jueves, 30 de agosto de 2012

En el proceso de transformación radical del arte, en la materia escultórica, la figura de Chillida, junto a

El Peine del Viento, de Chillida (1977), en San Sebastián
Fotografía: erwin brevis - Fuente
otros artistas tanto del panorama nacional como internacional, se convierte en protagonista indiscutible de la segunda mitad del siglo XX. Fue el escultor de todas las materias, de todas las técnicas, experimentador absoluto que siempre trataba de ahondar en aquellos ámbitos que desconocía obviando los que ya le resultaban sabidos y, por lo tanto, sin la consistencia necesaria para merecer replanteamientos o nuevas revisiones. Su obra transformó de forma indiscutible en una marcha sin retorno la escultura contemporánea, partiendo de las bases más clásicas hasta llegar a la esencia misma de la técnica como método tridimensional de apropiación de vacío y del espacio, elementos estos indispensables e indisolubles en su producción. Tras diez años desde su desaparición, su legado navega entre los vaivenes de las crisis financieras y los despropósitos administrativos y burocráticos.
 
Museo Chillida Leku, Hernani, Guipúzcoa
Fotografía: Torpe - Fuente
Una de las principales notas que pueden definir la obra de Chillida es su apropiación del espacio como materia prima a manipular formando parte intrínseca del complejo escultórico. Esta forma de proceder, de acuerdo con Valeriano Bozal, repercute de manera total en la concepción de la obra por parte del espectador, de tal suerte que la escultura no se plantea para ser vista sino para estar en ella. El espacio se ve transformado por su misma presencia convirtiéndose en el “espacio de la escultura”. Aspecto fundamental considerando la enorme importancia que el entorno tiene para el artista donostiarra, siempre atento a la integración perfecta de los elementos fundamentales que componen la escultura: la obra, su espacio y su entorno. En todo ese complejo, tan innovador y radical, su inspiración parte de unos orígenes que beben directamente de la tradición vasca. Chillida era un apasionado de su tierra pero entendiendo siempre la necesidad imperiosa de la universalidad como fin supremo.
 
Un breve repaso a la biografía de Chillida (1924 – 2002) nos refiere una carrera de frustraciones puntuales pero significativas. Los comienzos deportivos, como guardameta de la Real Sociedad, se truncaron por una desafortunada lesión de rodilla que apartó a Chillida del campo de juego y le llevó a estudiar arquitectura en Madrid. En 1947 abandona sus estudios y dibuja en el Círculo de Bellas Artes madrileño hasta que, al año siguiente, se traslada a París donde comienza su producción escultórica.
Museo Chillida Leku, Hernani, Guipúzcoa
Fotografía: Jonny Hunter - Fuente
 
A partir de ese momento, su producción rebasa todas las formas y figuraciones posibles y ahonda en la materia misma, inspirándose en las propias formas y en la tradición de su tierra, para obtener piezas en las que el dominio del vacío y de la escala es fundamental y que le valdrían una carrera llena de reconocimientos y galardones. Chillida, con clara vocación pública, no concebía su obra para forma parte del reducido círculo de obras de arte atesoradas por cualquier coleccionista. Pretendía desvincular sus esculturas de ese aspecto elitista que suele acompañar a la creación estética prefiriendo abogar por el carácter público de su estatuaria, de grandes dimensiones y de gran monumentalidad, presente en muchas de las principales capitales de todo el mundo.
 
