sábado, 10 de mayo de 2014

Últimas voluntades o es de bien nacido ser agradecido

La muerte es un espectáculo.

Todos sabemos que algún día protagonizaremos ese espectáculo. Asunto diferente es saber cómo actuaremos el día que nos reclamen. Algunos se esconden y se tapan los ojos; no quieren ser testigos de su propia realidad. Otros prefieren adoptar una valentía impostada llena de falsedad; nadie puede permanecer inmutable a la idea de un infinito absoluto que asoma por la esquina. Pero muchos otros prefieren resignarse y aceptar un destino inevitable.

Todos nos convertiremos en actores y deberemos recitar nuestro último texto.

All That Jazz y Bob Fosse me reconciliaron con la idea de la muerte. El día que me toque espero hacerlo con mi traje lleno de lentejuelas brillantes, acompañado de un musculado cuerpo de baile y con una coreografía pegadiza. Lo único cierto es que la vida es un juego. Y cuando acaba, empieza la realidad. Y la única realidad que existe es la muerte (Bob Fosse dixit). Será entonces cuando entonemos nuestro adiós a la vida, a la felicidad y al amor para dar la bienvenida al vacío y a la soledad.

Siendo asunto tan vulgar y mundano, es difícil comprender la pasión y la expectación que genera. La presencia en las cercanías de un cadáver se convierte en reclamo inmediato para nuestro regocijo más morboso. La presencia de un cuerpo arrojado en la calle, un simple despojo desprovisto de vida y valor, provoca la aglomeración ingente de curiosos y entrometidos que desean contemplar la misma cara de la muerte. Quizás, el hecho de saber que nosotros algún día ocuparemos ese lugar y seremos el centro de atención de todas las miradas sea un aliciente excitante e indiscreto que nos impide cerrar los ojos ante la vista grotesca y deformada de la carne muerta.

Entre la repugnancia y la admiración de la vida culminada, del final previsto pero inesperado. Existe una atracción enfermiza. En una especie de macabro ritual. Los hombres necesitamos contemplar con nuestros propios ojos al amigo fallecido y al enemigo muerto. Sólo con su presencia palpable y cercana somos capaces de dar por finalizado un luto y una fase vital.

Los cadáveres siempre desaparecen en Public Felt Paper Co. Los actos con los muertos se resumen en una buena mordaza y los preparativos mínimos para asegurar la comodidad en el transporte del cuerpo hasta su lugar de descanso eterno. La única norma impuesta insiste en la necesaria visita del director de la compañía en su delegación regional que deberá levantar el cadáver. Es una de las tareas encomendadas al Sr. Redneck que cumple con mayor agrado. Cuando es solicitada su presencia ante la aparición de un muerto los sentimientos se arremolinan en el pecho de James. La curiosidad, la excitación, cierta repugnancia y una buena dosis de aprehensión. Todos los muertos son diferentes y ofrecen espectáculos diversos, algunos llenos de belleza y otros de inmundicia. Realizada la visita al cuerpo, los operarios seleccionados deben encargarse de la desaparición de los restos mortales. La fábrica dispone de un colector de tamaño descomunal. La fabricación de cartón exige unas cantidades de agua ingentes que posteriormente son desechadas. Ese colector suele convertirse en el último escenario de los muertos en Public Felt Paper Co.

El último fallecimiento en la delegación regional se correspondía con una muchacha joven que, se supone, debió de ser bonita. James fue inmediatamente avisado del hallazgo. Al parecer se trataba de una de las trabajadoras del sector de ensamblaje. El cuerpo descansaba convertido en un amasijo de sangre y carne golpeada y mancillada. James llegó a aquella sala de atmósfera irrespirable. Observó el cuerpo mutilado y ultrajado de la mujer. Con un gesto misterioso y unos pasos solemnes y meditados, se agachó sobre lo que se suponía que era la cabeza de la chica y dijo a su oído:

–Lo mejor de todo es que no tendrás que mentirme nunca más.

Luis Pérez Armiño 

No hay comentarios:

Publicar un comentario