La muerte es un espectáculo.
Todos sabemos que algún
día protagonizaremos ese espectáculo. Asunto diferente es saber cómo
actuaremos el día que nos reclamen. Algunos se esconden y se tapan los
ojos; no quieren ser testigos de su propia realidad. Otros prefieren
adoptar una valentía impostada llena de falsedad; nadie puede permanecer
inmutable a la idea de un infinito absoluto que asoma por la esquina.
Pero muchos otros prefieren resignarse y aceptar un destino inevitable.
Todos nos convertiremos en actores y deberemos recitar nuestro último texto.
All
That Jazz y Bob Fosse me reconciliaron con la idea de la muerte. El día
que me toque espero hacerlo con mi traje lleno de lentejuelas
brillantes, acompañado de un musculado cuerpo de baile y con una
coreografía pegadiza. Lo único cierto es que la vida es un juego. Y
cuando acaba, empieza la realidad. Y la única realidad que existe es la
muerte (Bob Fosse dixit). Será entonces cuando entonemos nuestro adiós a
la vida, a la felicidad y al amor para dar la bienvenida al vacío y a
la soledad.
Siendo asunto tan vulgar y mundano, es
difícil comprender la pasión y la expectación que genera. La presencia
en las cercanías de un cadáver se convierte en reclamo inmediato para
nuestro regocijo más morboso. La presencia de un cuerpo arrojado en la
calle, un simple despojo desprovisto de vida y valor, provoca la
aglomeración ingente de curiosos y entrometidos que desean contemplar la
misma cara de la muerte. Quizás, el hecho de saber que nosotros algún
día ocuparemos ese lugar y seremos el centro de atención de todas las
miradas sea un aliciente excitante e indiscreto que nos impide cerrar
los ojos ante la vista grotesca y deformada de la carne muerta.
Entre
la repugnancia y la admiración de la vida culminada, del final previsto
pero inesperado. Existe una atracción enfermiza. En una especie de
macabro ritual. Los hombres necesitamos contemplar con nuestros propios
ojos al amigo fallecido y al enemigo muerto. Sólo con su presencia
palpable y cercana somos capaces de dar por finalizado un luto y una
fase vital.
Los cadáveres siempre desaparecen en Public
Felt Paper Co. Los actos con los muertos se resumen en una buena mordaza
y los preparativos mínimos para asegurar la comodidad en el transporte
del cuerpo hasta su lugar de descanso eterno. La única norma impuesta
insiste en la necesaria visita del director de la compañía en su
delegación regional que deberá levantar el cadáver. Es una de las tareas
encomendadas al Sr. Redneck que cumple con mayor agrado. Cuando es
solicitada su presencia ante la aparición de un muerto los sentimientos
se arremolinan en el pecho de James. La curiosidad, la excitación,
cierta repugnancia y una buena dosis de aprehensión. Todos los muertos
son diferentes y ofrecen espectáculos diversos, algunos llenos de
belleza y otros de inmundicia. Realizada la visita al cuerpo, los
operarios seleccionados deben encargarse de la desaparición de los
restos mortales. La fábrica dispone de un colector de tamaño descomunal. La fabricación
de cartón exige unas cantidades de agua ingentes que posteriormente son
desechadas. Ese colector suele convertirse en el último escenario de los
muertos en Public Felt Paper Co.
El último fallecimiento
en la delegación regional se correspondía con una muchacha joven que,
se supone, debió de ser bonita. James fue inmediatamente avisado del
hallazgo. Al parecer se trataba de una de las trabajadoras del sector de
ensamblaje. El cuerpo descansaba convertido en un amasijo de sangre y
carne golpeada y mancillada. James llegó a aquella sala de atmósfera
irrespirable. Observó el cuerpo mutilado y ultrajado de la mujer. Con un
gesto misterioso y unos pasos solemnes y meditados, se agachó sobre lo
que se suponía que era la cabeza de la chica y dijo a su oído:
–Lo mejor de todo es que no tendrás que mentirme nunca más.
Luis Pérez Armiño
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