Estimados lectores:
En breve saldrá a la venta el libro de "El ostracismo de Caronte; de los albores a las tinieblas". El texto de hoy, junto con el de ayer, forman parte del Génesis. He querido presentaros un poco lo que ha de llegar, con la intención de captar vuestro interés. No obstante no nos olvidemos que es el génesis, el origen. No os podeis perder el transcurso del resto de la historia.
Atentamente:
Andrés Calzada.
Cuentan
los más viejos del lugar la historia sobre el amanecer, de la misma forma que
años atrás se la contaron otros viejos a ellos. Una leyenda apasionante y llena
de misterios sobre el origen del mundo y del hombre, de las plantas y los
animales, de las montañas, los ríos y los mares. Curiosos somos ante el umbral
de la vida, por ello es que perseguimos una explicación que disipe todas
nuestras dudas. Solo así podremos comprender esa historia de lo que somos a
través de lo que fuimos.
A
pesar de la tradición conservada de generación en generación, y cuyo contenido
solo se sostiene por una posible revelación divina, hay muchas dudas que atacan
la base de la razón humana. Quizás no estemos preparados para entender ciertos
aspectos o simplemente haya en el razonamiento humano una barrera que impida
comprender los mecanismos del Cosmos. Realidades e ideas que se escapan a
nuestra concepción de la lógica. Quizás los dioses no quisieron que ahondáramos
más allá de lo sabido, pues dieron como suficiente el conocimiento que ya
habíamos adquirido. Lo cierto es que ningún hombre estaba allí para saber lo
que ocurrió y a falta de certezas que entren en conflicto con la tradición
trasmitida, hemos de dar por válido lo que tenemos.
En
un principio estaba Caos, cuya naturaleza nos es confusa y ambigua. Sabemos que
Caos representa el todo con la misma fuerza que representa a la nada; es
materia y energía, inexistencia y vacío. Dominaba todos los principios y al
mismo tiempo los obviaba. Los elementos vagaban en la confusión, existían y al
mismo tiempo no estaban. Impredecible, como así es Caos, en un momento determinado
concibió a Eros, que representaba el amor, y a través de él, Caos engendró a
Erebos a quién otorgó el reino de las tinieblas. También surgiría, Nyx que
controlaría la noche y la oscuridad. Por inducción de Eros, Erebos y Nyx
engendraron a Éter que personifica la luz en su concepción global y a Hemera
que controlaría el día, la luz terrenal. Hay quien opina que no fue Caos quien
creó a las primeras deidades, que fue de forma casual, incluso son muchos los
que dudan de la condición divina de Caos, sin embargo son incapaces de dar
explicación alguna que avalen tales palabras. Lo cierto es que Caos contenía
todos los principios y solo de él podía surgir lo restante, creó el todo
partiendo de la nada.
Independientemente
había surgido Tártaro, aquel que habría de reinar en las profundidades del
inframundo y Gea, la madre Tierra, que emergió del Tártaro para gobernar en sus
propios dominios. No le hizo falta a Gea figura masculina alguna para engendrar
a Ponto, quién controla las aguas marinas, y a Urano para que la recubriera con
ese hermoso manto que llamaron cielo. Gea quiso embellecerse y se cubrió de
montañas y paisajes. Urano, no queriendo estar al margen de tan bella creación,
derramó una fértil lluvia sobre la Madre Gea, que penetró en sus entrañas originando
las plantas, los árboles y las flores. La lluvia que no se filtró dio lugar a
los ríos y también a los lagos.
Cielo
y tierra, atraídos el uno por el otro vivieron una tórrida historia de amor.
Fruto del acto incestuoso engendraron el horror y la monstruosidad; Briareo,
Giges y Coto, los Hecatónquiros, gigantes de cincuenta cabezas y cien brazos, y
a Brontes, Estéropes y Arges, los Cíclopes, seres encolerizados, de gran
estatura y un solo ojo. Pero fruto de ese amor también surgieron los Titanes y
las Títánides, doce en total, cuya estirpe estaba llamada a reinar en el mundo
de su madre.
Poseían
los Titanes las dotes suficientes para hacerse con el control del Universo.
Dotados de genialidad, poder y audacia, virtudes que no eran ignoradas por su
progenitor. El recelo de Urano se desarrollaba a pasos agigantados
convirtiéndose en una obsesión que atormentaba al Señor de los cielos. El trato
de dureza hacía con sus vástagos se transformó en persecución y finalmente
reclusión en los tétricos dominios de Tártaro, impidiéndoles ver la luz del
día. A los Titanes les acompañaron en el ostracismo el resto de la progenie de
Urano, Hecatónquiros y Cíclopes, librándose el malvado padre de todo obstáculo
que pudiese limitar de su poder.
La
tiranía de Urano paradójicamente era la base de su libertad. Libre se creía de
todo rival y por fin logró descansar. Pero no contó con unos de los poderes más
férreos que existen, el amor de madre. Gea estaba invadida por la angustia de
ver el destino que habían corrido sus hijos. Conocía perfectamente la ira de
Urano y había sido suficiente para que no tomara partido. La desdicha la
oprimía por dentro y sufría al ver a sus hijos encerrados. Pudo al fin más el
sufrimiento que el miedo y liberó a sus hijos y los armó para que se enfrentaran
a su progenitor. Los Titanes, acaudillados por Cronos, se dispusieron a
desterrar del mundo a Urano y su tiranía. Cronos sorprendió a su padre y con la
hoz de pedernal que le había proporcionado Gea, sesgó los atributos de Urano y
los arrojó al mar. El flujo emanado por la herida de Urano volvió a fertilizar
a Gea, dando origen a Alecto, Tisífona y Megara, las Erinias o Furias, que en
el futuro vengarán las muertes por parricidio y perjurio. También cobraron vida
Alción, Gerión y Clitias, los gigantes, capaces de recuperar sus fuerzas al
contacto con su Madre y necesaria la acción conjunta de un hombre y una
divinidad para destruirlos. También nacieron de este contacto las Melias,
Ninfas de los Fresnos, árbol de que se extraen las armas. Los genitales al ser
arrojados al mar reaccionaron con él y
de la espuma emergió Afrodita, quién tomaría las atribuciones referentes
del amor, la pasión y el deseo. Cronos redujo a Urano a la condición de siervo
y le usurpó el poder del Universo.
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