sábado, 15 de febrero de 2014

Cuestión de apariencias (III). Evelyn Hooker



Pepin van Fettreich bajó del estrado y se reunió con Cathy Humper y James Redneck. La triada, sonriente y satisfecha consigo misma. En medio de la marabunta del público, gente de toda condición y formación, se veían como unos triunfadores. Sentían en sus nucas las miradas envidiosas de los asistentes al solemne acto de ingreso de la Dra. Humper en la Real Academia de Cartonología. Sus pechos se hinchaban ante la admiración de la audiencia. James, galán inconfesable y poco efectivo, decidió acompañar a Pepin y a Cathy hasta la sala del aperitivo. Sujetó con delicadeza el brazo de cada una de las mujeres y las empujó hacia la salida del auditorio.

Desaperciba y anónima. Una mujer larguirucha, delgada y demacrada, con impoluto uniforme pasado en temporadas y tocada por una ridícula cofia cerró la comitiva. Era Evelyn Hooker. Fiel sirvienta de sus señoras, las doctoras Humper y van Fettreich.

Evelyn nació hace años, muchos, en Pooltron City. Pertenecía a una familia burguesa de la ciudad que se había dedicado al negocio textil. Su padre, tendero minorista, logró proporcionar una formación digna a sus hijos. Entre ellos, Evelyn decidió licenciarse en materia tan exquisita como la ciencia geológica. Su porte desgarbado se vio iluminado por la gracia de la juventud. Entre sus pocos admiradores despertaba pasiones carnales más que sentimientos profundos. Y entre sus conquistas, breves, escandalosas y carnales en esencia, se contaba lo más granado y selecto de Pooltron City. Su fama corrió como la pólvora por la noche de la ciudad y en todos los mentideros abundaban las historias sobre las proezas sexuales y los logros eróticos de Evelyn (muchas de ellas empañadas y engrandecidas por los efluvios del alcohol). Evelyn dejaba hacer y hablar.

Entre sus principales triunfos figuraba un asunto rápido y sucio en uno de los baños de una de las tabernas más infectas y apestosas de la ciudad. Un joven Frank Meadows, demasiado empapado en cerveza y otros asuntos, no fue capaz de vencer a las habladurías que corrían sobre esa fogosa Evelyn que revoloteaba a su alrededor. Frank era un hombre apuesto y gran promesa de la política local. Asuntos ambos del interés de Evelyn, especialmente el último de ellos. Un encuentro fugaz y espontáneo, sin apenas intercambio ni de palabras ni de miradas. Ella aplastada contra los grasientos azulejos de aquel inmundo baño de una de las tabernas más pestilente de la ciudad.

Evelyn era una superviviente. Aquel instante rápido y espontáneo con el genio de Frank se saldó, años más adelante, con un puesto de confianza en la administración municipal y una boda, arreglada deprisa y corriendo, con uno de los hombres más cercanos del señor alcalde. Por momentos, Evelyn bebió de las glorias locales de Pooltron City. Sólo por momentos… Su amantísimo esposo resultó no ser tan ejemplar como debía parecer. Hombre de compañía estrecha de Frank Meadows, acompañaba al señor alcalde en sus muchas escapadas nocturnas. La ciudad hervía envuelta en miles de rumores, a cada cual más pérfido y dañino. En su despacho de la alcaldía, Evelyn creía oír las habladurías y las carcajadas impúdicas que celebraban sus desgraciados cuernos. La sensación de abandono creció en su pecho mientras su cabeza se convertía en un torbellino gris e insano.

Pasaron los años en una oscura bruma.

Evelyn amaneció en un día radiante en un rincón soleado de Pooltron City. Dormía sobre un incómodo banco de madera. Su vestido era un harapo sucio y deshilachado condecorado con restos que aparentaban vómitos de tonos carmesíes y otras manchas de difícil identificación. Sus ojos vidriosos y enrojecidos se negaban a abrirse ante la cegadora luz del nuevo día. Su boca pastosa era incapaz de emitir ningún quejido y su cabeza se empeñaba en martirizarla con un repiqueteo constante en forma de un dolor agudo que se clavaba en su sien. En su nómina de la noche anterior, alcohol, tristes muescas y compañías grises…, y más alcohol. Evelyn premió a su marido infiel con un alcoholismo crónico y degenerativo. El licor arrugó su rostro. El marido desapareció de la noche a la mañana. Dicen que con una rubia.

Tirada en el banco, una sombra se interpuso entre Evelyn y el sol. La resacosa Evelyn logró hacer un esfuerzo y enfocar su vista hacia aquella imponente figura. Ante sus ojos, una caricatura encorvada tocada por una imposible peluca rubia parecía decirle unas palabras. Era la señora doctora Cathy Humper que se agachó y sujetó a Evelyn por el brazo. A partir de ese momento, Evelyn se convirtió en la sombra de la doctora Humper. 

Luis Pérez Armiño

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