
compañía. Public Felt Paper Co. necesitaba nueva carnaza en sus cadenas.
Ella se presentó sin demasiadas esperanzas. No creía que fuese a ser
seleccionada. Demasiada formación y mucha experiencia en los más
variados ámbitos laborales eran mal vistas por los responsables de
selección de las grandes empresas. Desde muy joven, Pam fue capaz de
compaginar estudios y trabajo. Con esfuerzo, un buen título
universitario y un currículum abultado deberían abrirle las puertas de
las mejores compañías de la ciudad. Nunca fue así.
Una lluviosa mañana cruzó el umbral de Public Felt Paper Co. Era un
día gris, Pam se acomoda al paso silencioso y cansino de la masa humana
que entraba a trabajar en el cambio de turno. Pam solo recuerda de aquel
fatídico día el fondo gris.
Pam era una mujer joven,
alta y muy delgada. Su cuerpo era bonito, con unas formas marcadas pero
sin estridencias. Se movía con soltura y elegancia. Se recogía el pelo
en una larga melena para poder trabajar cómodamente. Tenía unas manos
muy largas, de dedos interminables y finos. En su frente se habían
quedado marcada para siempre una preocupación profunda y oculta. En sus
ojos marrones existía un pequeño poso de amargura indescifrable
enmarcada por unas ojeras perennes. Era una mujer frágil e irresistible,
llena de encanto.
De vez en cuando, rodeada de
compañeras, en la cantina, en los vestuarios o en su puesto, Pam dejaba
escapar una sonrisa tímida ante algún comentario de sus colegas.
Entonces, su rostro blanco irradiaba una misteriosa luz, su boca roja se
ensanchaba de forma prodigiosa dejando ver la dentadura blanca y sus
ojos se convertían en dos magníficas llamas negras resplandecientes
llenas de vida.
Lenny apuraba el último trago de su cerveza en la cantina de la
fábrica. Estaba prohibido beber en horas de trabajo, asunto que no
inquietaba lo más mínimo al joven. Algo llamó su atención al fondo de la
sala. Allí estaba Pam con un grupo de compañeras hablando y riendo de
forma animada. Desde ese día, Lenny nunca más pudo apartar la vista de
Pam.
Luis Pérez Armiño
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