sábado, 20 de diciembre de 2014

El palacio en llamas

Y los ojos llorosos, ennegrecidos y mohosos, se cerraron dejando atrás un resplandor cobrizo que moría en sus entrañas. El aire espeso inundó sus pulmones y los diques de sus bronquios reventaron en una marea roja que llenó el estómago de espasmos y vómitos incontrolados. El cerebro se durmió. La masa blanquecina adquirió una consistencia pastosa y se deslizó con impunidad a través de sus orificios nasales.

Y sus restos se convirtieron en pasta de anticuarios y carroña de arqueólogos. Sus huesos se encerraron en vitrinas para divertimento del populacho que aplaudía con mirada bobalicona el fin infinito de aquel ser anónimo convertido en suciedad blanquecina a la luz de los focos. Su escenario, expresión mínima medida en centímetros cuadrados, fue compartido. Y solo los comienzos de semana significaron el descanso ante las miradas ajenas y los comentarios ignorantes sobre su propia naturaleza. La piqueta se clavó una triste mañana en lo más profundo de su cráneo pelado. Y el tiempo dejó que se oxidase en sus entrañas. Allí sucumbió.

El extraño ritual de las hojas en llamas marcaba alguna ceremonia de carácter circular. En extraños aspavientos, páginas escritas se retorcían bajo la felicidad purificadora del fuego. La alegría recorría la sala y cada uno de los rincones de los estantes buscando nuevos acólitos. Aquella orgía calorífica nunca debía finalizar. Combustible en riadas interminables alimentando unos depósitos nunca saciados. Y en medio, oficiando la ceremonia con un sermón siempre aprendido, un viejo brujo, de escasa barba y ojos blancos, rezaba y suplicaba perdón por sus pecados cometidos. El palacio decidió responder a sus súplicas y con un seco crujido, una viga de desplomó sobre la indefensa cabeza del anciano. Los ojos blancos fueron más blancos que nunca. Bajo la viga, un cráneo aplastado dejaba un reguero de sangre mientras las viejas carnes crepitaban lamidas por las llamas rojas del palacio.

Y la verdad os hará ciegos.

Próximo al retiro, hojeaba silencioso un periódico mientras desayunaba un café. De repente, una duda se hizo persistente: “¿Qué hacía cuando tenía veinte años?”. Por un instante, sintió lo más parecido a lo que creía que debía ser una angustia vital. No recordaba nada, lo más mínimo, de lo que hacía cuando era un joven de veinte años. Ansioso, recurrió a los servicios de una hemeroteca para ojear uno tras otro todos los periódicos correspondientes al año en que había cumplido la veintena. Pasados unos minutos, una noticia le recordó un momento muy preciso de su biografía. Un momento intrascendente, sin mayor importancia. Corría el año setenta y tres. Circulaba en taxi y por la ventanilla vio una obra en una calle anónima. Hizo un comentario al conductor. Por fin, recordó algo que había hecho a los veinte años: ir sentado en un taxi diciendo estupideces.

Una sonrisa miserable, mezquina y mediocre. Unos dientes ensombrecidos por el paso del tiempo. Unos labios escurridos y ajados, camuflados bajo un rojo intenso y brillante que enmarcaba las profundas arrugas de las comisuras de su boca. Y una carcajada interminable y estridente, maloliente y sudorosa. Algunos dientes conservaban con furia manchas del carmín. La misma muerte asomando por ese pozo inmundo y negro protegido por esos dientes ensombrecidos. La dentadura resiste las llamas y el calor. El cuerpo resumido en cenizas solo conserva como un tesoro una delicada y blanca dentadura. Siempre pensé que los dientes ardían y se consumían, se derretían bajo el peso del fuego y dejaban su triste huella en las mandíbulas descarnadas.

Benjamin Redneck 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Desnudo de espaldas frente al sol

Y sopló y sopló…, y vomitó una inmensa bola de fuego líquido. Entre sus manos fue tomando diferentes formas, pero ninguna de ellas le convencía. La masa ardiente, viscosa y reluciente, crecía mientras sus pulmones trabajaban sin respiro. Con la habilidad de cien mil años de lentos sermones y las manos ajadas y doloridas. Del calor del infierno a las gélidas aguas de los torrentes que bajaban en primavera desde las montañas. Todavía no temblaba y se consideraba entre los mejores artesanos. Esculpía la llama sobre el blanco mármol. Una y otra vez, tres mil gestos, todos iguales de principio a fin.

En los desiertos blancos una ola centenaria lame las lenguas de sal. El sol hace brillar con fuerza cada grano de arena. Y los alacranes se entierran vivos esperando las frías horas de la noche. Una marca sinuosa recuerda la retorcida senda de una gran serpiente blanca. Hoy su esqueleto luce al sol. En el desierto dejaron de vivir las presas hace millones de años. En medio de las dunas, diminutos cristales ofrecen sus perfiles facetados al sol mientras el viento viaja desde el horizonte cruzando el árido paisaje. Dos hombres de labios agrietados cavan con sus propias manos mientras sus ojos se derriten.

Desde Roma su aliento se dejó sentir por todo el Mediterráneo. Los bosques verdes se convirtieron en escenarios grises desnudos y la tierra fértil fue abandonada para siempre por los hombres. Los ríos se secaron y el mar se convirtió en un caldo maloliente que vomitaba los restos putrefactos de las orgías que inundaban la capital del Imperio. El preso más peligroso había logrado escapar de la cárcel Mamertina. En su apresurada huída, durante un descuido de sus captores, se llevó por delante a dos de los encargados de su vigilancia. A uno le partió el cuello y al otro le ahogó en una de las letrinas de la prisión. La última visión de su carcelero fue la patética imagen de un ser humano pataleando entre la inmundicia tragando profundas bocanadas de mierda. En las estrechas y oscuras calles de Roma no miró nunca atrás. Sólo se fijó en una joven rubia que volvía a su casa cargada con una cesta de mimbre. La atacó sin hacer ruido. Después de violarla arrojó su cuerpo a las aguas del Tíber.

Jonás nunca fue engullido por una ballena. Es imposible masticar la carne vieja y roída. No es plato de gusto para nadie ni para nada. Aunque tu vida sucumba a metros y metros de profundidad marítima, rodeada de monstruos amorfos y ciegos. El mar no quiere los restos de nadie y los escupe con rabia. Un espectro viscoso, blanco y reluciente, descansa sobre una playa bañada por el sol del amanecer. Un grupo de jóvenes pescadores, todavía aturdidos por un sueño insuficiente, se acercó con miedo a aquel extraño objeto. Sus ojos se abrieron y la boca de uno de ellos lanzó un gemido de desagradable sorpresa. En la playa, al sol del amanecer, yacía el cuerpo hinchado y amoratado de una persona. La cara se hundía en la arena todavía húmeda. El más atrevido de los pescadores intentó levantar la cabeza de ese cadáver gordo e inflado por el pelo. Un rostro ciego dio los buenos días con una irónica mueca de dolor.

Frente al puerto los turistas se agolpan a la espera de algún rayo de sol. Es un dique largo y profundo en el mar. Los barcos pasan lejanos en un ajetreo calmado y relajante. Las murallas de la ciudad se muestran esplendorosas. Sobre una de sus paredes, una muchacha se sienta y deja colgar sus largas piernas a lo largo de las piedras. Nadie deja escapar su mirada de esa bella silueta recortada al sol. La joven levanta sus brazos y se recoge el pelo en un gesto lleno de inocente sensualidad. Sus pechos desnudos se ahogan en el último sol que se pierde en el recto horizonte del mar.

