Dice Marvin Harris que la contracultura es un asunto jovial y sin
trascendencia. Un juego de niños y niñas bien, criados bajo la comodidad
del estado del bienestar, amamantados en el triunfo burgués de una
clase media acunada en los frutos del capitalismo feroz e industrial,
contaminante y deshumanizador. En resumen, la contracultura podría
entenderse como un divertimento de la juventud, una locura sin peligro
ni consecuencias, tarea propia de la edad. En otro sentido, afirma que
la contracultura es una válvula de escape hábilmente diseñada por el
establishment para que los jóvenes encuentren un desahogo a esas
pueriles ideas que pretenden cambiar un mundo cuyos pilares se han
anclado con fiereza en las entrañas mismas de la historia.
El
antropólogo norteamericano cita argumentos de peso que cimientan ese
esnobismo alternativo, tan propio de la edad juvenil, que la academia
conoce como contracultura. Sería imposible que los jóvenes reivindicasen
un mundo más justo sin la estruendosa banda sonora de la música
alternativa pero, ¿dónde enchufarían sus amplificadores? ¿Cómo podrían
embarcarse en largos y costosos viajes iniciáticos alrededor del mundo
sin recurrir a los contaminantes medios de transporte? ¿Cómo accederían a
ese torrente de contra – información si no fuese gracias a las grandes
corporaciones que facilitan las actuales redes de información? Es decir,
concluye, la contracultura, en sus más variadas expresiones, no es más
que una estrategia finamente hilada desde las élites pensantes para
encauzar toda la energía juvenil que aboga por un reparto más equitativo
de los recursos.
Como parte de la contracultura, Harris
cita la libertad de la Conciencia III y la droga, no como sucio negocio
en el que solo se lucran unos seres depravados a costa de la ruina de
otros; más bien como supuesta fuente de conocimiento, una puerta a un
mundo de percepciones ajenas a la normalidad de nuestra dimensión más
cotidiana y, por tanto, más aburrida.
Sin embargo, el
recurso a la Conciencia III, a las drogas psicotrópicas o a la
contracultura se convierten en mero argumento con el que Harris pretende
atacar una corriente de pensamiento más moderna que propia modernidad:
esa que se sustenta en el ataque contra la pretendida objetividad del
sistema científico social. Algo previsible, si consideramos que Harris
ha convertido el materialismo en su bandera académica desde que
descubriera que en la India la vaca es sagrada debido a los enormes
beneficios aportados por sus excrecencias. Harris encierra todo en un
mismo saco donde el abuso de las drogas adquiere la misma consistencia
intelectual que aquellos que defienden la historia como narración ajena a
las pretensiones de esa supuesta cientificidad que dominó el panorama
académico allá por los siglos XIX y XX.
Harris discurre a
través de los particulares sobre los universales de la construcción
cultural. Y es, precisamente, en la construcción de ese dogma que
pretende válido para la elaboración científica de lo social, donde todo
el trabajo, de laboratorio y de campo, tiene que precipitarse al vacío.
La
Historia se puede comprender como una serie de acontecimientos que ha
ido dejando una serie de testigos que han de ser recogidos y,
posteriormente, interpretados. En esa labor, entre testigo y testigo
domina un espacio neutro donde campa a sus anchas una especie de materia
negra que puebla todo de desconocimiento. ¿Cómo es posible trazar un
relato comprobable científicamente de esos dominios de los que no
disponemos de dato ni prueba alguna? Es entonces cuando hay que realizar
un amplio ejercicio de fe que implique una confianza ciega y fanática
en las bondades que pueden emanar de la cientificidad, siempre supuesta,
de las disciplinas humanísticas.
Y así, contra Harris,
he decidido insistir de nuevo en la necesidad de desandar el camino que
hemos recorrido con Harris y volver a izar la bandera de la subjetividad
histórica como única metodología válida y propia de la ciencia social.
Como toda revolución que se precie, será entonces cuando tiremos por la
borda palabra tan odiosa como “ciencia” y expulsemos de nuestro paraíso a
todos aquellos que han ocupado los nuevos tribunales de la fe en nombre
del Dios – Ciencia. Entonces, concurriremos en una nueva y eterna PAX
donde la especie humana, por fin, habrá decapitado al tirano escondido
bajo la gran mentira de la Historia.
Luis Pérez Armiño
Creo que Harris deja más abierta la discusión de lo que se extrae de tu interpretación. En cualquier caso, el trasfondo de todo es la fácil autocomplacencia y la apología del inmovilismo de la apaciblemente acomodada "clase media", bien alimentada, vestida e hidratada y auto-aislada del incómodo entorno en su burbuja. No necesitan la cultura porque para eso están los que no tienen más remedio.
ResponderEliminarPD. Las excrecencias de las vacas (que no es poco), la leche, la re-producción de bueyes y, finalmente, su carne.