Fidóneo, había roto con los dioses. Nunca les había visto
y no comprendía el porqué de tener que reverenciarse ante "algo" que no había
tenido la consideración de mostrarse. Es ilógico conceder la existencia a una
quimera, pensaba a menudo. La vida es corta y debo entregármela a mi mismo. ¿Quién
sabe si los dioses son más ciertos que las dotes voladoras de un pollino?
Había tomado una decisión y a partir de ese momento no se
volvería a ver a Fidóneo mostrar actitud alguna hacia los dioses. Se entregó, y
nunca mejor dicho, en cuerpo y alma a rendirse culto a si mismo, con la
intención de no provocar su “divina ira”. Él y solo él sería su dios, no
rendiría más cuentas a algo intangible.
Fidóneo era una persona querida por aquellos que le
conocían, que por otro lado estaban perplejos con la decisión tomada por su
amigo. Algunos pensaban que se había vuelto loco, otros, que tenía ganas de
llamar la atención. Pero todos coincidían en el temor a las represalias por
parte de los olímpicos, pues pensaban que estaba ridiculizando a los dioses y
éstos no tolerarían que un mortal se mofara de semejante forma.
En la celebración de las bodas de la hija de Mestiarte, estando
todos reunidos, se presentó la ocasión de abordar el asunto con el impío. Fue
el propio Mestiarte quien se dirigió a Fidóneo.
-Fidóneo, ¿se puede saber que te pasa por la cabeza? Nos
tienes a todos muy preocupados.
-¿A qué se debe tal desazón, mi buen amigo Mestiarte?
-Sabes de sobra a lo que me refiero. Te estás mofando de
los olímpicos y no te quepa duda que pagarás cara la insolencia. No consentirán
que un humano les ponga en entredicho con su burla.
-Sin embargo, me lo han consentido hasta ahora, ¿por qué
habría de cambiar la situación?
-¡Estás loco!- anotó Mióstenes, otro de los considerados
amigos- los dioses no tienen prisa, pero ten por seguro que vendrán a por ti y
ese día sentirás lo que estás diciendo.
Impasible Fidóneo le contestó. -No te preocupes que les
haré frente con mis poderes divinos, es más,- dirigiendo la cabeza hacia el horizonte exclamó- ¡os ordeno, divinidades insulsas, que no os acerqueis a mí!
Un murmullo de asombro se apoderó del ambiente. -Quedas advertido- retomó la palabra Mestiarte- nosotros
te queremos bien y por ello te pedimos que recapacites. No pienses que eres un
dios de verdad y que vas a vivir eternamente, lo contrario, ese absurdo que te
traes te va a llevar a la barca de Caronte antes de tiempo.
-Yo no soy tan presuntuoso como tus dioses, soy
consciente que cuando muera mi cuerpo, con él ira mi alma. Pero mientras viva
no habrá más divinidad en la persona que ves que la propia mente. Solo seré
esclavo de mis pretensiones.
Ahí quedó la conversación. Al principio la relación de
Fidóneo con sus amigos se enfrió considerablemente. Con el tiempo, no se sabe
muy bien si por que estos se acostumbraron a las excentricidades del otro o
porque vieron que la vida continuaba y no sucedía nada, las aguas volvieron a su
cauce. Lo cierto es que Fidóneo murió de viejo, disfrutó de su egolatría y
demostró que se podía vivir sin dioses.
Lo que todos desconocemos es si expió sus culpas en los
reinos de Hades, o como el creía, simplemente desapareció.
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