Desde
unos días atrás parece que la sucesión de hallazgos y publicaciones científicas
en torno al controvertido neandertal se suceden. En un principio, incluso nos
dijeron que era capaz de desarrollar algún tipo de manifestación estética y/o
mágica, en definitiva trascendental; después se nos aseguró que tenían una
enorme capacidad para discernir las propiedades paliativas de determinadas
plantas usándolas en beneficio propio a pesar de su amargura. Es una ligera
hipótesis sin base científica, pero ¿no parece que estamos intentando ascender
a los altares semi - divinos de la humanidad a los neandertales? ¿Es posible
que nos hayamos cansado de nuestra propia especie, de nuestros congéneres Homo
sapiens sapiens y ahora les aborrecemos como un desvarío cruel de la
naturaleza? Puede que, incluso, los neandertales tuviesen la solución
definitiva para atajar los graves problemas derivados de la crisis creada por
sus primos no tan lejanos Sapiens sapiens.
Y el asunto de la medicina actual es cuestión
compleja que los neandertales serían incapaces de entender. Incapacidad
derivada no de una supuesta condición de brutalidad que tradicionalmente se
achaca a la especie en cuestión, sino porque no debe haber nadie que entienda
la cuestión de la salud en nuestro mundo de hoy.
Al
parecer, y según ha descrito la prensa en recientes artículos, los análisis
moleculares de algunas piezas dentales recuperadas de individuos neandertales
han arrojado como una de las principales conclusiones el empleo de plantas
medicinales como, por ejemplo, la alquilea o la camomila. Se supone
el uso terapéutico ya que mediante el estudio del genoma neandertal estos
individuos ya disponían de la capacidad para discernir la amargura de los
alimentos. Es decir, que se ha de suponer que no tomaban estas plantas por su
sabor sino más bien por sus propiedades medicinales. Este es un descubrimiento
crucial en el complejo entramado evolutivo de la especie humana ya que podemos
suponer que los neandertales, a los que ya se supone casi – creadores del
complejo artístico que hasta hace bien poco se consideraba patrimonio en
exclusividad del Sapiens sapiens, son los precursores antiquísimos de los
rudimentos que pondrían las bases de nuestra industria farmacéutica actual.
Desde
hace seis años, el gigante farmacéutico suizo Novartis mantiene un costoso y largo pleito con las autoridades
gubernamentales indias. En resumidas cuentas, la farmacéutica pretende que las
instancias judiciales indias declaren inconstitucional un determinado aspecto
de la Ley de Patentes del país. Si ganasen el pleito, Novartis podría mantener la exclusividad y el monopolio sobre
determinados productos médicos en detrimento de las formas genéricas de los
mismos de las que se benefician especialmente los países en vías de desarrollo.
El triunfo de Novartis no haría más
que abrir la veda a otras multinacionales occidentales dispuestas a patentar
sus productos y extender su monopolio y el control de precios siempre,
curiosamente, al alza. En la dinámica mercantil, productos de primera
necesidad, al fin y al cabo hablamos entre otros de medicamentos contra el
cáncer o el VIH/SIDA, forman parte del catálogo comercial de las empresas y
está sometido a las lógicas de la propiedad industrial como cualquier otro
bien.
Desde
aquella inocente rama de una planta medicinal que un intrépido neandertal se
atrevió a probar, seguramente temeroso de los posibles efectos secundarios o de
los males que le podría causar, quizás tras observar que otros animales la
consumían sin ningún problema ni daño posterior, a la mercantilización total y
absoluta de los servicios más básicos y esenciales de los que debe disfrutar
cualquier ser humano. No importan los millones de afectados por terribles
enfermedades cuyo resultado pueda ser la defunción; no importa que se puedan
producir medicamentos genéricos a un coste relativamente bajo y que puedan ser
administrados a estos pacientes aunque sólo sea para paliar o mitigar los
efectos de las enfermedades. Todo está en venta.
Luis
Pérez Armiño
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