La noche es una galería interminable de monstruos vivos y muertos. La
noche es un espectáculo dantesco de personajes grotescos que babean sus
papeles y su carne putrefacta se descompone para regocijo del público.
Durante la noche los maestros pasan lista mientras pasean entre las
filas de pupitres blandiendo sus reglas amenazantes. Un aviso, dos
avisos, tres avisos... un terrible chasquido cruza el aire y se estrella
contra una carnosa y rosada mano. Una lágrima se escapa y recorre un
gesto que trata de ocultar la crispación y el dolor. El odio acaba de
clavar sus garras en un corazón todavía demasiado tierno; y chupa como
una sanguijuela el alma de ese ser infantil y primario.
Desde
la última luz, las escenas se suceden una tras otra. Todos los
recuerdos desde los más primigenios hasta los más recientes. En una
rigurosa procesión cronológica. Se convierte en un desfile impúdico de
cada uno de nuestros errores y nuestras infamias. Aquellas que han
sembrado de sombras cada uno de los rincones de nuestros corazones. Son
los puntos oscuros que se propagan a través de las conexiones neuronales
hasta cegar cualquier otro vestigio de razón posible. En una tarde fría
y ventosa, un camino se aleja diseccionando un campo yermo e infinito.
Los tonos grises de un cielo borrascoso tiñen los ocres de la tierra
manchando la paleta del pintor. Una silueta se pierde en el camino
diciendo adiós para siempre. La lágrima se convierte en la consecuencia
de un aire seco y helado. La silueta se pierde para siempre en las
tinieblas de una tormenta no demasiado lejana. En su mente apostaba que
aquella despedida no significaba el fin. La noche le recordó que su
mente se había equivocado rotundamente.
La oscuridad
total se convierte en un gris que adquiere diversas tonalidades. Las
siluetas consiguen formas borrosas y se dibujan sobre fondos plateados.
En medio de un bosque incomprensible de pensamientos sin sentido, un
alarido cruel sacude todo el mundo desbocando un acantilado de
laberintos repletos de atajos. Es una llamada extraña sin localizar que
hace retumbar los cimientos del sueño. La amenaza de la relajación
placentera, de la noche despejada, se ha perdido en un grito agudo y
ensordecedor. Las piernas se agitan violentamente mientras los ojos se
abren con fiereza para tratar de mantenerse a flote en algún sentido
todavía vivo.
Los especialistas médicos habían
diagnosticado sin contemplaciones la enfermedad. Se trataba de un simple
y anecdótico trastorno médico. El paciente fue situado frente a una
blanca pared. Los hombros rectos y la mirada al frente. Sólo faltaba un
bigotudo oficial sable en mano ordenando al pelotón abrir fuego. Una
salva incendiaria de balas de acero directas a destrozar, todas a una,
un rojizo corazón. El médico enarboló con orgullo una pluma plateada.
Excelente calidad que podría convertirse en indicativo de los cuantiosos
emolumentos del señor facultativo. Quizá compaginaba una clínica
privada, esmeradamente atendida, con sus obligaciones públicas. Paseó la
estilográfica de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Ordenó
al paciente que siguiese la pluma con los ojos, inmóvil el cuerpo contra
la pared blanca. Un trastorno mental transitorio y leve fue el
diagnóstico. El remedio, una panacea de pastillas de excesivo precio.
Llegada la noche, el paciente se recostó en su
cama. Sus ojos,
nerviosos y vivos como nunca, se clavaron en el oscuro techo de su
habitación. Si los cerraba y se dejaba vencer por el sueño, su corazón
se quedaría parado. Su vida fulminada sin ni siquiera haber sido
consciente.
La noche se ha convertido en un lienzo
infinito. Un campo donde un viejo desdentado y ciego devora ansiosamente
los restos putrefactos de un antiguo festín. Ancianas desnudas, con sus
cuerpos colgantes y flácidos, bailan extrañas canciones mientras se
besan con pasión y escupen sin reparos su excitación antigua y
carcomida. El sueño vence en medio de un remolino tempestuoso que se
hunde en las profundidades del mar. El cansancio se convierte en un peso
insufrible. El sueño protagoniza un bálsamo reparador. Debe ser lo más
parecido a la última sensación de alivio que acompaña a la muerte.
Benjamin Redneck
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