sábado, 13 de octubre de 2012

Animales gratos y falsas bondades. Los peligros de la naturaleza



La naturaleza, tan cíclica como los principios económicos liberales, se basa en los flujos y reflujos de vida. Es decir, existe una tendencia básica que trata de perpetuar la vida frente a una serie de condicionantes de todo tipo, por ejemplo los climáticos, que de forma cíclica puede alterar estas tendencias mediante los convenientes periodos de gracia y los de decaimiento generalizado. Por lo tanto, en el mundo de la naturaleza las especies animales, incluyendo la humana, por supuesto, aparecen y desaparecen, pasan con mayor o menos gloria por este valle de lágrimas, reaparecen, están a punto de extinguirse y, de repente, por golpe de gracia, resurgen con fuerzas renovadas. Durante todo el Pleistoceno, caracterizado por sus momentos de fríos extremos y de interglaciares sucesivos, el clima fue un importante determinante que justificaba la existencia de determinados biotipos con sus peculiares características.

Y en estos vaivenes caprichosos y luctuosos de la naturaleza, esa que algunos pretenden idolatrar hasta convertir en dios supremo, quiero rendir homenaje, merecido y cariñoso, a dos seres en cuestión: los dientes de sable y los rinocerontes lanudos. Son muchas las razones para esgrimir en pos de este merecido tributo a estos dos fantásticos animales, pero creo conveniente y más que suficiente exponer la principal razón de esta distinción: me resultan unos bichos simpáticos.

Puede sorprender emplear el adjetivo de simpático para calificar a una bestia para matar como era el dientes de sable, el asesino perfecto de la era glaciar. También conocidos como smilodones, su configuración anatómica estaba destinada para convertirse en una implacable máquina carnicera. Sus afilados y largos colmillos permitían dar una rápida muerte a sus presas, casi siempre animales de gran tamaño, mediante el desgarramiento de cuestiones tan vitales como tráqueas, arterias y demás vasos sanguíneos fundamentales para vivir. Poseía unas poderosísimas extremidades de gran musculatura para así sujetar a su presa y aplicar el fatal mordisco. Sin embargo, perteneciente a la familia de los felinos, este gran animal que podía llegar a alcanzar los trescientos kilogramos de peso me despierta una gran simpatía y un profundo afecto, como todos los gatos en general. Será su elegancia, su discreción y su porte ejemplar.

Mi otra preferencia se decanta por el famosísimo rinoceronte lanudo. Fue tal su estima que aparece, incluso, en alguna representación rupestre en alguna de las cavidades habitadas por nuestros ancestros allá en los tiempos prehistóricos. No puedo evitar una sonrisa al imaginar a un entrañable rinoceronte que alcanza casi dos metros de alto por cuatro de largo, con su prominente cuerno de casi un metro de longitud, escarbando la nieve para llevarse a su boca algún hierbajo. De nuevo, una maravilla de la naturaleza, grande y sujeta a los caprichos climáticos tan propios de la Edad del Hielo que le tocó en suerte vivir y a la que supo adaptarse gracias a sus lanudas protecciones.

Estad dos especies desaparecieron. Se extinguieron coincidiendo con el final de las grandes glaciaciones que dieron por terminado el periodo del Pleistoceno y alumbraron el comienzo del Holoceno con todo lo que implica de revolucionario en cuanto al progreso alcanzado por una especie animal, la humana. A día de hoy, dientes de sable y rinocerontes lanudos no son más que restos fósiles ávidamente buscados por los paleontólogos para arrojar algo más de luz sobre el pasado salvaje y cruel de la naturaleza. Sin embargo, no podemos afirmar ninguna certeza sobre la causa última de la extinción de estas especies: el cambio climático, la acción humana… todos son hipótesis por demostrar. Lo único evidente reside en la crueldad intrínseca de la naturaleza como ente que no duda en extinguir a su antojo y capricho especies para favorecer a otras, en un juego cruel que incluye una interminable cadena de muerte, destrucción y brutales aniquilaciones de comunidades y grupos animales enteros.

Nietzsche decía que la crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad. Y yo no puedo más que demostrar mi más total acuerdo con esa afirmación. De hecho, soy capaz de ir más allá, y asegurar sin lugar a dudas que la crueldad es tan antigua como la misma naturaleza.

Luis Pérez Armiño

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