Benjamin Redneck 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

El sueño de la locura produce el horror

La noche es una galería interminable de monstruos vivos y muertos. La noche es un espectáculo dantesco de personajes grotescos que babean sus papeles y su carne putrefacta se descompone para regocijo del público. Durante la noche los maestros pasan lista mientras pasean entre las filas de pupitres blandiendo sus reglas amenazantes. Un aviso, dos avisos, tres avisos... un terrible chasquido cruza el aire y se estrella contra una carnosa y rosada mano. Una lágrima se escapa y recorre un gesto que trata de ocultar la crispación y el dolor. El odio acaba de clavar sus garras en un corazón todavía demasiado tierno; y chupa como una sanguijuela el alma de ese ser infantil y primario.

Desde la última luz, las escenas se suceden una tras otra. Todos los recuerdos desde los más primigenios hasta los más recientes. En una rigurosa procesión cronológica. Se convierte en un desfile impúdico de cada uno de nuestros errores y nuestras infamias. Aquellas que han sembrado de sombras cada uno de los rincones de nuestros corazones. Son los puntos oscuros que se propagan a través de las conexiones neuronales hasta cegar cualquier otro vestigio de razón posible. En una tarde fría y ventosa, un camino se aleja diseccionando un campo yermo e infinito. Los tonos grises de un cielo borrascoso tiñen los ocres de la tierra manchando la paleta del pintor. Una silueta se pierde en el camino diciendo adiós para siempre. La lágrima se convierte en la consecuencia de un aire seco y helado. La silueta se pierde para siempre en las tinieblas de una tormenta no demasiado lejana. En su mente apostaba que aquella despedida no significaba el fin. La noche le recordó que su mente se había equivocado rotundamente.

La oscuridad total se convierte en un gris que adquiere diversas tonalidades. Las siluetas consiguen formas borrosas y se dibujan sobre fondos plateados. En medio de un bosque incomprensible de pensamientos sin sentido, un alarido cruel sacude todo el mundo desbocando un acantilado de laberintos repletos de atajos. Es una llamada extraña sin localizar que hace retumbar los cimientos del sueño. La amenaza de la relajación placentera, de la noche despejada, se ha perdido en un grito agudo y ensordecedor. Las piernas se agitan violentamente mientras los ojos se abren con fiereza para tratar de mantenerse a flote en algún sentido todavía vivo.

Los especialistas médicos habían diagnosticado sin contemplaciones la enfermedad. Se trataba de un simple y anecdótico trastorno médico. El paciente fue situado frente a una blanca pared. Los hombros rectos y la mirada al frente. Sólo faltaba un bigotudo oficial sable en mano ordenando al pelotón abrir fuego. Una salva incendiaria de balas de acero directas a destrozar, todas a una, un rojizo corazón. El médico enarboló con orgullo una pluma plateada. Excelente calidad que podría convertirse en indicativo de los cuantiosos emolumentos del señor facultativo. Quizá compaginaba una clínica privada, esmeradamente atendida, con sus obligaciones públicas. Paseó la estilográfica de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Ordenó al paciente que siguiese la pluma con los ojos, inmóvil el cuerpo contra la pared blanca. Un trastorno mental transitorio y leve fue el diagnóstico. El remedio, una panacea de pastillas de excesivo precio. Llegada la noche, el paciente se recostó en su
cama. Sus ojos, nerviosos y vivos como nunca, se clavaron en el oscuro techo de su habitación. Si los cerraba y se dejaba vencer por el sueño, su corazón se quedaría parado. Su vida fulminada sin ni siquiera haber sido consciente.

La noche se ha convertido en un lienzo infinito. Un campo donde un viejo desdentado y ciego devora ansiosamente los restos putrefactos de un antiguo festín. Ancianas desnudas, con sus cuerpos colgantes y flácidos, bailan extrañas canciones mientras se besan con pasión y escupen sin reparos su excitación antigua y carcomida. El sueño vence en medio de un remolino tempestuoso que se hunde en las profundidades del mar. El cansancio se convierte en un peso insufrible. El sueño protagoniza un bálsamo reparador. Debe ser lo más parecido a la última sensación de alivio que acompaña a la muerte.

Benjamin Redneck 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Año jubilar de Sor Juana Inés, madre meretriz de la calle de los Derechos

1. Terremoto

Una a uno, todos los abogados colocaron sus piezas encima del tablero. Decidieron celebrar el natalicio del nuevo gestor mediante una solemne promesa. Cada uno de ellos debía adquirir el compromiso de no finalizar la partida hasta no haber agotado todos los movimientos posibles. Cada uno de ellos juraba por su honor jugar cada uno de sus fichas disponibles. El foco de luz disminuía y se centraba sobre el tablero donde todos los peones habían formado sus respectivas líneas. El gestor, celebrado y honrado en aquel sacrificio lúdico, golpeó con fiereza el centro del tablero y la desolación se convirtió en la nueva regla.

2. Retirada de escultura

El director de la obra dedicó sus mejores esfuerzos a la zona de galerías. Su palacio se levantaba en uno de los lugares más aventajados de la ciudad. A los pies del lienzo sur de la gran muralla que rodeaba la ciudad. Uno de los puntos más seguros de aquella maloliente urbe cuajada en barro y excrementos. Su teléfono sonó a primera hora de la mañana. Le anunciaban la llegada a la sala de honores de un calendario de fechas permanentes. Nunca las decisiones debían dejarse por sentadas en aquel fatídico espacio donde no corría el tiempo. Las medidas eran inútiles, sin sentido alguno. No existía dimensión. Solo un órgano que emitía un leve quejido agudo y breve que se prolongaba años y años. Desde la calle, algunos curiosos apoyan sus sucias cabezas sobre las paredes de aquel extraño y negro palacio. Los ojos se aventuran más allá de las mirillas. Incluso, algunos, afirman con solemnidad que el viento por los pasillos emite un sonido lastimero que dice entre susurros: “En tránsito…”

3. Puntos negros. Zonas ajardinadas

Todos los usuarios demandaron la más cruda realidad. Según los dictámenes de la consejería correspondiente, el derecho de autonomía debía restringirse a situaciones muy concretas y a momentos determinados del día. Por supuesta, se decretó el toque de queda nocturno. Desde la puesta de sol hasta el amanecer. Así los confirmaron los informes favorables de la jurisprudencia y de la costumbre, siempre aceptada como ley desde los orígenes. Todos los espacios circundantes y los edificios más emblemáticos serían sometidos a un programa de especial vigilancia y cuidado. Los monumentos, desde hacía generaciones, eran espacios reservados de rondas interiores privilegiadas. Los monumentos ya no eran edificios, solo mausoleos donde dormitaban los locos.

4. Cultura rectora como medianera necesaria

Cuando necesites la urgencia del conflicto, convoca a los mayores artistas. La incomodidad de la situación nunca podrá agravarse ante la presencia desmedida del escultor vanidoso y egoísta que reclama su parte del botín. Ni todas las palabrerías ya escritas y aceptadas como buenas podrán convertirse en parte interesada, ni las donaciones desinteresadas se erigirán en abogado
defensor de las causas perdidas. Los consejos ya no pueden reconocerse como agrias soluciones ni nunca podrán resolver las grietas de una defensa famélica mal entendida. Las señales se refieren a la permanencia de las interpretaciones y las voluntades que subrayan la incuestionable necedad que otorga el tiempo despiadado. El alcalde golpeó con un gesto seco y habilidoso dando por finalizada la sesión. A veintiuno de octubre de dos mil tres.

5. El haiku de la cueva

La posibilidad de contemplar el fondo concluyó cuando la pintura se convirtió en una ecuación matemática.