Sin embargo, si aquellas frustraciones inician una feliz y reveladora carrera artística, el final de su vida se encontró de lleno con dos proyectos malogrados. Su museo, el Chillida Leku de Hernani, abierto a finales de septiembre de 2000. Tras más de ochocientos mil visitantes, el museo cerraba sus puertas al público en enero de 2011. Según el hijo del escultor, Luis Chillida, el cierre se debe al “déficit recurrente que padece este museo que se ha visto agravada por la crisis económica” (El País, edición digital del 1 de diciembre de 2010). Su otro encontronazo, este en vida, vendría de la mano de su faraónico proyecto de la montaña de Tindaya, en la isla de Fuerteventura. Chillida había planteado un grandilocuente homenaje a Jorge Guillén mediante la apertura en el interior de esta montaña de un cubo de cincuenta por cincuenta metros que debería convertirse en homenaje a la tolerancia y a la igualdad. Él mismo declararía en una entrevista a La Revista de El Mundo, “…un gran espacio donde nos sintamos más pequeños de lo que nos creemos y más iguales los unos a los otros, un lugar de tolerancia maravilloso”. De nuevo, la crisis, los políticos, la administración, reticencias ecologistas, la burocracia… todo en contra de un proyecto hoy en día olvidado en algún cajón. El genio ahogado por la inoperancia del necio e incompetente de turno.
 

Luis Pérez Armiño

martes, 28 de agosto de 2012

La política de la gorgona


En una semana será realidad la subida de impuestos, y no sé cuántas llevan ya. Eso sí, en campaña se cansaron de prometer que no iba a haber subidas de impuestos. Promesa populista la que hicieron, que no cumplieron, y justifican el oprobio con la herencia del anterior Gobierno. ¡Vamos, no se lo creen ni ellos! Si al llegar al poder no sabían cómo estaban las cuentas reales del Estado por lo menos se lo tenían que imaginar. O estaban muy desenfocados de la realidad española o tenían claro que la promesa de no subir los impuestos tenía fecha de caducidad, 20 de noviembre del 2011. De todas formas no está de más recordar al Gobierno que la primera piedra de este edificio ruinoso, que es hoy España, la puso el señor José María Aznar.

La realidad que nos asola ya dejó de ser hace tiempo deprimente, ahora es desesperante. Solo se piensa en expoliar al pueblo para poder pagar al villano. La subida del IVA va a significar un nuevo retroceso en la economía, menos consumo porque los productos son más caros. Algunos comerciantes están buscando proveedores más económicos para evitar tener que subir los productos y se vean afectados por un descenso en la clientela. Esto significa que se bucarán proveedores en los mercados exteriores, mandando al paro a los proveedores nativos y a sus empleados. Se deteriorará, si cabe, más el producto nacional, por no poder competir con el que viene de afuera.

Por otro lado sigue presente el fantasma del rescate, yo personalmente lo doy por hecho. No les van a meter mano a la Iglesia, ni a los bancos, ni a las grandes fortunas, porque si se necesita dinero se pide un rescate y que pague el pueblo, que es medio bobo y aguanta toda barbaridad que se le pueda ocurrir al Ejecutivo. En esto último estoy de acuerdo con el Gobierno.

Debemos de dejar de mirar para otro lado y plantar cara, ya son demasiados abusos. Parafraseando a Nietzsche; no hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada.

