Reunidos, como suelen hacer para dirimir cuestiones
menores, se hallaban los representantes del pueblo, cuando tomó la palabra un
anciano a quien nadie había visto nunca.
-Sabed hermanos que voy a ser breve, pero duro y conciso
en la postulación ¿Dónde están los dioses? ¿Alguno los habéis visto? ¡Yo os diré
donde están!- Clavó la mirada en el auditorio, una mirada profunda, directa,
como la del que se sabe que ostenta la
razón.
-Solo existen los dioses en vuestra imaginación, en
vuestro miedo, en vuestra ignorancia. Pues seguro estoy que no son más que un
maquiavélico invento de aquellos que os quieren someter. El poder requiere del pueblo
para existir, ¡no olvidéis esto!, –dijo con
mucho énfasis-. Sin mandados no existen mandatarios, no se puede someter si no
existen sometidos y necesitan del pueblo para hacerlo. Pues el pueblo es quién
tiene el verdadero poder, pero lo ignora. Y ellos se aprovechan de tal
circunstancia para evitar que lo asimiléis y sigáis siendo esclavos de su farsa.
-Nunca os habéis puesto a pensar el miedo que recorrería
al tirano si alzaseis al unísono la voz contra él. Es por ello que necesita de sólidos
argumentos que os sometan. Recordad que no hay mejor discurso que el del miedo
y de él se nutre. Pero el miedo no está solo, pues se os priva de la educación,
para que también seáis ignorantes y no descifréis el macabro juego. Ávidos
estrategas no descuidaron nada en el plan y así prometieron dioses y vida
eterna ¡No os preocupéis!, os dijeron, que aquel que sea manso y acate las
normas vivirá eternamente en paz.
Al final de la plaza pudo ver como los soldados se abrían
paso, pero antes de que le llevaran preso pudo exclamar: -Os han dado una vida
miserable en la tierra, pero el aliciente de una vida eterna. Se despojaron de su responsabilidad como vuestros ejecutores y para refrendar la injuria a la que os someten concibieron a los
dioses. No somos nosotros quienes juzgamos, sino los seres que están por encima
del bien y del mal, así pues obedeced, os dijeron, sino os atormentareis en el
Tártaro. Preguntaros sobre la razón de que omitan las reglas divinas y se limiten a disfrutar de las riquezas que vosotros mismos les habéis proporcionado ¿No son acaso las doctrinas divinas comunes para todos los humanos?
Mientras se le llevaban se alcanzó a oir: -Os
acabo de enseñar el camino de la libertad, queda en vosotros tomarlo. Tan importante
es lo que os he dicho que pago con mi vida el mensaje.
Días después en la misma plaza vieron al anciano camino
al patíbulo. Tanta justicia divina que le predicaban mientras era llevado al
cadalso, mas no hubo verdugo alguno que no fuese el hombre.
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