Benjamin Redneck 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Imitaciones Transformadas en Verdades

1. Un vino entre sollozos 

Las etiquetas indicaban el precio que había señalado el propietario. Algunas de las botellas procedían de una de sus mejores bodegas. Se encontraba a unos pocos kilómetros de Burdeos. En una finca privada y fuertemente vigilada. Nadie, excepto los trabajadores, ciegos y mudos, podían acceder a aquel reino misterioso del vino. En aquella época los agentes comerciales del propietario se lamentaban de una añada especialmente agria. Uno de ellos, de nombre Bill y apellido Frericks, lloraba entre trago y trago de aquel ácido caldo. El propietario, rojo de la ira, agarró al desdichado Bill por la pechera y con un gesto poderoso le arrojó a una de las cubas más grandes de la bodega. Se murmura que en aquella cuba todavía se escuchan los lejanos sollozos de Bill. 

2. La vanguardia como primera apuesta 

Desde hacía años ejercía con diligencia su cargo de rector. Sin embargo, su pasión verdadera discurría por otros derroteros. Desde su más tierna infancia leía y releía tebeos. Había convertido sus sueños en una inmensa pinacoteca llena de diálogos imposibles y llamativas escenas. Su hermano Gillian siempre le había animado para que diese rienda suelta a su gran amor; le animaba a que dibujase las historias que rondaban por su cabeza. Nunca pudo hacerlo. Más poderoso y pesado eran los consejos que recibía de su padre, empeñado en convertir a aquel joven, escuálido y tímido, en un hombre de provecho y bien considerado en los influyentes círculos de sociedad que su progenitor siempre pretendió frecuentar. Pasados los años, sus manos pasaron de ser un potencial centro de creación a convertirse en una previsible herramienta que satisfacía demandas ajenas y que lograba con suma facilidad la aprobación de sus superiores. Tanta dedicación desembocó en un reconocido cargo de rector de una universidad provinciana. El pasado día 14 de noviembre, el juez encargado del levantamiento del cadáver del rector de la universidad provinciana confirmó la teoría de suicidio. El cuerpo fue localizado a primera hora de la mañana por su hermano Gillian. 

3. Grietas en la estación (del norte) 

El señor Demetrio Soriano estudió en el grupo escolar del norte. Uno de los más afamados y aventajados de la ciudad. Sus alumnos se encontraban entre lo más granado de la administración pública y dirigían los complicados resortes de la empresa privada con eficacia demostrada. Desde el año 1983, el señor Soriano ocupaba uno de los despachos privilegiados en la última planta del edificio central del Ministerio de Obras Públicas. Un lugar soleado y apetecible con vistas a los jardines que rodeaban el edificio. Su puesto suponía la gestión de todos los proyectos de rehabilitación de infraestructuras viarias. Un día, durante el mes de julio, agotado y sudoroso, levantó los ojos de la pantalla del ordenador. En una esquina de su despacho una pequeña grieta asomaba descarada. Se acercó, la observó con minuciosidad. Midió su anchura y longitud. Abrió la ventana y se arrojó al verde vacío de los jardines del Ministerio. 

4. Manuscritos entre muros 

El vídeo se había convertido en el ganador de esa estúpida agenda que debía ordenar sus preferencias y particulares aficiones. Regla fundamental: hacer algo poco provechoso y de escasa utilidad. El centro humano de su piel se había transformado en un manuscrito acartonado donde el moho campaba a sus anchas. Durante aquel viaje histórico pensaba llenar metros y metros de estanterías resguardadas para la memoria. Mientras, su piel se resquebrajaba y los hongos izaban victoriosos su bandera sobre la carne podrida.


Benjamin Redneck

lunes, 17 de noviembre de 2014

Baudelaire y la crítica de arte

El arte puede concebirse como un hecho cultural destinado a despertar en el espectador al que va orientado determinados sentimientos. Existe amplia literatura en torno a esta cuestión y sobre el fin último del objeto artístico. De la misma manera, se sostiene que en el arte se produce un proceso de interacción en el que juegan un papel fundamental tanto la propia obra de arte como el receptor de la misma, el espectador, un tema también profundamente tratado por la investigación. La literatura profesional en torno al arte, para algunos, nace dentro del panorama general del Renacimiento italiano; un tipo de escritos, la mayoría de ellos con una clara intención didáctica o reivindicativa. Habría que esperar hasta el siglo XVIII, y especialmente el XIX, para que este tipo de narrativa en torno al arte madurase y adquiriese la condición de la acepción moderna de la crítica como la plasmación de la opinión de autoridad de determinados expertos que en base a sus supuestos conocimientos podían dirigir los gustos estéticos de la sociedad a la que dirigen sus escritos.

A partir del siglo XVII se produce un interesante movimiento que traslada el eje estético desde la península italiana hasta la corte francesa de los borbones. Es en este siglo cuando las autoridades políticas francesas comprenden el poder disuasorio del lenguaje artístico que pretenden encauzar de acuerdo a las directrices de la recién creada academia de bellas artes. Esta es la institución que debe regir los principios artísticos del reino de Francia según unos postulados que, a día de hoy, consideraríamos extremadamente inamovibles. Se crea una suerte de arte institucional y oficializado que recibe los parabienes de las autoridades y de todos aquellos que disponen de la capacidad suficiente como para convertirse en consumidores de arte. Con el paso del tiempo, los Salones se convierten en el escaparate de todo el arte que nace en torno a esas anquilosadas instituciones empeñadas en una visión demasiado monolítica de lo que debe ser el arte. El caso español es especialmente revelador de esta situación, ya que después de las glorias del pasado, la pintura decimonónica se sumergió en un letargo en exceso formal y carente de la genialidad anterior de la escuela.

Paralelo al fenómeno de los Salones surge toda una literatura crítica del arte también muy en relación con el fenómeno periodístico, otro de los grandes hitos culturales del siglo XIX. La prensa parisina se llena de multitud de escritos y plumillas que ensalzan la grandeza de algunos pintores mientras que hunden las aspiraciones de otros muchos. Y en toda esa secuencia el arte ha de acomodarse al férreo dictado de la Academia, sólo transgredido a finales de ese mismo siglo en un proceso revolucionario que cambiaría para siempre la pintura.

Uno de los más apasionados críticos de arte del momento fue el poeta Charles Baudelaire (1821 – 1867). Siendo uno de los principales representantes de la poesía simbolista de la Francia decimonónica no pudo sustraerse del embrujo del hecho artístico, al que dedicó multitud de escritos y artículos en torno a la pintura de su tiempo de acuerdo a lo que podía contemplar en los Salones parisinos. Sobre esa base estableció todo un corpus teórico sobre su propia visión del arte, de sus aspiraciones y sus implicaciones. Baudelaire distinguía dos principios artísticos: uno externo, simple y fácil, asequible en cierto modo; frente a él, existía, sin embargo, un arte con mayúsculas, interno y sublime, casi sagrado, reservado tan sólo a la genialidad de los más grandes, de los verdaderos artistas.

Baudelaire, hombre de su tiempo, comprendió el vertiginoso nuevo camino que había emprendido la sociedad que le tocó vivir. El arte se encontraba inmerso en un proceso de regeneración que anunciaba nuevos tiempos de modernidad que implicarían un era novedosa y extraña. En definitiva, Occidente vivía los convulsos años de esa extraña transición en que se salía de la oscuridad de los tiempos antiguos mientras nuevas sombras se cernían sobre los pueblos de Europa en nombre de la modernidad y una industrialización deshumanizada. Un proceso que se enraíza en el tiempo y que en el siglo XIX muestra todas sus facetas descarnadas. Frente a esas convulsiones y la perspectiva de un nuevo mundo, surgen algunas voces que añoran Arcadias idílicas y pasadas como antiguos paraísos de eterna felicidad. No es de extrañar pues el odio profesado por el poeta Baudelaire a la fotografía, nueva técnica que concebía como el refugio de los pintores mediocres.

Las transiciones despiertan miedos y pasiones enfrentadas entre las promesas de un futuro esperanzador y los pasados gloriosos en exceso mitificados. Baudelaire defendía el genio que creía amenazado por el exceso de un cientificismo gris e inhumano que triunfaba a marchas forzadas en la vieja Europa alumbrando un nuevo mundo que ni él mismo, ni en su labor crítica ni como poeta, sería capaz de concebir.

