sábado, 21 de julio de 2012

Recuperando a la especie


Desde unos días atrás parece que la sucesión de hallazgos y publicaciones científicas en torno al controvertido neandertal se suceden. En un principio, incluso nos dijeron que era capaz de desarrollar algún tipo de manifestación estética y/o mágica, en definitiva trascendental; después se nos aseguró que tenían una enorme capacidad para discernir las propiedades paliativas de determinadas plantas usándolas en beneficio propio a pesar de su amargura. Es una ligera hipótesis sin base científica, pero ¿no parece que estamos intentando ascender a los altares semi - divinos de la humanidad a los neandertales? ¿Es posible que nos hayamos cansado de nuestra propia especie, de nuestros congéneres Homo sapiens sapiens y ahora les aborrecemos como un desvarío cruel de la naturaleza? Puede que, incluso, los neandertales tuviesen la solución definitiva para atajar los graves problemas derivados de la crisis creada por sus primos no tan lejanos Sapiens sapiens.

 Y el asunto de la medicina actual es cuestión compleja que los neandertales serían incapaces de entender. Incapacidad derivada no de una supuesta condición de brutalidad que tradicionalmente se achaca a la especie en cuestión, sino porque no debe haber nadie que entienda la cuestión de la salud en nuestro mundo de hoy.

Al parecer, y según ha descrito la prensa en recientes artículos, los análisis moleculares de algunas piezas dentales recuperadas de individuos neandertales han arrojado como una de las principales conclusiones el empleo de plantas medicinales como, por ejemplo, la alquilea o la camomila. Se supone el uso terapéutico ya que mediante el estudio del genoma neandertal estos individuos ya disponían de la capacidad para discernir la amargura de los alimentos. Es decir, que se ha de suponer que no tomaban estas plantas por su sabor sino más bien por sus propiedades medicinales. Este es un descubrimiento crucial en el complejo entramado evolutivo de la especie humana ya que podemos suponer que los neandertales, a los que ya se supone casi – creadores del complejo artístico que hasta hace bien poco se consideraba patrimonio en exclusividad del Sapiens sapiens, son los precursores antiquísimos de los rudimentos que pondrían las bases de nuestra industria farmacéutica actual.

Desde hace seis años, el gigante farmacéutico suizo Novartis mantiene un costoso y largo pleito con las autoridades gubernamentales indias. En resumidas cuentas, la farmacéutica pretende que las instancias judiciales indias declaren inconstitucional un determinado aspecto de la Ley de Patentes del país. Si ganasen el pleito, Novartis podría mantener la exclusividad y el monopolio sobre determinados productos médicos en detrimento de las formas genéricas de los mismos de las que se benefician especialmente los países en vías de desarrollo. El triunfo de Novartis no haría más que abrir la veda a otras multinacionales occidentales dispuestas a patentar sus productos y extender su monopolio y el control de precios siempre, curiosamente, al alza. En la dinámica mercantil, productos de primera necesidad, al fin y al cabo hablamos entre otros de medicamentos contra el cáncer o el VIH/SIDA, forman parte del catálogo comercial de las empresas y está sometido a las lógicas de la propiedad industrial como cualquier otro bien.

Desde aquella inocente rama de una planta medicinal que un intrépido neandertal se atrevió a probar, seguramente temeroso de los posibles efectos secundarios o de los males que le podría causar, quizás tras observar que otros animales la consumían sin ningún problema ni daño posterior, a la mercantilización total y absoluta de los servicios más básicos y esenciales de los que debe disfrutar cualquier ser humano. No importan los millones de afectados por terribles enfermedades cuyo resultado pueda ser la defunción; no importa que se puedan producir medicamentos genéricos a un coste relativamente bajo y que puedan ser administrados a estos pacientes aunque sólo sea para paliar o mitigar los efectos de las enfermedades. Todo está en venta.

Luis Pérez Armiño


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