lunes, 27 de agosto de 2012

La otra justicia


Paseaban tranquilamente por el bosque un niño y su abuelo. Solían hacerlo con frecuencia, pues ambos gustaban del paseo y disfrutaban de la mutua compañía. El niño provisto de esa indiscreción que proporciona la edad en la que todo se quiere saber, preguntaba incesantemente a su abuelo sobre todo aquello que le llamaba la atención. El abuelo, por su parte, se regocijaba complaciendo la inocente naturaleza curiosa del vástago.
Era uno de esos días soleados, pero sin un calor extremo, en lo que da gusto salir a disfrutar del entorno. Abuelo y muchacho hablaban y hablaban de los más diversos asuntos de la vida. En uno de esos dinámicos cambios de conversación el muchacho se interesó por el concepto del bien y del mal en el ser humano. Quería saber que motivaba a una persona a hacer el mal, cuanto tiempo podía ejercerse esa maldad y cual era el castigo. El abuelo le explicó que no podía darle respuestas exactas, pero le aseguró que el que hacía el mal tarde o temprano recibía su condena. Le habló de la diosa Temis y le dijo que ella era la encargada de administrar la justicia, de castigar a los perversos. Le explicó que en el mundo de los hombres existían actos que no se podían permitir, puesto que provocaban el dolor y la miseria en otros hombres. Aquellos que vivieran en el mal debían rendir cuentas a Temis.
Prosiguieron caminando en silencio pero el abuelo se percató que el niño había adoptado un gesto de preocupación, como si aquello que le acababa de explicar no hubiese sido de su entera satisfacción. Abordó al muchacho acerca de la cuestión que le provocaba la congoja. Él, en un principio rehuyó el interrogatorio del abuelo, pero acabó cediendo ante la insistencia del anciano. Le explicó que había un niño mayor que siempre que le veía le pegaba, le quitaba lo que tenía y le insultaba. Preguntó al abuelo sobre la razón de que Temis no castigara a aquel que le causaba dolor.
Empezaba a caer la noche y comenzaron el regreso al hogar. El muchacho miraba intermitentemente a su abuelo esperando una contestación y este resoplaba ante la dificultad del asunto. Tras un breve periodo de reflexión le dijo al muchacho que no siempre que se cometía una injusticia recibía castigo inmediato. Le explicó que no todos los malos actos causan el mismo daño y algunos no están sujetos a condena, pues estos son muchos y Temis solo puede ocuparse de los que revisten una mayor gravedad. El muchacho no quedó muy convencido con la evasiva respuesta que había recibido y contratacó preguntando a su mentor si tenía que soportar eternamente esa humillación de la que era víctima.
El  abuelo se sentó sobre el tronco de un árbol caído e invitó a su joven compañero a hacer lo propio. Una vez acomodados posó su brazo sobre el hombro del nieto como queriendo atraer toda su atención. Le miró fijamente y le preguntó si conocía a Némesis, a lo que el pequeño respondió que no. Ya le había explicado por encima que no todos los males son castigados por Temis, muchos se escapan de su voluntad. Pero quiso dejar constancia a su nieto que eso no significaba que no recibieran castigo por ese mal que habían producido. Otra diosa, de nombre Némesis, se encargaba de aplicar la sanción. Para que entendiese un poco mejor la naturaleza de esa maldad se refirió al ingrato, al perjuro, al orgulloso y al inhumano. Le recordó al ensimismado crío que todo el mal recurrente acaba recibiendo justo y riguroso castigo que recibe el nombre de justicia retributiva o venganza. La diosa Némesis, adorada por muchos y odiada por otros, se encarga de aplicarla. Consoló al muchacho en su mal y le dijo que no temiera porque tarde o temprano todos los malhechores que han escapado de Temis reciben la visita de Némesis. 

sábado, 25 de agosto de 2012

Dos historias de presentación y un personaje


En vistas al ya próximo alumbramiento en papel de El ostracismo de Caronte, habiendo tenido la oportunidad de entrever a través de este mismo blog algunas de las notas que definirán el lanzamiento de Andrés Calzada al ruedo editorial, creo que puedo considerarme con suficiente derecho como para hacer algunas precisiones al hilo del asunto tratado que me parecen sumamente de interés. El mundo de la mitología se me antoja especialmente lejano y nunca sentí una especial predilección por todas esas historias fantasiosas llenas de lecciones moralizantes y episodios macabros y en exceso luctuosos. Sin embargo, la peculiar visión que ofrece El ostracismo ofrece un digno aprovechamiento de todas aquellas historias para trazar un relato con un argumento claro y conciso que pretende ofrecer una lección tan válida hace dos mil años como hoy en día: en el fondo de la cuestión, la estupidez humana.

Y en ese particular empeño de los mitógrafos por desentrañar historias fidedignas, cuestiones morales y éticas, lecciones filosóficas y argumentos novelescos, hay un personaje que merece toda mi atención y mi respeto por lo curioso, incluso actual, de su historia. No es otro que la fatídica visión en torno a Hefesto, el Vulcano latino, dios de extremada fealdad sometido al desprecio y al engaño en todos los ciclos en que su presencia es protagonista o secundaria.