Luis Pérez Armiño 

domingo, 9 de noviembre de 2014

El trabajo os hará libres

Es difícil calcular la hora cuando la niebla oculta el sol. Hace frío. Son los últimos días del mes de septiembre. Al mediodía la temperatura sube lo suficiente como para poder disfrutar de los últimos rayos de luz y del calor de un verano que se resiste a finalizar. Pero durante los primeros momentos de la madrugada el frío tenaz insiste en recordar, una y otra vez, que el verano se está acabando. Se acabaron las largas jornadas al sol, la tranquilidad sin prisa, el agotamiento del descanso ininterrumpido. El frío, húmedo y persistente, se mete entre la ropa y cala los huesos. Lo normal en una fría mañana de septiembre.

El sol se esconde tras las grises nubes. Es apenas un débil resplandor que insinúa su presencia. La humedad se incrusta en los tejados ofreciendo brillos imprevisibles. Las torres de las iglesias se pierden borrosas en el horizonte. Es una niebla de septiembre. Cuando avance la mañana desaparecerá y dejará sitio al sol de un verano sentenciado.

Es una hora temprana. Se distingue por los bostezos, las muecas de cansancio y hastío, y los ojos enrojecidos por la falta de sueño. El primer frío otoñal se impregna en cada persona. Una marea humana despertada violentamente, cada vez más densa, inunda las calles. Cientos, miles de hombres y mujeres, sin distinción alguna, aferrados a sus abrigos grises. Forman prietas columnas que marcan un ritmo despiadado y cruel envuelto en un grito sordo y vacío, escalofriante y deshumanizador. En las calles sólo se distingue el revuelo de los cláxones de los coches, lejanos silbidos y pitadas que imponen órdenes, el murmullo apagado de la muchedumbre gris y el cansino taconeo sobre los adoquines todavía húmedos. La muchedumbre se adentra en las fauces del infierno.

Bajo el aparente caos de rostros desconocidos, de ojos llorosos y narices congestionadas, de gafas empañadas por el vaho, existe una inquietante y aterradora ley que dispone el orden de la masa humana. En un estrecho andén se apelotonan las columnas de recién llegados. Parece que cada uno y cada una sabe el sitio que debe ocupar mientras espera la llegada del tren ante la mirada impasible de vigilantes, funcionarios y operarios. Un reloj marca de forma machacona los minutos que faltan para la llegada del próximo convoy. La espera es interminable. El ambiente se caldea en el andén. Una extraña mezcla de olores invade la atmósfera de la pequeña estación. Diez minutos…, cinco, cuatro, tres… uno… El tren ha llegado.

El gris convoy desfile lentamente ante la muchedumbre abarrotada ante el andén. Se adivina un rostro apático en el habitáculo destinado al conductor. En cuanto la máquina detiene su paso, se abren con un ruido ensordecedor las puertas de los vagones. Inmediatamente, la multitud irrumpe en los coches agolpándose en las entradas y en las ventanas que dan al exterior. Los vigilantes insisten cada vez más irritados. Si la gente se coloca al fondo de los vagones podrá entrar más personas. En medio del murmullo generalizado, cada vez más alto, se empiezan a escuchar los primeros gritos de protesta y las primeras órdenes de los vigilantes y de los operarios. En un extremo del
coche, en un rincón perdido, alguien recuerda que es una persona. Desde que se sumergió en aquel túnel oscuro y cálido, era sólo ganado. Ni más ni menos. Y como tal, los vagones se hacinaban hasta su máxima capacidad. 

A ojos de los funcionarios y administradores la cuestión era simple y evidente: optimizar cada transporte y cada convoy. Lo que sucediese dentro era algo irrelevante. Cuestión de cifras. Cada vagón podía contener hasta setenta personas de pie. Una al lado de la otra. Los cuerpos en excesivo contacto, respirando el aliento del compañero. Aferrándose a los brazos de desconocidos para no perder el equilibrio. El aire se condensa, el calor se hace cada vez más insoportable. Es un calor demasiado humano, maloliente y pegajoso. Se puede masticar. Las frentes se llenan de sudor y las caras se congestionan ante la angustia. En algunas partes del vagón es prácticamente imposible respirar. Las puertas se cierran de forma mecánica y sin contemplaciones. La ansiedad se apodera de algunos de los “pasajeros”. Es imposible no mirar a los ojos desorbitados de los compañeros de viaje.

Una anciana, llena de desesperación, golpea insistentemente la puerta con sus huesudas manos. Sus gritos no obtienen ninguna respuesta. Sólo indiferencia. Alguna mirada de compasión. Entre las gotas de sudor que caen desde su frente, se distingue una lágrima que recorre su mejilla desde sus ojos hundidos y grises. 

En el exterior, algunos operarios y vigilantes se pasean por el andén libre revisando uno a uno los vagones del convoy. No hay prisa. Los coches ya se encuentran a rebosar. Simple cuestión de cifras y optimización de unidades. La espera asfixiante en el interior es desesperante. Se hace interminable. Muchos son conscientes del destino de su viaje. Un matadero, lento y pernicioso. No van a una muerte rápida e indolora. Su agonía se prolongará durante días y semanas; meses e, incluso, años. La crueldad desquiciada que se complace en la lenta y dolorosa inquietud de la víctima.
Por fin, un pitido pone en marcha el convoy. El transporte coge velocidad mientras que para los pasajeros, hacinados en sus vagones, todo se vuelve oscuridad. 

Por fin, después de un desquiciante trayecto, de cuerpos apiñados y sudorosos, de tensiones y crispaciones, de nervios desquiciados y mentes destrozadas, angustias y ansiedades, la luz inunda el vagón hacinado. Una voz femenina, excesivamente metálica, inunda el tren que aminora su paso mientras se aproxima a su destino. “Próxima estación: Ópera. Atención: estación en curva. Al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”.

Las puertas se abren con un sonido descorazonador y vomitan su carga.

Luis Pérez Armiño 

domingo, 2 de noviembre de 2014

La necesaria documentación previa

El pasado 26 del presente mes dimos noticia de uno de los hallazgos arqueológicos más espectaculares que han tenido lugar en el ámbito académico en los últimos años. De forma somera, se describía la presencia de evidencias de dos estructuras que revelaban algunos datos sorprendentes: una elaborada simetría constructiva que podría indicar algún tipo de elemento implicado en la ordenación del territorio. Sin embargo, a la luz de los datos obtenidos, es difícil precisar su papel en su contexto cultural particular. Es más, es imposible arrojar luz sobre el grupo humano responsable aunque sí podemos considerar su enorme complejidad cultural. 

Ante la falta palpable de información, la correspondiente delegación territorial de arqueología ha decidido diseñar todo un proyecto de investigación que pueda aportar una información fidedigna, científicamente probada, sobre el significado último de los restos, al menos sus huellas, localizadas.

El protocolo previsto para este caso se encuentra recogido de forma precisa y detallada en los desarrollos teóricos y prácticos de la ciencia arqueológico; de hecho, las autoridades, conscientes de la trascendencia patrimonial de la actividad arqueológica, decidieron otorgar un soporte legislativo que asegurase la profesionalidad, cientificidad y rigor ético de la práctica profesional y académica. El objetivo buscado por los legisladores era la puesta en común de los resultados de la investigación arqueológica y su aprovechamiento público en beneficio de toda la sociedad. 

