domingo, 8 de julio de 2012

Sobre lo que ocurre cuando dos partículas chocan


Antes de seguir escribiendo considero consecuente hacer una pequeña aclaración al respecto: en este mundo hay dos materias en las que me considero un absoluto torpe intelectual. La primera de ellas es la economía. Gracias a mi tremendo desconocimiento de la lúgubre ciencia mi única expresión es la de asombro al oír hablar o al leer cuestiones tan complejas como la “prima de riesgo”, “créditos basura”, “diferencial de la deuda” y un largo etcétera de conceptos que mi mente, obtusa en la cuestión, tiende a olvidar a la mínima de cambio. La otra materia que se me antoja como una entelequia inabordable y, sobre todo, inalcanzable, es la de la física, más en concreto cuando nos referimos a la física de partículas (coloquialmente la pequeña) y la astrofísica (la grande). Soy un completo ignorante respecto a la física.

En todo este enredo de disparates e incoherencias llegó a mis oídos un genial descubrimiento que, incluso, en medio del caos financiero actual, se coló entre los principales titulares de portada de alguno de los diarios de tirada nacional más importantes. El CERN o Agencia Europea para la Investigación Nuclear en un primer momento anunció el hallazgo de una posible partícula de importancia capital para lograr comprender el origen de la masa y del Universo. Posteriormente, confirmó que la partícula en cuestión se trataba del archiconocidísimo “Bosón de Higgs”, popularmente denominado “partícula de Dios” aunque más bien habría que considerarla “partícula – Dios”. A partir de ese momento, el aluvión de noticias, comentarios, análisis y pesquisas se sucedieron casi a la misma velocidad que el acelerador del CERN en Suiza provoca colisiones entre partículas.

Y sin embargo, de todo ese torrente de información nacida a partir del bosón en cuestión, me voy a quedar con una frase maravillosa: “Le acabo de explicar lo del Bosón a un colega y no lo entiendo ni yo mismo, el tío se ha quedado bastante convencido. Me juego lo que queráis a que así empezó la religión”. En primer lugar, voy a agradecer la colaboración y la frase a su autor, mi querido y, en estos momentos, lejano (geográficamente) amigo Javier. Él sabe que tomo esta frase con toda la admiración del mundo. Al fin y al cabo, Javier siempre tiene la frase inteligente en el momento adecuado resumiendo a la perfección el sentir general de la masa, del pueblo, no de las partículas.

El descubrimiento del Bosón de Higgs en cuestión tuvo un efecto en cierto modo esperado: reavivó esa vieja confrontación entre fe y ciencia, lucha que, incluso, los propios contendientes han olvidado hace mucho tiempo. Las autoridades religiosas tienden a respetar los descubrimientos de la ciencia llegando a invocar fórmulas que conjugan ambos aspectos mientras que los científicos miran con la lejanía de una juventud demasiado rebelde aquellos axiomas que pretendían demostrar a toda costa la no existencia de dios. Así, el bosón no ha eliminado a la divinidad ni mucho menos. En todo caso, la sitúa en otro punto de ese maravilloso espacio – tiempo que define al ser humano. Los científicos veían ese bosón como ese punto que la ciencia no había logrado explicar y por eso le referían como partícula – dios. La partícula que podría tener la clave de todo el Universo pero que, sin embargo, no eran capaces de vislumbrar hasta que llegó el genial descubrimiento del CERN.

Y la fe, tan humana, ya sea en un dios, en una reencarnación o en una partícula, siempre ha sido un buen pretexto para tratar de explicar lo inexplicable. El hombre no puede reducirse a un mero ser o una simple estancia vital más o menos prolongada. Necesita aferrarse a algo ante las incertidumbres: ese algo puede adquirir el nombre de ciencia o de fe. Y mientras la ciencia va conquistando nuevos horizontes a lomos de una supuesta lógica racional, la fe va encontrando otros donde hacerse fuerte y seguir campando a sus anchas. Es un constante devenir tan humano como lógico y sin duda, incluso, en cierto modo sano. El problema es cuando surge la institucionalización de esa fe mediante la proclamación de un dogma que pretende ofrecer significado a lo inexplicable. Pero es un error demasiado humano y, por lo tanto, demasiado frecuente y condenado a repetirse ad infinitum.

Luis Pérez Armiño

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