domingo, 15 de julio de 2012

Prólogo de una novela cualquiera

El hombre, un ser atroz y cruel, capaz de despojar a sus semejantes de la felicidad con un único fin, crecer en poder y riqueza. La única causa inteligible que explica la razón de que el ser humano no esté extinto, radica en la bondad natural de unos cuantos hombres, cuyo esfuerzo logra equilibrar la maligna acción humana, éstos son los encargados reconducir al resto de los hombres para que la raza pueda prosperar en un mundo cuyo mayor peligro deambula en casa. Aun así, esta raza de privilegiados ha de estar expectantes, pues aquellos que se alimentan del poder y la riqueza, son hábiles manipuladores de un pueblo frágil, más cuando la miseria le mira de cerca.

Los recuerdos del ayer son aquellos que por bien o por mal no vuelven a sucederse. Habrá momentos, periodos o instantes parecidos o similares, mejores o peores, y que a su vez pasarán a ser recuerdos, pero nunca se repite lo propio, ni de la misma forma, ni en las mismas circunstancias.

Cuando los primeros rayos asoman por el horizonte, anunciando un nuevo día, un gran reto de supervivencia adorna la vida de la mayor parte de los seres que pueblan el planeta. Sólo unos pocos privilegiados pueden acometer el día teniendo la certeza de que se volverán a acostar con la misma despreocupación con la que se han levantado. Son aquellos que consideramos privilegiados. Sin embargo la felicidad humana es caprichosa y no entiende de riquezas y poderíos, presentándose a aquel que no tiene sustento con la misma facilidad con la que se muestra esquiva y caprichosa con el acaudalado. La felicidad es grácil y delicada y cuenta con un poderoso enemigo, la envidia, que se nutre del poder para llevar a cabo su barbarie. El que tiene poco, poco necesita, sin embargo, aquel que nada en la abundancia codicia lo propio y lo ajeno, pues el que no sabe vestirse por dentro tiene una acuciante necesidad de hacerlo por fuera.

Esta es la triste historia de un hombre póstumo, que hubo de enfrentarse al mayor monstruo que el mundo ha creado, la envidia humana.

Letravio de Zingolo

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