Todo hallazgo, sea cual sea su entidad, ha de ser comunicado a la autoridad pertinente. Si no tuviese lugar esta comunicación, el responsable incurrirá en una falta de omisión. En el asunto que nos trata se ha producido la debida comunicación a través de los cauces apropiados. La patrulla de desbroce informó de forma inmediata de la presencia de dos "huellas" de aspecto extraño que no eran de origen natural. Realizada la oportuna comunicación, registrada según se indica reglamentariamente, la oficina administrativa comunicada traslada el hallazgo a la delegación territorial competente de arqueología. Se inicia, entonces, si así se considera oportuno, el protocolo de intervención oportuna.

Por lo tanto, ante los informes técnicos que avalan la relativa importancia del hecho comunicado, se ha decidido iniciar la investigación de la zona afectada por los hallazgos mediante un concienzudo trabajo de documentación. 

La delegación cuenta, para estas ocasiones, con un personal específicamente designado para llevar a cabo esta "prospección" más propia del trabajo archivístico. En todo caso, se trata de un paso previo e ineludible de toda investigación arqueológica. Así, los resultados han sido poco esclarecedores: son muchas las referencias que se esconden bajo la descripción de "huellas cuadradas y redondas en el suelo". Desde sistemas de riego, a balizas de señalización. En cualquier caso, todos los resultados que aludían a algún tipo de actividad animal han sido descartados ya que en ningún caso se puede encontrar paralelos con la perfecta simetría de las huellas localizadas. Sin embargo, el sistema de riego ha de ser desechado debido a la naturaleza del terreno sobre el que se asienta: una zona de granito pulimentado. Este hecho revela una información complementaria que puede resultar fundamental para lograr la comprensión total del importante hallazgo arqueológico que no trae entre manos.


Luis Pérez Armiño 


domingo, 26 de octubre de 2014

Primeras noticias sobre un hallazgo arqueológico



Durante unos habituales trabajos de desbroce de monte bajo en la antigua región conocida como Valencia (en alguna documentación aparece referida como Comunidad Valenciana) se ha localizado una estructura que despertó la curiosidad de los trabajadores. Inmediatamente dieron noticia a la correspondiente delegación territorial de arqueología, alertados ante la posibilidad de un hallazgo de potencial valor histórico y patrimonial.

Desde la oficina territorial se tomaron las medidas oportunas ante la posibilidad de un nuevo hallazgo arqueológico activando el correspondiente protocolo. Se valoró la creación de un equipo que valorase la pertinencia del inicio de trabajos de investigación en la zona; un segundo equipo se ha encargado, como paso preliminar, de documentar toda la región en busca de referencias que puedan aportar algo de luz sobre posibles formas de vida pasadas en los puntos geográficos donde se han realizado los hallazgos. Siendo estos trabajos previos satisfactorios, la delegación territorial decidió el envío de un equipo que debía documentar in situ la relevancia del potencial yacimiento arqueológico.

Imagen I
Los primeros informes han resultado altamente satisfactorios, aportando una valiosísima información gráfica sobre la presencia de unas extrañas estructuras, de origen antrópico, sin que todavía podamos esclarecer con seguridad su posible función a la espera de futuras investigaciones.

Los arqueólogos decidieron realizar una remoción superficial del terreno localizando huellas de una posible estructura que revelaría una antigua construcción. Como se puede observar en la documentación gráfica aportada (Imagen 1), se trataría de alguna construcción de planta circular enmarcada por un perímetro cuadrado en el que se ha comprobado la existencia de cuatro pequeños orificios que se corresponderían con las esquinas. A partir de la huella es posible deducir que se trataría de algún tipo de elemento circular circundado en todo su perímetro por una estructura defensiva. De similar interés es el hoyo documentado justo en el extremo norte de la primera estructura documentada: se trataría de un pequeño agujero rellenado posteriormente. No es posible, sin embargo, establecer una relación cronológica fiable entre estas dos evidencias.

Imagen II
Dada la entidad del hallazgo, los arqueólogos decidieron realizar una nueva cata. Para ello, se trasladaron, dirección norte, a una distancia de un metro o dos de la prospección previa. A nivel superficial, de nuevo, se localizó una estructura similar a la referida anteriormente (Imagen 2): un perímetro cuadrangular, con un pequeño orificio en cada una de sus esquinas y, en su lado norte, más difícilmente perceptible, evidencias de una cavidad de sección circular rellenada intencionalmente. De nuevo, no existe una relación cronológica evidente entre estas dos estructuras. A diferencia del primer hallazgo, no ha sido posible, a simple vista, distinguir una estructura circular interna. Por otra parte, el círculo colmatado situado más al norte parece haber sido protegido en su perímetro norte por una potente estructura de sección cuadrada (aunque resulte aventurado, podría tratarse de algún tipo de pórtico o entrada monumental).

El potencial valor documental de estos hallazgos, sin duda, hace recomendable la continuación de los trabajos de investigación en la zona. Por el momento, se han localizado dos estructuras de origen antrópico y de una simetría sorprendente. No disponemos de más datos que puedan arrojar algo de luz sobre su posible apariencia, aparte de los ya referidos, y mucho menos sobre su función. La ampliación de los trabajos de prospección, para delimitar la potencia del yacimiento, y los correspondientes trabajos de excavación podrían arrojar algo de luz sobre el que puede ser unos de los mayores descubrimientos de la arqueología en los últimos doscientos años.

Luis Pérez Armiño






domingo, 19 de octubre de 2014

Las filas del hambre

El hambre arruga el estómago. Produce un pinchazo agudo que se clava en las entrañas mientras gime con insistencia reclamando su presa. El hambre no suele hacer distinciones inútiles. Hombres, mujeres, niños y niñas, animales. Al principio las molestias son vagos recuerdos de un hábito olvidado. Con el tiempo, esa melancolía se convierte en un dolor que se clava profundo y ancho. Sujeta con fiereza los intestinos y los retuerce hasta su último jugo. Exprime los músculos y sólo deja huesos blancos. Los ojos se pierden para siempre en sus cuencas y por un agujero negro y oscuro se asoma el abismo absoluto de la derrota. 

El hambre no es anarquía. No obedece a ninguna regla del caos que trate de armonizar los elementos y los no - elementos del universo estúpido que nos ha tocado vivir. Tan estúpido e incoherente que dicen que es infinito. El hambre también lo es. Se puede prolongar y prolongar durante metros y metros... Llega a alcanzar kilómetros y rodea toda la geografía. Se expande como una temible y ciega mancha de aceite que engulle a sus víctimas y las consume mientras se regodea relamiéndose y apurando los restos putrefactos. Nada escapa al hambre, ni los muertos. 

El hambre se ordena en filas. Miles de rostros uniformados según diferentes categorías. Ojos asustados que enseñan sus pequeños brazos tatuados esperando su turno para ser recibidos por el señor hambre. Seres famélicos, una horda desarrapada atrapada en el infierno del hambre.

Mientras, el fracaso pasa lista al número interminable y creciente de los fieles hambrientos. Todos acuden a la llamada del hambre. Las migajas se convierten en suficiente reclamo. Sólo exige un pulcro orden que determina una larga y tediosa fila. En ese espacio irreal y prolongado, cada uno debe ocupar pacientemente su lugar apropiado. De acuerdo a su disponibilidad de tiempo, de acuerdo a la conciencia, y según el hambre apriete, cada uno recibirá su recompensa en forma de alimentos hipervitaminados y enlatados, imperecederos y proteínicos. Comida deshidratada y embolsada pulcramente, con la minuciosidad del cirujano, con la exactitud del relojero, del contable estadístico que desde una altura ciega decide la cantidad básica de calorías que debe asegurar la mínima existencia de un ser humano. 

La fila se prolonga y se extiende. Surge de las mismas entrañas del infierno que parece haber querido vomitar toda aquella escoria invisible. La muchedumbre, debidamente ordenada bajo unas leyes no escritas, se arremolina contra la pared. Sus miradas se pierdan y evitan a los testigos incómodos. Nadie quiere hacer pública su fe al hambre. 

