Pepin
van Fettreich bajó del estrado y se reunió con Cathy Humper y James Redneck. La
triada, sonriente y satisfecha consigo misma. En medio de la marabunta del
público, gente de toda condición y formación, se veían como unos triunfadores.
Sentían en sus nucas las miradas envidiosas de los asistentes al solemne acto
de ingreso de la Dra.
Humper en la
Real Academia de Cartonología. Sus pechos se hinchaban ante
la admiración de la
audiencia. James, galán inconfesable y poco efectivo, decidió
acompañar a Pepin y a Cathy hasta la sala del aperitivo. Sujetó con delicadeza
el brazo de cada una de las mujeres y las empujó hacia la salida del auditorio.
Desaperciba
y anónima. Una mujer larguirucha, delgada y demacrada, con impoluto uniforme
pasado en temporadas y tocada por una ridícula cofia cerró la comitiva. Era
Evelyn Hooker. Fiel sirvienta de sus señoras, las doctoras
Humper y van Fettreich.
Evelyn
nació hace años, muchos, en Pooltron City. Pertenecía a una familia burguesa de
la ciudad que se había dedicado al negocio textil. Su padre, tendero minorista,
logró proporcionar una formación digna a sus hijos. Entre ellos, Evelyn decidió
licenciarse en materia tan exquisita como la ciencia geológica. Su porte
desgarbado se vio iluminado por la gracia de la juventud. Entre
sus pocos admiradores despertaba pasiones carnales más que sentimientos
profundos. Y entre sus conquistas, breves, escandalosas y carnales en esencia,
se contaba lo más granado y selecto de Pooltron City. Su fama corrió como la
pólvora por la noche de la ciudad y en todos los mentideros abundaban las
historias sobre las proezas sexuales y los logros eróticos de Evelyn (muchas de
ellas empañadas y engrandecidas por los efluvios del alcohol). Evelyn dejaba
hacer y hablar.
Entre
sus principales triunfos figuraba un asunto rápido y sucio en uno de los baños
de una de las tabernas más infectas y apestosas de la ciudad. Un joven Frank
Meadows, demasiado empapado en cerveza y otros asuntos, no fue capaz de vencer
a las habladurías que corrían sobre esa fogosa Evelyn que revoloteaba a su
alrededor. Frank era un hombre apuesto y gran promesa de la política local.
Asuntos ambos del interés de Evelyn, especialmente el último de ellos. Un
encuentro fugaz y espontáneo, sin apenas intercambio ni de palabras ni de
miradas. Ella aplastada contra los grasientos azulejos de aquel inmundo baño de
una de las tabernas más pestilente de la ciudad.
Evelyn
era una superviviente. Aquel instante rápido y espontáneo con el genio de Frank
se saldó, años más adelante, con un puesto de confianza en la administración
municipal y una boda, arreglada deprisa y corriendo, con uno de los hombres más
cercanos del señor alcalde. Por momentos, Evelyn bebió de las glorias locales
de Pooltron City. Sólo por momentos… Su amantísimo esposo resultó no ser tan
ejemplar como debía parecer. Hombre de compañía estrecha de Frank Meadows,
acompañaba al señor alcalde en sus muchas escapadas nocturnas. La ciudad hervía
envuelta en miles de rumores, a cada cual más pérfido y dañino. En su despacho
de la alcaldía, Evelyn creía oír las habladurías y las carcajadas impúdicas que
celebraban sus desgraciados cuernos. La sensación de abandono creció en su
pecho mientras su cabeza se convertía en un torbellino gris e insano.
Pasaron
los años en una oscura bruma.
Evelyn
amaneció en un día radiante en un rincón soleado de Pooltron City. Dormía sobre
un incómodo banco de madera. Su vestido era un harapo sucio y deshilachado
condecorado con restos que aparentaban vómitos de tonos carmesíes y otras
manchas de difícil identificación. Sus ojos vidriosos y enrojecidos se negaban
a abrirse ante la cegadora luz del nuevo día. Su boca pastosa era incapaz de
emitir ningún quejido y su cabeza se empeñaba en martirizarla con un repiqueteo
constante en forma de un dolor agudo que se clavaba en su sien. En su nómina de
la noche anterior, alcohol, tristes muescas y compañías grises…, y más alcohol.
Evelyn premió a su marido infiel con un alcoholismo crónico y degenerativo. El
licor arrugó su rostro. El marido desapareció de la noche a la mañana. Dicen que
con una rubia.
Tirada
en el banco, una sombra se interpuso entre Evelyn y el sol. La resacosa Evelyn
logró hacer un esfuerzo y enfocar su vista hacia aquella imponente figura. Ante
sus ojos, una caricatura encorvada tocada por una imposible peluca rubia
parecía decirle unas palabras. Era la señora doctora Cathy Humper que se agachó
y sujetó a Evelyn por el brazo. A partir de ese momento, Evelyn se convirtió en
la sombra de la doctora
Humper.
Luis
Pérez Armiño
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