Y es que este dios, uno de los muchos nacidos al amparo de infeliz, incestuoso y desgraciado matrimonio entre Zeus y Hera, sufrió desde pequeños las desdichas del infortunio. De todos es sabido que los griegos crearon todo un panteón divino, todo un corpus mitológico en el que invistieron a los personajes principales de todas aquellas virtudes que consideraban como las más dignas; pero también de los defectos. De tal forma, que si las divinidades constituían modelos, no siempre eran espejos en los que mirarse y admirarse, sino más bien todo lo contrario: siempre trascendía un fondo de ridículo y mofa que revestía a estas deidades de cierto aspecto cómico y burlón. El propio Hefesto era caracterizado como cojo, feo y prácticamente deforme. De hecho, fue arrojado de la morada divina del Olimpo. Según unas versiones, al mediar en una de las tan frecuentes discusiones entre sus padres; según otras, arrojado por su propia madre al no poder soportar la fealdad de uno de sus vástagos.

Lo cierto es que acabó viviendo apartado de la residencia de los dioses, entregado al sofocante trabajo de la fragua con la que proporcionaba armas y pertrechos a sus hermanos. Pero su aspecto poco agraciado no impidió su triunfo entre las mujeres obteniendo algunos de los mejores trofeos inimaginables para aquellas mentes míticas y fantasiosas: desposó a Áglae, una de las Gracias, pero sobre todo se le conoció por su matrimonio con la bella Afrodita, diosa del amor y la belleza. Al fin y al cabo, Cupido actúa ciego.

Fue precisamente este matrimonio el que supuso mayores quebraderos para el herrero pero, irónicamente, también mayor fama. Afrodita mantenía una relación amorosa con Ares, el dios de la guerra. Sin embargo, Apolo – Helios, dios chivato y pernicioso, decidió poner sobre aviso al malogrado Hefesto. Asunto magistralmente logrado por un artista sevillano que con tiempo adquiriría cierto renombre. Este tendió una trampa a la pareja adúltera, sorprendiéndoles para hacer escarnio y mofa público del engaño.

Errar es humano, pero también divino. No contento con la humillación sufrida, con los cuernos arrostrados por la oscuridad de su caverna, decidió hacer pública la afrenta aireando los trapos sucios de un matrimonio incompleto y oreando ante todos los divinos la traición de su antes amada y venerada esposa. Al lucir a la pareja embocada, sorprendida in fraganti en actitud amorosa, Hefesto no era consciente que lo que realmente estaba haciendo era enarbolar orgulloso la bandera de su vergüenza e infamia. El vengador vengado, sometido a las risas maliciosas de sus hermanos y compañeros dioses y diosas. Su ejemplar castigo se había vuelto contra él y, quizás, tras la sorna del resto de seres divinos al contemplar la irrisoria escena, comprendió que debería haber aceptado el engaño y sobrellevar con cierto orgullo y divinidad aquellos cuernos sagrados.

Luis Pérez Armiño


viernes, 24 de agosto de 2012

En tiempos olvidados

España, un país a remolque de los dictámenes que se marcan desde Estados Unidos, Alemania, China o Gran Bretaña. Mas no fue siempre así. Hubo un tiempo en el que nunca se ponía el sol y el mundo entero rendía pleitesía a la Corona de Castilla y León. Eran tiempos de gloria. Pero todo lo que nace debe de morir, así está escrito.

Después de siglo y medio sosteniendo la pesada carga que supone la política hegemónica, la España de mediados del siglo XVII era una España agotada, exhausta politica y económicamente. Sin apenas aliento, quedaba a expensas de las potencias emergentes que acechaban esperando el momento oportuno de hacerse con el poder.

