sábado, 8 de febrero de 2014

Cuestión de apariencias (II). Pepin van Fettreich



Lugar: Salón de actos de la Real Academia de Cartonología en su delegación regional de Pooltron City. El auditorio se encuentra lleno, aforo completo. Sería difícil estimar la edad media de los asistentes al acto de ingreso de la Dra. Cathy Humper en tan noble y venerada institución. Por alguna razón que escapaba al entendimiento de James Redneck, la cartonología no despertaba pasiones entre la población joven. Una lástima. James adoraba a los jóvenes. Quizás en exceso.

La Dra. Cathy Humper, después de su discurso, bajó del estrado con notable dificultad. Los años se habían convertido en un fiero enemigo que poco a poco le arrancaba una vitalidad ya olvidada. James se apresuró a levantarse para ayudar a Cathy. La señora van Fettreich hizo un gesto similar.

Pepin van Fettreich pertenecía a una antigua familia de Pooltron City. Como suele suceder en estos nobles linajes, todas las tentativas que trataron de escudriñar en los orígenes familiares de doña Pepin se encontraron con la total carencia de referencias documentales y vestigios que probasen los ilustres orígenes de los van Fettreich. En algunos mentideros, donde se cocinaban a fuego lento falacias y bulos de corte popular, se afirmaba entre dientes que la tal Pepin no era ni doña ni señora; que había añadido a su apellido ese van tan ostentoso y ennoblecedor; ni siquiera el apellido era tal, sólo una mera invención. Todo rumores nunca probados. Lo único cierto es que su familia pertenecía a una estirpe acaudalada, enriquecida con actividades comerciales (legales o ilegales, eso no viene al caso). La enorme fortuna obtenida en trueques y regateos se empleó en la construcción de un apellido y su correspondiente escudo. Sin embargo, como muchas veces ocurre, el espíritu emprendedor se fue perdiendo de generación en generación. De aquellos suculentos y lucrativos negocios sólo quedaba un polvoriento prestigio que la señora van Fettreich pretendía mantener a toda costa.

Pepin no trabajaba. Se la conocía en toda la ciudad por sus diferentes obras culturales. Ella misma se consideraba mecenas a la altura de los Medici florentinos. Su formación era escasa. Aspecto éste que disimulaba con una arrogancia extremada y una actitud sinvergüenza que le permitía suponerse mejor que todos los que le rodeaban. Entre sus últimos proyectos, crear una fundación cultural dedicada al estudio de la cartonología al amparo de la poderosa Public Felt Paper Co. En tan absurda aventura había logrado embarcar a otros personajes tan ridículos como ella misma: a James, quien vio la posibilidad de obtener réditos de su participación en la inútil fundación; y la Dra. Humper, interesada en el respaldo de Pepin para lograr publicar todas las mezquindades que se le pasasen por la cabeza.

La señora van Fettreich se levantó de su silla en la primera fila del auditorio y ofreció su mano enguantada a la Dra. Humper. Había logrado combinar a la perfección su elegante traje de chaqueta con aquellos caros guantes de piel. La Dra. Humper se aferró a su mano y se dirigió hacia su asiento. Pepin vio en el estrado el micrófono desnudo y contempló su oportunidad para dirigir unas palabras al público y solicitar su colaboración en su nuevo proyecto cultural (en términos técnicos financieros, es fantástico ese eufemismo de patrocinio cuando lo que queremos es solicitar una limosna).

Estas fueron las palabras de Pepin después de sujetar con firmeza el micrófono y golpearlo reclamando la atención de los presentes:

Amigos, amigos… escúchenme todos. Por favor, les pido un poco de atención… (el murmullo generalizado de la sala era muestra del desinterés que despertaba una impaciente y desesperada Pepin)… Atención…, sólo les pido unos minutos de su tiempo… Enseguida podrán acercarse al bar donde les hemos preparado un delicioso vino… (la mención de vino y comida gratis despertó el interés de cierto sector del público).

Como bien sabrán, mi nombre es Dra. van Fettreich (en la universidad que doctoró a Pepin corrían dos teorías sobre las aptitudes de la señora van Fettreich para obtener su título: una afirmaba que su poder residía, precisamente, en su apellido; la otra insistía en la capacidad de persistencia y agotamiento de Pepin, persona ociosa que podía disponer de todo el tiempo del mundo visitando despachos y más despachos exigiendo títulos y tratamientos).

Me gustaría poder aprovechar este bonito acto para solicitar al menos su atención, y si fuese posible, alguna ayuda en pos de un proyecto que, sin duda, les resultará de sumo interés. En esta nueva apuesta cultural, me encuentro acompañado de personajes de la talla del Dr. Redneck y la Dra. Humper, suficiente aval académico y laboral como para cimentar el crédito que humildemente les solicitamos. A la salida y en las mesas de la sala donde serviremos el vino, encontrarán unos folletos. En ellos podrán inscribirse como socios – colaboradores de la nueva fundación que proyectamos a la sombra de la Public Felt Paper Co. Entre sus objetivos, todavía por precisar, lograr que tanto James, Cathy y yo misma podamos conseguir dinero y más dinero para desarrollar nuestros insustanciales proyectos y plomizas investigaciones. En esos mismos folletos encontrarán información sobre las diferentes tarifas mensuales y los beneficios correspondientes. Podrán anotar su número de cuenta corriente donde procederemos a efectuar las domiciliaciones oportunas.

No quiero aburrirles más. Seguro que están deseando probar el vino que les hemos preparado y consumir alguno de los aperitivos que les ofrecerán nuestros camareros. Muchísimas gracias por su atención”.

Luis Pérez Armiño


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