La
naturaleza, tan cíclica como los principios económicos liberales, se basa en
los flujos y reflujos de vida. Es decir, existe una tendencia básica que trata
de perpetuar la vida frente a una serie de condicionantes de todo tipo, por
ejemplo los climáticos, que de forma cíclica puede alterar estas tendencias
mediante los convenientes periodos de gracia y los de decaimiento generalizado.
Por lo tanto, en el mundo de la naturaleza las especies animales, incluyendo la
humana, por supuesto, aparecen y desaparecen, pasan con mayor o menos gloria
por este valle de lágrimas, reaparecen, están a punto de extinguirse y, de
repente, por golpe de gracia, resurgen con fuerzas renovadas. Durante todo el Pleistoceno,
caracterizado por sus momentos de fríos extremos y de interglaciares sucesivos,
el clima fue un importante determinante que justificaba la existencia de
determinados biotipos con sus peculiares características.
Y
en estos vaivenes caprichosos y luctuosos de la naturaleza, esa que algunos
pretenden idolatrar hasta convertir en dios supremo, quiero rendir homenaje,
merecido y cariñoso, a dos seres en cuestión: los dientes de sable y los rinocerontes
lanudos. Son muchas las razones para esgrimir en pos de este merecido
tributo a estos dos fantásticos animales, pero creo conveniente y más que
suficiente exponer la principal razón de esta distinción: me resultan unos
bichos simpáticos.
Puede
sorprender emplear el adjetivo de simpático
para calificar a una bestia para matar como era el dientes de sable, el asesino perfecto de la era glaciar. También
conocidos como smilodones, su
configuración anatómica estaba destinada para convertirse en una implacable
máquina carnicera. Sus afilados y largos colmillos permitían dar una rápida
muerte a sus presas, casi siempre animales de gran tamaño, mediante el
desgarramiento de cuestiones tan vitales como tráqueas, arterias y demás vasos
sanguíneos fundamentales para vivir. Poseía unas poderosísimas extremidades de
gran musculatura para así sujetar a su presa y aplicar el fatal mordisco. Sin
embargo, perteneciente a la familia de los felinos, este gran animal que podía
llegar a alcanzar los trescientos kilogramos de peso me despierta una gran
simpatía y un profundo afecto, como todos los gatos en general. Será su
elegancia, su discreción y su porte ejemplar.
Mi
otra preferencia se decanta por el famosísimo rinoceronte lanudo. Fue tal su estima que aparece, incluso, en
alguna representación rupestre en alguna de las cavidades habitadas por
nuestros ancestros allá en los tiempos prehistóricos. No puedo evitar una
sonrisa al imaginar a un entrañable rinoceronte que alcanza casi dos metros de
alto por cuatro de largo, con su prominente cuerno de casi un metro de longitud,
escarbando la nieve para llevarse a su boca algún hierbajo. De nuevo, una maravilla
de la naturaleza, grande y sujeta a los caprichos climáticos tan propios de la
Edad del Hielo que le tocó en suerte vivir y a la que supo adaptarse gracias a
sus lanudas protecciones.
Estad
dos especies desaparecieron. Se extinguieron coincidiendo con el final de las
grandes glaciaciones que dieron por terminado el periodo del Pleistoceno y
alumbraron el comienzo del Holoceno con todo lo que implica de revolucionario
en cuanto al progreso alcanzado por una especie animal, la humana. A día de hoy, dientes de sable y rinocerontes lanudos no son más que restos fósiles ávidamente
buscados por los paleontólogos para arrojar algo más de luz sobre el pasado
salvaje y cruel de la
naturaleza. Sin embargo, no podemos afirmar ninguna certeza
sobre la causa última de la extinción de estas especies: el cambio climático,
la acción humana… todos son hipótesis por demostrar. Lo único evidente reside
en la crueldad intrínseca de la naturaleza como ente que no duda en extinguir a
su antojo y capricho especies para favorecer a otras, en un juego cruel que
incluye una interminable cadena de muerte, destrucción y brutales
aniquilaciones de comunidades y grupos animales enteros.
Nietzsche
decía que la crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad. Y yo no
puedo más que demostrar mi más total acuerdo con esa afirmación. De hecho, soy
capaz de ir más allá, y asegurar sin lugar a dudas que la crueldad es tan
antigua como la misma naturaleza.
Luis
Pérez Armiño
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