En el segundo tercio del siglo XVII, España, ya de por si enferma, va a ser testigo de una serie de circunstancias negativas que van a precipitar definitivamente su caída. Cataluña y Portugal, aprovechando la debilidad, se rebelan contra la Corona. Portugal, que por entonces formaba parte del Imperio español, conseguiría la independencia. Por otro lado, la conexión marítima con américa, crucial para las arcas españolas, estaba demasiado expuesta a los piratas ingleses y holandeses. Pero el mayor problema se encontraba en la frontera norte. Francia estaba preparada para hacerse con el poder hegemónico y emergió con fuerza para doblegar a Europa. A su vez, Inglaterra y Holanda buscaban su protagonismo en el contexto histórico de la época. Todos ellos aprovecharon el palpable agotamiento de Austria y España para conspirar contra los Habsburgo, formando una alianza que pudiera debilitar su poder y en la que participó prácticamente toda Europa. Este conflicto, en honor a su pervivencia, recibió el nombre de la Guerra de los Treinta Años.
 
La Guerra de los Treinta Años podía ser entendida como el desenlace de más de un siglo de disputas religiosas entre protestantes y católicos. La Paz de Augsburgo firmada en 1555 pretendía normalizar la convivencia religiosa, pero lejos de poner solución al conflicto, el odio entre ambas fracciones se fue acrecentando. Al margen de las razones religiosas, la guerra estuvo motivada por cuestiones económicas y territoriales de gran calado, que se explican bien con el más que significativo número de naciones que entraron en el conflicto. Lo que comenzó siendo una guerra religiosa, derivó en una cruzada encabezada por Francia, que además era católica, y Holanda para acabar con el poder de los Austrias.

El estallido de la contienda tuvo su origen en 1618. El detonante que precipitó el conflicto fue la sucesión al trono de Bohemia, que había recaido en el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando II. Ferviente católico, Fernando II atentó contra la libertad religiosa de Bohemia, mayoritariamente protestante. El conflicto se extendió con celeridad por todo el Imperio. España, en virtud de los lazos familiares que le unían a Austria, apoyó económica y militarmente al Emperador. Pero España tenía su propio conflicto religioso. 

Los Paises Bajos, como parte de la herencia de Carlos I, pertenecian a los territorios de la Casa de Austria en España. La subida al poder de Felipe II, de tendencias autoritarias y fanático defensor del catolicismo, supuso el enfrentamiento con Holanda, protestante y deseosa de una mayor autonomía. La cuestión holandesa acabo convirtiéndose en la auténtica pesadilla del monarca español. Su hijo, Felipe III, de espíritu apaciguador, firmó una tregua de doce años con las Provincias Unidas. El tratado tenía validez hasta el año 1621. Llegada la fecha y ante la falta de acuerdo se reanudaron las hostilidades. El conflicto se nutría de poderosas razones económicas y coloniales. Más allá de la intención de incorporar un territorio que se daba por perdido, o de mantener una lucha religiosa inútil, España intentaba evitar por todos los medios la expansión y asentamiento de los holandeses en américa, asia y áfrica.

Las victorias españolas al principio de la contienda, como la rendición de Breda, inmortalizada en el famoso cuadro de Velázquez, eran un espectro de la realidad. España sufría un agotamiento económico y social que empezaba hacerse patente en el resto de Europa. Los viejos tercios de Flandes, hasta el momento, prácticamente invencibles, iban a empezar a encadenar, una tras otra, todas las derrotas que les debía la historia.

En 1621 España era como un león viejo y enfermo que se esforzaba por seguir rugiendo, pero ya no asustaba a unos enemigos que estaban preparados para asestarle el golpe mortal. A pesar de la notable campaña holandesa, su verdugo seria su secular adversario, Francia, que había esperado pacientemente el desgaste español para entrar en el conflicto. Cuando el ministro de Luis XIII, Richelieu, lo creyó oportuno, lanzó sus tropas contra Flandes abriendo un segundo frente en los Países Bajos españoles, era el año de 1635.
 
Los primeros momentos de la contienda parecían ser favorables a España. En el año 1636 se tomaba la plaza de Corbie, provocando el pánico en París. Pero solo fue un espejismo y los peores augurios se iban a ir confirmando. En 1640, un año especialmente difícil para España, Cataluña y Portugal se levantan contra la Corona, facilitando la penetración de Francia por los Pirineos. Ese mismo año se perdía Arras, capital de Artois, provincia meridional de Flandes. En mayo de 1643 los tercios sufrían la dolorosa y determinante batalla de Rocroy, un durísimo golpe para un ejército que no estaba acostumbrado a recibirlos.
 
