miércoles, 18 de julio de 2012

Los potentados ancianos


Vivían en Frigia una entrañable pareja de ancianos. Al nombre de Baucis atendía ella, al de Filemón él. Marcaba su monotonía una acentuada pobreza; insuficiente sin embargo para despojarles de su mayor tesoro, el amor que ambos se prodigaban. Moraban en una humilde choza cubierta de paja, más pocos hogares existían en la región que irradiaran semejante luz.

Recorrían la región, de incógnito y bajo apariencia humana, Zeus y Hermes, buscando asilo y comida. Visitaron casa por casa, obteniendo el rechazo de la gente por respuesta. Después de mucho deambular dieron con la morada de Baucis y Filemón, donde fueron acogidos con hospitalidad y agasajados con una humilde comida campestre, pero servida con amor y apremio. Quedaron gratamente sorprendidos los dioses por la generosidad de aquellos dos ancianos que compartían alegremente con ellos lo poco que poseían y al final del frugal ágape se dieron a conocer.

Invitaron a los ancianos a acompañarles a una elevación cercana a la choza y una vez arriba les hicieron dirigir la mirada sobre sus pasos. Ambos pudieron comprobar estupefactos como toda la región había quedado inundada, a excepción del terreno donde estaba ubicada su choza, que había desaparecido y en su lugar se erigía un majestuoso templo.

El padre de los olímpicos se comprometió con la cordial pareja a concederles cuantas peticiones tuvieran a bien hacerle, mas Filemón y Baucis tan solo reclamaron regentar el templo por el resto de sus vidas y, llegado el momento, morir los dos en el mismo instante. No se opuso Zeus a tales propuestas, sino que le parecieron justas y dignas de aquellos que parecían tan pobres y sin embargo eran tan ricos. Llegado el momento fueron simultáneamente metamorfoseados, Baucis en tilo y Filemón en encina. Pues no todos van a ver a Caronte, existen algunos privilegiados que se les permite permanecer en la tierra, en virtud de alguna compasión divina que hayan provocado.

Son demasiados los que desperdician su vida en busca de caudal y fortuna, sin pararse a meditar en que la única grandeza que tiene el ser humano es conseguir, con pensamiento y facto, que alguien le quiera por encima de su propia vida y de la misma forma corresponder al enamorado. Aquellos que han sido malvados cuando les llega el momento se preguntan de qué les sirvió tener tanta fortuna, si ahora son desafortunados y ese sentimiento les acompañará toda la eternidad, tras las puertas del Tártaro.

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