sábado, 25 de agosto de 2012

Dos historias de presentación y un personaje


En vistas al ya próximo alumbramiento en papel de El ostracismo de Caronte, habiendo tenido la oportunidad de entrever a través de este mismo blog algunas de las notas que definirán el lanzamiento de Andrés Calzada al ruedo editorial, creo que puedo considerarme con suficiente derecho como para hacer algunas precisiones al hilo del asunto tratado que me parecen sumamente de interés. El mundo de la mitología se me antoja especialmente lejano y nunca sentí una especial predilección por todas esas historias fantasiosas llenas de lecciones moralizantes y episodios macabros y en exceso luctuosos. Sin embargo, la peculiar visión que ofrece El ostracismo ofrece un digno aprovechamiento de todas aquellas historias para trazar un relato con un argumento claro y conciso que pretende ofrecer una lección tan válida hace dos mil años como hoy en día: en el fondo de la cuestión, la estupidez humana.

Y en ese particular empeño de los mitógrafos por desentrañar historias fidedignas, cuestiones morales y éticas, lecciones filosóficas y argumentos novelescos, hay un personaje que merece toda mi atención y mi respeto por lo curioso, incluso actual, de su historia. No es otro que la fatídica visión en torno a Hefesto, el Vulcano latino, dios de extremada fealdad sometido al desprecio y al engaño en todos los ciclos en que su presencia es protagonista o secundaria.

Y es que este dios, uno de los muchos nacidos al amparo de infeliz, incestuoso y desgraciado matrimonio entre Zeus y Hera, sufrió desde pequeños las desdichas del infortunio. De todos es sabido que los griegos crearon todo un panteón divino, todo un corpus mitológico en el que invistieron a los personajes principales de todas aquellas virtudes que consideraban como las más dignas; pero también de los defectos. De tal forma, que si las divinidades constituían modelos, no siempre eran espejos en los que mirarse y admirarse, sino más bien todo lo contrario: siempre trascendía un fondo de ridículo y mofa que revestía a estas deidades de cierto aspecto cómico y burlón. El propio Hefesto era caracterizado como cojo, feo y prácticamente deforme. De hecho, fue arrojado de la morada divina del Olimpo. Según unas versiones, al mediar en una de las tan frecuentes discusiones entre sus padres; según otras, arrojado por su propia madre al no poder soportar la fealdad de uno de sus vástagos.

Lo cierto es que acabó viviendo apartado de la residencia de los dioses, entregado al sofocante trabajo de la fragua con la que proporcionaba armas y pertrechos a sus hermanos. Pero su aspecto poco agraciado no impidió su triunfo entre las mujeres obteniendo algunos de los mejores trofeos inimaginables para aquellas mentes míticas y fantasiosas: desposó a Áglae, una de las Gracias, pero sobre todo se le conoció por su matrimonio con la bella Afrodita, diosa del amor y la belleza. Al fin y al cabo, Cupido actúa ciego.

Fue precisamente este matrimonio el que supuso mayores quebraderos para el herrero pero, irónicamente, también mayor fama. Afrodita mantenía una relación amorosa con Ares, el dios de la guerra. Sin embargo, Apolo – Helios, dios chivato y pernicioso, decidió poner sobre aviso al malogrado Hefesto. Asunto magistralmente logrado por un artista sevillano que con tiempo adquiriría cierto renombre. Este tendió una trampa a la pareja adúltera, sorprendiéndoles para hacer escarnio y mofa público del engaño.

Errar es humano, pero también divino. No contento con la humillación sufrida, con los cuernos arrostrados por la oscuridad de su caverna, decidió hacer pública la afrenta aireando los trapos sucios de un matrimonio incompleto y oreando ante todos los divinos la traición de su antes amada y venerada esposa. Al lucir a la pareja embocada, sorprendida in fraganti en actitud amorosa, Hefesto no era consciente que lo que realmente estaba haciendo era enarbolar orgulloso la bandera de su vergüenza e infamia. El vengador vengado, sometido a las risas maliciosas de sus hermanos y compañeros dioses y diosas. Su ejemplar castigo se había vuelto contra él y, quizás, tras la sorna del resto de seres divinos al contemplar la irrisoria escena, comprendió que debería haber aceptado el engaño y sobrellevar con cierto orgullo y divinidad aquellos cuernos sagrados.

Luis Pérez Armiño


1 comentario:

  1. El ilustre Patizambo que llamaba Hesíodo. Al final Luis serás seducido por la mitología greco-romana y abandonarás los garabatos y muñegotes de la época cavernaria.

    ¡Que bruto soy a veces!, omitiremos lo de garabatos y muñegotes.

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