miércoles, 1 de agosto de 2012

Las dulces notas de Arión


Era un día despejado y el resplandor de la luna permitía contemplar el firmamento en todo su esplendor. Habían tenido una gratificante cena y padre e hijo decidieron, como colofón a tan placentera velada, salir a contemplar la inmensidad del cosmos. Ambos permanecían en silencio deleitándose con aquella majestuosa obra cuando el hijo decidió romper con la calma atraído por un singular y hermoso grupo de estrellas que le evocaban la figura de un delfín. Preguntó al padre acerca de tan extraña casualidad. El padre asintió y le comentó que efectivamente era un delfín y le narró la siguiente historia:   

Adornado por la gracia de Apolo, Arión se había convertido en un notable poeta y músico. Originario de la isla de Lesbos, pasó muchos años ofreciendo su arte en la corte de Periandro, rey de Corinto. Allí cosechó sus mayores éxitos y se granjeó la refutada fama. Todos respetaban y admiraban a Arión y eran pocos los que no quedaban admirados de la maestría que mostraba al interpretar sus composiciones. Fue la fascinación que causaba la que llevó al artista a tomar la determinación de mostrar a otras gentes el mayor tesoro que poseía, su inspiración, y se embarcó rumbo a la Magna Grecia.

Al igual que sucedía en Corinto, los habitantes de la Magna Gracia quedaron maravillados del notorio talento de Arión. Supo sacar buen provecho de ese don que Apolo le había concedido y amasó una cuantiosa fortuna. Pasado un tiempo, y con las arcas repletas de riquezas, el artista comenzó a añorar Corinto y decidió regresar. Al embarcarse en el puerto de Tarento cometió la imprudencia de hablar con ligereza, alertando de la fortuna que había adquirido a cuantos quisieron escuchar. Movidos por la codicia, los tripulantes resolvieron deshacerse del infortunado arrojándolo al mar, dejando huérfano su caudal y dispuesto a ser repartido. Pero Arión contaba con el favor de Apolo y la divinidad se le presentó en sueños advirtiéndole de las intenciones que tenían aquellos que le acompañaban en el viaje. Al día siguiente se enfrentó a los verdugos y les rogó que antes de llevar a cabo su macabro plan dejaran que interpretara una pieza de despedida. Fueron condescendientes con la última voluntad del músico y este entonó una canción en un tono tan dulce y agudo que atrajo a un delfín. Finalizada la soberbia composición fue él mismo el que se arrojó al mar, aferrándose al lomo del cetáceo que le condujo a la costa de Laconia, quedando el animal exahusto con su acto heroico y no teniendo fuerzas suficientes para regresar al mar, feneció. Arión tomó rumbo a la morada de Periandro.

La tripulación de la nave desconocía la milagrosa salvación de Arión y no hubo sospecha alguna cuando al llegar a Corinto se les interrogó acerca de la ausencia de músico; contestaron que al final había decidido quedarse en Tarento. Periandro les hizo jurar la veracidad de esa declaración y cuando hubieron terminado hizo llamar a Arión, que se presentó ante ellos con las mismas ropas que llevaba cuando se lanzó al mar. La sorpresa entre los tripulantes fue enorme; peor fue aun el castigo que recibieron. Periandro mandó construir un monumento en honor al delfín, a su nobleza y valentía.

Cuando murió Arión, Apolo colocó su figura junto con la de su salvador en el firmamento, dando lugar a la constelación del Delfín.

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