A
decir de los más sabios y entendidos, nuestros más antiguos parientes, nuestros
ancestros ya perdidos, practicaban el canibalismo. La evidencia científica de
una afirmación tan sorprendente (prácticamente se puede decir que estamos tratando
un tema tabú para nuestro entendimiento racional) se basa en la presencia de
determinadas marcas en los restos óseos excavados, recuperados y estudiados del
yacimiento burgalés de Atapuerca. En determinados fragmentos óseos de algunos
de nuestros antepasados homínidos se han documentado evidencias claras y
suficientes de marcas de descarnado similares a las aparecidas en los restos de
animales consumidos por nuestros antiguos parientes. Por lo tanto, es fácil
suponer que se practicó algún tipo de antropofagia, ya sea por una mera
cuestión de supervivencia o por aspectos más profundos relacionados con temas
rituales.
El
canibalismo no es algo extraño al ser humano por mucho que nos llevemos las
manos a la cabeza. En
determinadas culturas de lugares tan remotos y lejanos, apenas inexplorados en
la actualidad por el ser humano occidental, como Papúa – Nueva Guinea, se ha
documentado antropológicamente prácticas de antropofagia. En muchos casos,
tiene un claro componente ritual sustentado en unas creencias muy específicas:
es necesario consumir determinadas partes del enemigo muerto a fin de
apoderarse de su alma y demás entes espirituales. Podríamos hablar largo y
tendido sobre las constantes costumbres guerreras de muchos de estos grupos
pero no viene al caso en este momento. Sin embargo, sí es interesante la
cuestión caníbal. Muchos especialistas en la materia, han postulado que detrás
de estas prácticas disfrazadas de cuestión mística – ritual – religiosa
podríamos encontrarnos ante la simple necesidad de obtener proteína cárnica en
un ecosistema donde la obtención de carne con fines alimenticios es sumamente
complicada. En resumidas cuentas, a falta de cerdo, vacas y demás tipos de
animales y ganados susceptibles de ser procesados como fuente de alimentación,
estos grupos culturales recurren a comerse unos a otros.
Para
nuestra cultura occidental, de fuerte componente judeo – cristiano bien aliñado
con nuestra suficiente dosis de pensamiento filosófico, curiosa mezcla que ya
algún sesudo pensador anotó de determinación y duda, concibe como aberración
intolerable la cuestión del canibalismo. Sin embargo, esa hipocresía que
sustenta buena parte del pilar estructural y social occidental ha sido capaz de
enajenar términos de tal manera que los ha adaptado a sus circunstancias y
necesidades.
La
sutileza del desarrollo evolutivo humano, por lo tanto, trastocó estos
principios básicos sobre los que se sustenta la antropofagia. En
un principio se valoraron los inconvenientes, algunos, de comerse al vecino. El
principal de todos era, sin duda, que algún día tú mismo podrías convertirte en
primer plato, segundo y hasta postre de alguien más fuerte que siempre lo hay.
Por lo tanto, se consideró la urgencia de obtener los recursos de otra manera
más sutil. Por lo tanto, se crearon determinadas instituciones que permitieron
que unos pocos, por determinadas causas (empleo de fuerza física o por
cuestiones relativas a creencias, inteligencia y un largo etcétera)
estableciesen diferentes fórmulas de dominio sobre una gran mayoría. Estamos
hablando, por ejemplo, de las civilizaciones prístinas nacidas al amparo de los
grandes cursos fluviales. El siguiente paso sería el establecimiento de una
sociedad agrícola que generase los suficientes excedentes para poder mantener a
una población inactiva que dedicaría su tiempo al noble arte de la guerra o a
cuestiones más divinas, lo que básicamente se conoce como ejercer de
intermediario entre unas determinadas dioses o divinidades y el resto del
pueblo demasiado atareado en su trabajo en el campo como para dirigir plegarias
y rezos a entes supremos.
Sin
embargo, la perversión post – moderna en su vertiente más demencial ha sido
capaz de tergiversar los principios fundamentales de la esencia caníbal del ser
humano moderno. La antropofagia ha perdido su esencia cultural o ritual, ni
siquiera puede entenderse como un último recurso de supervivencia. En nuestra
actualidad ni siquiera se basa en el aprovechamiento de unos excedentes
productivos. Ahora se practica un determinado tipo de canibalismo que en
términos de abstracción implican que un individuo en concreto consuma a otros
muchos en vida. La explotación se ha mudado en práctica general y convencional
que permite obtención de unos recursos inmateriales a un espectro muy reducido de
la población mediante el agotamiento vital de otros muchos. Y es que, desde el
principio al fin, el hombre es un lobo para el hombre.
Luis
Pérez Armiño
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