Entre sus filas, las huestes esperan. Rostros ingrávidos que no se corresponden con las facciones humanas. Mujeres orondas y de falsa opulencia. Familias enteras de miles de vástagos desarrapados y revoltosos, ajenos al reparto de pobreza que tiene lugar delante de sus sucias narices. Borrachos de largas barbas y greñas enmarañadas. Algunos de ellos, en medio de sus sueños etílicos, se han
erigido como portavoces de la jauría de hambrientos. Sólo son capaces de emitir gemidos ahogados en vino y licores baratos de alta graduación. Otros prefieren recrearse en viejas aspiraciones abandonadas por la resignación y ordenan las filas de aquella tropa informe y demacrada. En medio, rostros llenos de ira, con miradas inyectadas en sangre, que claman venganza ante una injusticia incomprendida. Y en la mayoría de los casos, ojos perdidos y vacíos, pómulos marcados y labios resecos. Son los derrotados. El hambre les ha vencido con creces y los ha convertido en sus prisioneros. 

En una esquina, una niña estalla en sollozos y esconde su rostro contra la pared. La madre, agotada, dirige su vista hacia aquel muro convertido en testigo mudo de las lágrimas de su hija. Pasa su brazo por los delgados hombros de la chiquilla morena que se ahoga en su propio llanto. No tiene respuesta, sólo una bolsa de plástico blanco llena de miseria. 

Luis Pérez Armiño

Valencia, 3 de abril de 2014


domingo, 5 de octubre de 2014

Conciencia III

Dice Marvin Harris que la contracultura es un asunto jovial y sin trascendencia. Un juego de niños y niñas bien, criados bajo la comodidad del estado del bienestar, amamantados en el triunfo burgués de una clase media acunada en los frutos del capitalismo feroz e industrial, contaminante y deshumanizador. En resumen, la contracultura podría entenderse como un divertimento de la juventud, una locura sin peligro ni consecuencias, tarea propia de la edad. En otro sentido, afirma que la contracultura es una válvula de escape hábilmente diseñada por el establishment para que los jóvenes encuentren un desahogo a esas pueriles ideas que pretenden cambiar un mundo cuyos pilares se han anclado con fiereza en las entrañas mismas de la historia. 

El antropólogo norteamericano cita argumentos de peso que cimientan ese esnobismo alternativo, tan propio de la edad juvenil, que la academia conoce como contracultura. Sería imposible que los jóvenes reivindicasen un mundo más justo sin la estruendosa banda sonora de la música alternativa pero, ¿dónde enchufarían sus amplificadores? ¿Cómo podrían embarcarse en largos y costosos viajes iniciáticos alrededor del mundo sin recurrir a los contaminantes medios de transporte? ¿Cómo accederían a ese torrente de contra – información si no fuese gracias a las grandes corporaciones que facilitan las actuales redes de información? Es decir, concluye, la contracultura, en sus más variadas expresiones, no es más que una estrategia finamente hilada desde las élites pensantes para encauzar toda la energía juvenil que aboga por un reparto más equitativo de los recursos. 

Como parte de la contracultura, Harris cita la libertad de la Conciencia III y la droga, no como sucio negocio en el que solo se lucran unos seres depravados a costa de la ruina de otros; más bien como supuesta fuente de conocimiento, una puerta a un mundo de percepciones ajenas a la normalidad de nuestra dimensión más cotidiana y, por tanto, más aburrida. 

Sin embargo, el recurso a la Conciencia III, a las drogas psicotrópicas o a la contracultura se convierten en mero argumento con el que Harris pretende atacar una corriente de pensamiento más moderna que propia modernidad: esa que se sustenta en el ataque contra la pretendida objetividad del sistema científico social. Algo previsible, si consideramos que Harris ha convertido el materialismo en su bandera académica desde que descubriera que en la India la vaca es sagrada debido a los enormes beneficios aportados por sus excrecencias. Harris encierra todo en un mismo saco donde el abuso de las drogas adquiere la misma consistencia intelectual que aquellos que defienden la historia como narración ajena a las pretensiones de esa supuesta cientificidad que dominó el panorama académico allá por los siglos XIX y XX. 

Harris discurre a través de los particulares sobre los universales de la construcción cultural. Y es, precisamente, en la construcción de ese dogma que pretende válido para la elaboración científica de lo social, donde todo el trabajo, de laboratorio y de campo, tiene que precipitarse al vacío.

La Historia se puede comprender como una serie de acontecimientos que ha ido dejando una serie de testigos que han de ser recogidos y, posteriormente, interpretados. En esa labor, entre testigo y testigo domina un espacio neutro donde campa a sus anchas una especie de materia negra que puebla todo de desconocimiento. ¿Cómo es posible trazar un relato comprobable científicamente de esos dominios de los que no disponemos de dato ni prueba alguna? Es entonces cuando hay que realizar un amplio ejercicio de fe que implique una confianza ciega y fanática en las bondades que pueden emanar de la cientificidad, siempre supuesta, de las disciplinas humanísticas. 

Y así, contra Harris, he decidido insistir de nuevo en la necesidad de desandar el camino que hemos recorrido con Harris y volver a izar la bandera de la subjetividad histórica como única metodología válida y propia de la ciencia social. Como toda revolución que se precie, será entonces cuando tiremos por la borda palabra tan odiosa como “ciencia” y expulsemos de nuestro paraíso a todos aquellos que han ocupado los nuevos tribunales de la fe en nombre del Dios – Ciencia. Entonces, concurriremos en una nueva y eterna PAX donde la especie humana, por fin, habrá decapitado al tirano escondido bajo la gran mentira de la Historia. 

Luis Pérez Armiño 

domingo, 28 de septiembre de 2014

De la subsistencia al linchamiento (II). Del rey al gentío

Habíamos hablado en otra ocasión, hace una semana en concreto, sobre los orígenes mismos de la caza como mecanismo de subsistencia de aquel ser humano primitivo y primigenio. Fueron los diversos avances, en la ciencia, la técnica y el saber, los que proporcionaron los medios necesarios para que el hombre, y por qué no, la mujer, se viese eximido de la engorrosa obligación de tener que matar a un animal para asegurar su supervivencia. Creo que somos muchos a los que nos tiembla la mano solo de pensar en tener que asesinar a un animal. 

Sin embargo, en los vericuetos del laberinto que se conoce como historia, no nos íbamos a librar del asunto cinegético. Ahora bien, ya no se trata de una cuestión primigenia. En cualquier caso, es un asunto secundario dirigido a la satisfacción del ocio, invento maligno que se asienta sobre la modernidad occidental tan mal entendida. 

La caza se convirtió en un asunto altamente socializado. Aunque con diferencias: en asunto ilegal si el cazador formaba parte de las legiones de la clase media y baja; asunto digno y deportivo, elegante incluso, si el practicante asesino era un señor o señora de bien. La caza se convirtió en marca de una determinada clase y elemento de distinción. De hecho, el cazador, señor opulento y magnánimo, podía permitirse observar como los perros cazan sedientos para él y le entregan sumisos las presas abatidas. 

Es necesario distinguir así un segundo momento, que se correspondería con el desarrollo de sociedades agrícolas y/o ganaderas, en el que la caza pasa a ser una actividad secundaria en dos órdenes. El primero, al proporcionar unos determinados complementos a la dieta. En este sentido, son muchas las fuentes que insisten en la importancia de la caza; me viene a la mente las muchas anécdotas que se refieren a las partidas ilegales, individuales o comunitarias, en zonas de reserva de caza exclusiva de determinados estamentos privilegiados. En este punto, he de referirme a ese segundo orden de la caza como actividad secundaria: es decir, la caza entendida como un divertimento de determinados elementos privilegiados de la sociedad. Una práctica que podríamos pensar erradicada en nuestra modernidad actual y que, sin embargo, ni mucho menos es así. En este caso, creo recordar la anécdota de cierto personaje ilustra, un rey de esos que pretende serlo por derecho divino, que se creía capaz de abatir el solo a elefantes; entre sus trofeos, incluso, creo que figuran osos embadurnados en alcohol. 

