viernes, 25 de mayo de 2012

En un primer momento


En el año 1859 Charles Darwin publica "El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida". En esta obra Darwin postula que todas las especies, incluido el hombre, que viven en la tierra no siempre fueron así, han sufrido una constante evolución durante millones de años para aclimatarse al medio. Esta teoría significó un duro golpe a la Iglesia que veía como sus pilares amenazaban ruina. La teoría de la evolución trajo consigo una nueva conceptualización del mundo. La ciencia cobraba protagonismo sobre un creacionismo agónico.

La prehistoria es sin duda el periodo más enigmático. La ausencia de pruebas nos lleva en muchos de los casos a trabajar con hipótesis, amparadas por la lógica, que permitan esclarecer los misterios de la evolución humana. Cualquier hallazgo, por pequeño que parezca, nos aporta una serie de datos claves para desvelar las innumerables incógnitas sobre la evolución de la raza humana.

Cuanto más nos adentramos en la inmensidad del tiempo, más difícil se nos hace encontrar evidencias de lo que allí pudo haber ocurrido. Establecer los contextos históricos es un proceso complicado que requiere de un gran esfuerzo, en muchos casos titánico, para poder hacernos una idea de como transcurría el día a día de nuestros ancestros. Para ello, la historia ha contado con un gran aliado, la ciencia, cuyos instrumentos han permitido encuadrar cronológicamente los hallazgos que se han ido encontrando y así recomponer un puzzle del que todavía faltan muchas piezas.

La prehistoria hay que entenderla como un proceso lento, pero de continua evolución. El hombre va perfeccionando los utensilios y herramientas, haciéndolos cada vez más prácticos y mortíferos. Este proceso se dio en todas las zonas geográficas, pero con distinta temporalidad.

Dos van a ser los aspectos claves en la evolución humana, que además están ligados entre sí. Por un lado está el bipedismo. Cuando los primeros antecesores del ser humano abandonaron las zonas boscosas para adentrarse en la sabana, se vieron obligados a erguirse sobre dos patas para poder vigilar, por encima de la vegetación, el ataque de posibles depredadores. Con el tiempo la posición erguida fue una constante, dejando libres las extremidades superiores para ser utilizadas en otros menesteres.

El otro gran aspecto, clave en la evolución, fue el desarrollo craneal, que permitió al ser humano fabricar utensilios cada vez más complejos, pero tuvo su contrapartida. Con la posición bípeda la cadera humana adopta una disposición cónica, nada aconsejable a la hora del parto y que se agrava con las extraordinarias dimensiones que adquiere el cráneo. La unión de ambos factores dificulta ostensiblemente el alumbramiento. Esta es la razón por la que los seres humanos nacemos antes del tiempo de gestación que deberíamos tener y con la carencia del hueso central del cráneo, para permitir la elasticidad de la cabeza y favorecer el nacimiento. De no ser así, la mujer no resistiría el parto. A pesar de que la medicina ha evolucionado mucho en los dos últimos siglos, no olvidemos que muchas mujeres en la antigüedad no sobrevivían al nacimiento de su hijo.

La posición bípeda proporcionó al hombre la posibilidad de utilizar las extremidades superiores en la fabricación de armas y utensilios, que a su vez pusieron a trabajar al cerebro en la perfección de las mismas, lo que desarrolló la inteligencia. También cabe la posibilidad de que fuese al revés, pues si algo tiene la prehistoria es su gran aceptación de hipótesis y teorías.


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