En el año 1648 se firma la paz de Westfalia, dando por finalizada la Guerra de los Treinta Años. Pero Francia, viendo la situación por la que pasaba su vecino del sur, mantuvo la guerra durante once años más, aprovechándose de la debilidad española para anexionarse territorios. La derrota de las Dunas en 1658, fue demasiado para España. El 7 de noviembre de 1659 se firma la Paz de los Pirineos. En este tratado España cedía a su vecino el Rosellón, la Cerdaña, Artois y algunas plazas flamencas, además de aceptar la presencia francesa en Alsacia. Además de las pérdidas territoriales estaba la pérdida de la hegemonía española en favor de la Francia del Rey Sol. A pesar del tratado, Francia siguió aumentando su territorio a expensas de España, y lo hizo hasta que Luis XIV vio la posibilidad de sentar en el trono español a su nieto, Felipe V. En ese momento la política hacia España varió considerablemente. Pero esa es ya otra historia.
 
Aquella España que controlaba los designios del mundo, se había apagado. Una exultante Francia tomaba su relevo en el poder. No tardaría mucho tiempo en darse cuenta de lo que ello significaba.

jueves, 23 de agosto de 2012

Madre, ¿qué te estamos haciendo?

Tú que nos abrazaste, nos acunaste, nos diste de comer cuando teníamos hambre, pero siempre enseñándonos lo duro de este regalo que nos hiciste, la vida. No quiero que pienses que nos revelamos contra ti, tan solo somos inconscientes. Hemos teñido de negro tu verde manto, hemos vestido de negro humo el aire que tanto necesitamos. Hoy lloras con tus ácidas lágrimas, te estremeces con nuestra obra macabra y como estamos a ti tan apegados, cuando tiemblas nosotros temblamos. Tus sacudidas son nuestras, también sufrimos y lloramos.

¿Cuánta maldad hemos vertido para que pierdas la fe en nosotros y nos envíes a Hades? ¿Cuántas lecciones habrás de darnos para que entendamos que no todo es nuestro y que no podemos apropiarnos de lo ajeno?

Te encerramos tras el Tártaro, ocupamos tus dominios, subyugamos al resto de tus vástagos  y laceramos tu obra. Madre, como decirte que seguimos siendo tus hijos, que lo hicimos en un acto de ignorancia y de estúpida vanidad. Con nuestro orgullo, con nuestras ansias de poder, hemos conseguido que reniegues de ese hedor a humano que te atenaza. Quítanos la venda de los ojos, si con ello nos curamos ¿Cómo pedirte que nos perdones, sin aprender de nuestros fallos? Yo te lo imploro, pues en el fondo de nuestro ser algún resquicio de bondad, permite albergar la esperanza.

Una madre solo arremete contra su hijo para proteger al resto de sus vástagos, aquellos a los que infligimos sufrimiento, tortura y vejación. Enséñanos Madre, estamos perdidos. Dinos como desprendernos de nuestra arrogancia, del ansia de poder y del materialismo exacerbado. Enséñanos a amar aquello que con ternura tú has amado.

martes, 21 de agosto de 2012

Génesis

Estimados lectores:

En breve saldrá a la venta el libro de "El ostracismo de Caronte; de los albores a las tinieblas". El texto de hoy, junto con el de ayer, forman parte del Génesis. He querido presentaros un poco lo que ha de llegar, con la intención de captar vuestro interés. No obstante no nos olvidemos que es el génesis, el origen. No os podeis perder el transcurso del resto de la historia.

Atentamente:

Andrés Calzada.


Cuentan los más viejos del lugar la historia sobre el amanecer, de la misma forma que años atrás se la contaron otros viejos a ellos. Una leyenda apasionante y llena de misterios sobre el origen del mundo y del hombre, de las plantas y los animales, de las montañas, los ríos y los mares. Curiosos somos ante el umbral de la vida, por ello es que perseguimos una explicación que disipe todas nuestras dudas. Solo así podremos comprender esa historia de lo que somos a través de lo que fuimos.