Parece evidente que existe una relación clara entre el placer de matar animales y la incapacidad intelectual del asesino.

Es un axioma fácilmente demostrable y ampliamente documentado. Solo es necesario hacer una relación detallada de todas las festividades veraniegas que inundan la geografía española. En multitud de pueblos y villas la diversión popular consiste en el acoso, agotamiento y muerte final de un pobre animal. Ante la presencia de la presa, se produce una especie de catarsis colectiva en la que la masa anónima, decididamente envalentonada por la ingesta de alcohol y la necesaria ausencia de capacidad intelectual mínima, estrella todas sus frustraciones y odios primarios e irracionales contra un pobre animal que, seguramente, ni siquiera entiende qué hace ahí, en medio de una plaza rodeado de una muchedumbre que le chilla roja de ira. Es entonces fácil vislumbrar la verdadera naturaleza humana; la del que se pretende valiente y esconde su cobardía en el anonimato de la muchedumbre; la del que desata su violencia, que lleva arraigada en su cerebro primate y pueril, contra un animal indefenso y noble que solo se defiende de una muerte injusta y cruel. 

Y en estos casos es fácil recurrir a la cultura como la forma de perpetuar hasta el infinito la crueldad humana. No es arte ni mucho menos cultura. Es el ser humano en su esencia, incapacitado y cobarde.

Luis Pérez Armiño 


domingo, 21 de septiembre de 2014

De la subsistencia al linchamiento (I). Sobre la subsistencia y sus orígenes

En esta cuestión de las corrientes de pensamiento y actuación histórica ha cobrado cierto interés en los últimos años todo lo relativo a la alimentación. Desde la arqueología o a través del estudio de las fuentes documentales, los investigadores se afanan por trazar las líneas maestras de acto tan primario como necesario. El hombre, desde que es hombre, y la mujer, desde que es mujer, necesita urgentemente asegurar cualquier mecanismo que garantice su subsistencia. Este es el paso previo que posibilita otro instinto tan fundamental como es el de la reproducción.


En los caminos de la evolución diacrónica, los primeros pasos de la especie humana se vieron caracterizados por lo que se ha dado en llamar los sistemas de cazadores – recolectores. Como tal, no existía propiamente un sistema productivo. La especie se conformaba con el aprovechamiento de los recursos que ofrecía la naturaleza. Así, dentro de esta prehistoria de la producción podemos distinguir a su vez esos pasos primitivos que se sustentaban en el aprovechamiento carroñero de los recursos y una posterior mejora tecnológica que facilitó la participación activa en la obtención de los recursos: la caza. En ambos casos, la dieta se complementaba con la actividad recolectora. 

Surge entonces un proceso que algunos historiadores pretenden convertir en momento trascendental en el camino evolutivo de la especie: la domesticación de plantas y animales. El antiguo sistema basado en la caza – recolección es sustituido en parte del planeta por un sistema productivo que se basa en el aprovechamiento agrícola y ganadero de un determinado número de especies. El siguiente paso lógico nos lleva a dar un cuantioso salto cronológico hasta que se produce ese fenómeno sobredimensionado que supone la industrialización. Algunos investigadores y filósofos consideran que, a día de hoy (entendiendo este día totalmente ajeno a la literalidad de su significado; más bien se trataría de una especie de día cósmico que se sucede durante un número indeterminado de años), nos encontramos sumidos en medio de un nuevo torbellino que alumbrará una especie de mundo virtual contra el que ya se han levantado multitud de voces milenaristas y apocalípticas. 

Pues bien, en todo este entramado, una práctica ha sufrido una peculiar evolución que merecería ser centro de atención. Al fin y al cabo, puede enseñarnos más de la propia mente humana que todos los complejos psicoanalíticos juntos. Se trata de la evolución de la caza. 

En un primer momento, la caza obedece al sentido primario de satisfacer las necesidades básicas de subsistencia de un determinado grupo humano. Son muchos los estudios que abordan esta práctica tanto en la propia historia como en sociedades actuales que siguen fundamentando su economía en esta actividad. Ahora bien, parece necesario desmentir aquella afirmación que pretendía ver complicadas prácticas ecológicas en los pueblos primitivos. Son muchos los estudiosos que afirman, a la luz de las evidencias etnológicas actuales, que los pueblos primitivos pueden llegar a practicar la caza de forma masiva; incluso, más allá de sus necesidades alimentarias básicas. La caza proporciona, además de los recursos alimentarios, toda una serie de materias primas fundamentales en los procesos preindustriales de estas comunidades.
Luis Pérez Armiño

sábado, 13 de septiembre de 2014

Recientes investigaciones científicas

Dicen que los neandertales se sentían atraídos por los signos de pertenencia y exclusividad. Dicen que los neandertales son ante todo seres humanos. Luego, por tanto, se puede decir que son igual de estúpidos que nosotros y se sentirían irrefrenablemente tentados de demostrar su pertenencia a algún grupo específico o tribu a la primera de cambios.

En concreto, el titular periodístico sostiene la posibilidad de la existencia de algún tipo de marca (entendida ésta en un sentido amplísimo) que delimitase la pertenencia a un determinado colectivo. Por supuesto, el periodista, aburrido de la habitual crónica científica, encontró un hecho especialmente llamativo en la noticia: ¿no podría tratarse ese signo distintivo de un tatuaje? Es decir, en una hábil comparación etnoarqueológica, hemos de suponer que los neandertales se tatuaban sus fornidos (y, ¿por qué no?, peludos) brazos con un ancla marinera o un amor de madre solo para mostrar su pertenencia y lealtad a sus compañeros (y compañeras, por lo de la igualdad) de cueva.

Otra noticia es más inquietante. Al fin y al cabo, los hechos del pasado son solo eso. No es necesario recurrir a la sabiduría ancestral de eso que llamamos pueblo para saber, a ciencia cierta, que agua pasada no mueve molino. Es ésta una verdad como un puño. Por lo tanto, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que no tiene mayor trascendencia saber que los neandertales pueden ser igual de estúpidos que los humanos anatómicamente modernos con todas las letras. El problema es si la ciencia escribe el futuro…

Los primeros resultados de las investigaciones desarrolladas en el laboratorio coreano Seuponji Sillika Ga han despertado las alarmas más suspicaces de los comités éticos de investigación científica de todo el mundo. Al parecer, a la vista de los datos ofrecidos por los estudiosos coreanos, el laboratorio podría estar desarrollando algún tipo de vida basada en el silicio. En cualquier caso, se habrían superado otros ensayos en los que el silicio sí actuaba como un componente estructural de un ser vivo. De acuerdo a las noticias llegadas desde Corea, en este caso el silicio tendría un papel protagonista en el proceso metabólico. La descripción de “esto” es, por lo menos, preocupante: se trataría de una operación de ingeniería nano – bio – tecnológica cuyo resultado se ha traducido en un complejo molecular formado por la adición de partículas elementales de silicio. El ciclo vital de estas formas nano – biológicas comienza con la unión de determinados elementos hasta formar un ser complejo que posteriormente, por el habitual desgaste vital, ve reducida su masa y vitalidad. La única forma de perpetuarse es mediante el acoplamiento a otra estructura para formar un todo más complejo. A la espera de nuevas declaraciones, éstas son las únicas informaciones que han trascendido desde Seúl.

Noticias más felices nos llegan desde la India. Según recoge en su página Web Calcutta Post, una antigua estrella local de cricket ha patrocinado el desarrollo de una máquina que, en momentos de duda, permite adoptar las mejores soluciones posibles con un índice de error mínimo. Es tal la fiabilidad del invento, que sus desarrolladores han decidido bautizar su invento con un grandilocuente “máquina de la felicidad”. El mecanismo, según explicaban medios cercanos al jugador de cricket recogidos por los redactores del Calcutta Post, es extremadamente sencillo: el usuario debe incluir todas las posibles decisiones a adoptar; en segundo lugar, la máquina lanza una serie de cuestiones en torno a unas variables constantes que el usuario debe responder; con los datos aportados y de acuerdo a unos valores estándar que, según los creadores, definen la felicidad, la máquina ofrece cuál es la mejor decisión a adoptar de acuerdo a una serie de complejos cálculos estadísticos.

Según informa el rotativo indio, al ser preguntados los inventores por esos valores que definen la felicidad, los científicos declinaron responder más preguntas y se remitieron a la información contenida en la escueta nota de prensa remitida a los medios.

Luis Pérez Armiño 

sábado, 6 de septiembre de 2014

En el centenario de Toledo

Dicen los expertos que uno de sus grandes logros fue merecer su descubrimiento hace ya cien años. Toda su obra languidecía perdida en almacenes bajo la sospechosa mirada de los que entonces pretendían representar las buenas formas. Tuvo que esperar a que gente de fuera descubriese la genialidad que se escondía detrás de aquellas figuras alargadas artificialmente. Y por supuesto, una vez que el foráneo califica como extraordinario a un hombre (o a una mujer) o a su obra, los propios se limitan a mostrar su acuerdo con las palabras de ese extraño. Al fin y al cabo, el mero hecho de poseer el título de extranjería, siempre en cuando esté concedido en el norte, otorga la suficiente autoridad académica. 

No era el primero ni sería el último. En cuestiones de crítica, los expertos propios han preferido dejar que sean otros los que delimiten las sendas por las que ha de discurrir la opinión. 

En la paradoja que supuso a principios del siglo XIX la invasión francesa, con todo lo que implica de destrucción una guerra, fueron los invasores los únicos que apreciaron las cualidades del arte español. Tanto que decidieron llevárselo como parte del botín que debía compensar la maltrecha balanza de pagos bélica. No en vano, el Louvre puede jactarse de ser uno de los muchos museos europeos nutrido mediante los nobles modos de adquisición del pillaje y el saqueo. Mientras las iglesias y palacios eran saqueados por la soldadesca de la Grande Armée, la corte científica del emperador honraba la gloriosa memoria de la pintura española como uno de los logros más excelentes de la historia de la pintura española. 

Y así, aquel huraño y soberbio griego que se instaló en la imperial ciudad de Toledo fue recuperado por los desvaríos académicos de ilustres personajes y eruditos que poblaron el turbulento cambio de siglo, del XIX al XX, en una España sacudida, de la noche a la mañana, por la modernidad. 

La tensión de los fantasmales rostros y los cuerpos, casi desmembrados, que reptaban por el lienzo entre luces espectrales se convirtieron en un reclamo de estudiosos, investigadores e intelectuales empeñados en forjar una idea renovada y renovadora de la vieja España. Aquel pintor, místico y exaltado entonces, llegado desde Creta previo paso formativo por Italia, representaba a la perfección la espiritualidad de un pueblo arrebatado y piadoso que prefería dirigir sus plegarias al tormentoso cielo de Toledo antes que afrontar la dura realidad de los campos yermos y rocosos que rodeaban la ciudad. Miles de voces pretendieron ver en esos paisajes nocturnos y oníricos interpretaciones y explicaciones variopintas. Desde el exaltado hombre de fe que interpretaba los sentimientos piadosos de un pueblo, al pobre enfermo, deficiente visual, aquejado de un feroz astigmatismo que deformaba su realidad más cercana. 

Y así se cuenta la historia. Los años pasaron y aquel pintor fue visto y contemplado de mil y una maneras…, todas ellas, por supuesto, interesadas. Incluso, pintores y artistas se reclamaron sus herederos y exigían con virulencia convertirse en portadores de su visionario legado. 

Solo el sosiego y la calma, la meditación tranquila, permitió una relectura de la inmensa obra de El Greco. El ser místico, de la mirada defectuosa, fue contemplado con la supuesta calma que se supone al investigador. Historiadores del arte, arropados por un cientificismo infundado y pretencioso, ofrecieron una lectura que arrojaba al escenario público a un hombre extremadamente culto, que dominaba varios idiomas y que disponía de una amplia biblioteca con títulos de gran interés que no solo leía, incluso los comentaba. El pintor de la exaltación española de nuestro siglo de oro (en lo literario y en lo artístico, que no en lo político), se convirtió, de la noche a la mañana, en el pintor filósofo, calificativo avalado por la autoridad académica de figuras como Jonathan Brown o Fernando Marías. 

Y así, la “ciencia”, arrogante, nos robó, de la noche a la mañana, a ese genio testarudo y soberbio, que entre arrebatos de exaltación mística, ayudado por una vidriosa mirada aquejada de astigmatismo, y por qué no, algo miope, pintaba una y otra vez figuras y más figuras santas e inmaculadas que ascendían por sus telas como llamas caprichosas. Todo obedecía, eso nos cuentan, a un plan concienzudo y altamente intelectualizado, no a la capacidad de genio creador. De nuevo, la “ciencia”, arrogante y entre comillas, nos arrebató al genio. 

Luis Pérez Armiño 

sábado, 30 de agosto de 2014

Vacaciones

Sin previo aviso me despido por esta semana. La causa no es otra que, a mi juicio, unas merecidas vacaciones.

Y en este punto, a la vista de las alarmantes últimas noticias; a tenor de los recientes acontecimientos que han levantado en armas a nuestro pueblo patrio; y considerando la necesidad de contemplar con visión crítica la actual ocupación de los espacios públicos de nuestras ciudades y pueblos costeros…, solo puedo hacer una consideración: no es lo mismo el turismo de borrachera que el turismo low cost. He aquí cuatro reflexiones estúpidas sobre este novedoso y relevante acontecimiento social:

A) Considero y comprendo ambas formas de turismo. Sin embargo, para aquellos que, vistas las estrecheces económicas de la actual coyuntura, se ven obligados a convivir en infames B&B y demás estancias de mala muerte, menú diario en el mejor de los casos y vuelos hacinados en condiciones inhumanas…, no es lo mismo el turismo de borrachera que el de low cost.

B) Valoro igual de aberrante otras formas vacacionales. En general, todas se caracterizan por una exhibición impúdica de las facetas de nuestras vidas que, el resto del año, deseamos que permanezcan ocultas. Durante los inviernos, los otoños y las primaveras, la decencia se convierte en nuestra bandera; cuando el verano llega, con sus soflamas de libertad y desenfreno, oreamos todos nuestros vicios y defectos y los desenterramos. Como zombis, nos convertimos en la tragicomedia que evitamos el resto del año y sacamos a relucir nuestras orondas y blandas carnes a un sol asesino.

C) No veo diferencia entre las rubicundas nórdicas que presumen de sus rojizas voluptuosidades mientras sus caras lucen bobaliconas sonrisas llenas de alcohol, y las carnes patrias envueltas en pieles curtidas y ajadas por interminables horas de sol que se tambalean sin vergüenza con carcajadas desdentadas como banda sonora.

D) No es necesario mostrar una inteligencia superior a la media, disponer del título de la universidad más afamada en cuestiones químicas, para comprender el nuclear resultado de la fusión de las sexuadas hormonas nórdicas con las igualmente sexuadas hormonas latinas. El resultado es una implosión de proporciones épicas. Es un juego primario de caza, acoso y derribo bañado en alcohol low cost y sujeto al irrefrenable deseo que la exhibición descarada de carne propone.

Feliz final de vacaciones…

Luis Pérez Armiño