A pesar de la tradición conservada de generación en generación, y cuyo contenido solo se sostiene por una posible revelación divina, hay muchas dudas que atacan la base de la razón humana. Quizás no estemos preparados para entender ciertos aspectos o simplemente haya en el razonamiento humano una barrera que impida comprender los mecanismos del Cosmos. Realidades e ideas que se escapan a nuestra concepción de la lógica. Quizás los dioses no quisieron que ahondáramos más allá de lo sabido, pues dieron como suficiente el conocimiento que ya habíamos adquirido. Lo cierto es que ningún hombre estaba allí para saber lo que ocurrió y a falta de certezas que entren en conflicto con la tradición trasmitida, hemos de dar por válido lo que tenemos.

En un principio estaba Caos, cuya naturaleza nos es confusa y ambigua. Sabemos que Caos representa el todo con la misma fuerza que representa a la nada; es materia y energía, inexistencia y vacío. Dominaba todos los principios y al mismo tiempo los obviaba. Los elementos vagaban en la confusión, existían y al mismo tiempo no estaban. Impredecible, como así es Caos, en un momento determinado concibió a Eros, que representaba el amor, y a través de él, Caos engendró a Erebos a quién otorgó el reino de las tinieblas. También surgiría, Nyx que controlaría la noche y la oscuridad. Por inducción de Eros, Erebos y Nyx engendraron a Éter que personifica la luz en su concepción global y a Hemera que controlaría el día, la luz terrenal. Hay quien opina que no fue Caos quien creó a las primeras deidades, que fue de forma casual, incluso son muchos los que dudan de la condición divina de Caos, sin embargo son incapaces de dar explicación alguna que avalen tales palabras. Lo cierto es que Caos contenía todos los principios y solo de él podía surgir lo restante, creó el todo partiendo de la nada.

Independientemente había surgido Tártaro, aquel que habría de reinar en las profundidades del inframundo y Gea, la madre Tierra, que emergió del Tártaro para gobernar en sus propios dominios. No le hizo falta a Gea figura masculina alguna para engendrar a Ponto, quién controla las aguas marinas, y a Urano para que la recubriera con ese hermoso manto que llamaron cielo. Gea quiso embellecerse y se cubrió de montañas y paisajes. Urano, no queriendo estar al margen de tan bella creación, derramó una fértil lluvia sobre la Madre Gea, que penetró en sus entrañas originando las plantas, los árboles y las flores. La lluvia que no se filtró dio lugar a los ríos y también a los lagos.

Cielo y tierra, atraídos el uno por el otro vivieron una tórrida historia de amor. Fruto del acto incestuoso engendraron el horror y la monstruosidad; Briareo, Giges y Coto, los Hecatónquiros, gigantes de cincuenta cabezas y cien brazos, y a Brontes, Estéropes y Arges, los Cíclopes, seres encolerizados, de gran estatura y un solo ojo. Pero fruto de ese amor también surgieron los Titanes y las Títánides, doce en total, cuya estirpe estaba llamada a reinar en el mundo de su madre.

Poseían los Titanes las dotes suficientes para hacerse con el control del Universo. Dotados de genialidad, poder y audacia, virtudes que no eran ignoradas por su progenitor. El recelo de Urano se desarrollaba a pasos agigantados convirtiéndose en una obsesión que atormentaba al Señor de los cielos. El trato de dureza hacía con sus vástagos se transformó en persecución y finalmente reclusión en los tétricos dominios de Tártaro, impidiéndoles ver la luz del día. A los Titanes les acompañaron en el ostracismo el resto de la progenie de Urano, Hecatónquiros y Cíclopes, librándose el malvado padre de todo obstáculo que pudiese limitar de su poder.

La tiranía de Urano paradójicamente era la base de su libertad. Libre se creía de todo rival y por fin logró descansar. Pero no contó con unos de los poderes más férreos que existen, el amor de madre. Gea estaba invadida por la angustia de ver el destino que habían corrido sus hijos. Conocía perfectamente la ira de Urano y había sido suficiente para que no tomara partido. La desdicha la oprimía por dentro y sufría al ver a sus hijos encerrados. Pudo al fin más el sufrimiento que el miedo y liberó a sus hijos y los armó para que se enfrentaran a su progenitor. Los Titanes, acaudillados por Cronos, se dispusieron a desterrar del mundo a Urano y su tiranía. Cronos sorprendió a su padre y con la hoz de pedernal que le había proporcionado Gea, sesgó los atributos de Urano y los arrojó al mar. El flujo emanado por la herida de Urano volvió a fertilizar a Gea, dando origen a Alecto, Tisífona y Megara, las Erinias o Furias, que en el futuro vengarán las muertes por parricidio y perjurio. También cobraron vida Alción, Gerión y Clitias, los gigantes, capaces de recuperar sus fuerzas al contacto con su Madre y necesaria la acción conjunta de un hombre y una divinidad para destruirlos. También nacieron de este contacto las Melias, Ninfas de los Fresnos, árbol de que se extraen las armas. Los genitales al ser arrojados al mar reaccionaron con él y  de la espuma emergió Afrodita, quién tomaría las atribuciones referentes del amor, la pasión y el deseo. Cronos redujo a Urano a la condición de siervo y le usurpó el poder del Universo.

domingo, 19 de agosto de 2012

Tras las puertas del Tártaro


[Magna tu bravura y tu poder, Tártaro, que dioses y humanos eluden tu abrazo.

Pretenden los ignaros conocer el mal, se jactan con vacuas palabras de haber experimentado el dolor en su regia expresión. Se prodigan en bravas alocuciones versadas en la ladina soberbia, macabra compañera de viaje del humano. Torpes sois al no ver que vuestras mentes quedan insignificantes. No es tan ínclita la razón terrenal para asumir el abrazo de Tártaro. Esa será la condena que depare al pobre de ideas y al que malee la sabiduría. Además de asesinos y villanos y en general quienes hayan cometido feroz felonía.

El Flegotonte, el más temido de cuantos ríos cruzan los infiernos. Fuego y más fuego, desolador destino tendrá quien cruce los afligidos parajes del Flegotonte; no hallará sino consuelo en el sufrimiento. Poco a poco se va ahondando en las entrañas del horror, donde lo ignífugo arde. Ausente está la esperanza, pues por innecesaria no ha de tener cabida. Más y más camino, trayecto interminable, trágico, macabro y ladino. Podía darse por expiadas las culpas a muchos penantes con solo acometer el recorrido. Un camino tan cruel que solo conocerlo permite la redención, mas el escarmiento no ha hecho sino que empezar.  

Se divisa al final del trayecto una broncínea muralla, la coraza de Tártaro. Infranqueable e indestructible, capaz de resistir el envite de los inmortales por furiosos que estos fuesen. Magnos y ostentosos muros, mas atendiendo a su función, son despojados de la hermosura, convirtiendo la fortaleza en la tapia del dolor, la desdicha y el sufrimiento. Procediendo por el camino del horror, alejándose del Flegotonte y afrontando este el último trayecto hacia los portones también de bronce aqueja a las almas una desagradable humedad, acompañada de un extraño frío, desconocido en el mundo de los mortales. No existe luminaria alguna y son tres las oscuras capas que abrazan el abismo. Protegen el acceso al abismo los monstruosos Uránidas de cien brazos y cincuenta cabezas, cuya fuerza es capaz de estremecer la totalidad de la tierra. Traspasadas las puertas del difícil retorno, los condenados serán arrojados al abismo de la condena eterna. Algunos sostienen inocentemente que el castigo se adecua al crimen, ¡pobres ingenuos!; no hay malicia humana comparable al ingenio divino.]

* Cosmogonía. Letravio de Zingolo.