sábado, 28 de julio de 2012

El hombre es un lobo


A decir de los más sabios y entendidos, nuestros más antiguos parientes, nuestros ancestros ya perdidos, practicaban el canibalismo. La evidencia científica de una afirmación tan sorprendente (prácticamente se puede decir que estamos tratando un tema tabú para nuestro entendimiento racional) se basa en la presencia de determinadas marcas en los restos óseos excavados, recuperados y estudiados del yacimiento burgalés de Atapuerca. En determinados fragmentos óseos de algunos de nuestros antepasados homínidos se han documentado evidencias claras y suficientes de marcas de descarnado similares a las aparecidas en los restos de animales consumidos por nuestros antiguos parientes. Por lo tanto, es fácil suponer que se practicó algún tipo de antropofagia, ya sea por una mera cuestión de supervivencia o por aspectos más profundos relacionados con temas rituales.

El canibalismo no es algo extraño al ser humano por mucho que nos llevemos las manos a la cabeza. En determinadas culturas de lugares tan remotos y lejanos, apenas inexplorados en la actualidad por el ser humano occidental, como Papúa – Nueva Guinea, se ha documentado antropológicamente prácticas de antropofagia. En muchos casos, tiene un claro componente ritual sustentado en unas creencias muy específicas: es necesario consumir determinadas partes del enemigo muerto a fin de apoderarse de su alma y demás entes espirituales. Podríamos hablar largo y tendido sobre las constantes costumbres guerreras de muchos de estos grupos pero no viene al caso en este momento. Sin embargo, sí es interesante la cuestión caníbal. Muchos especialistas en la materia, han postulado que detrás de estas prácticas disfrazadas de cuestión mística – ritual – religiosa podríamos encontrarnos ante la simple necesidad de obtener proteína cárnica en un ecosistema donde la obtención de carne con fines alimenticios es sumamente complicada. En resumidas cuentas, a falta de cerdo, vacas y demás tipos de animales y ganados susceptibles de ser procesados como fuente de alimentación, estos grupos culturales recurren a comerse unos a otros.

Para nuestra cultura occidental, de fuerte componente judeo – cristiano bien aliñado con nuestra suficiente dosis de pensamiento filosófico, curiosa mezcla que ya algún sesudo pensador anotó de determinación y duda, concibe como aberración intolerable la cuestión del canibalismo. Sin embargo, esa hipocresía que sustenta buena parte del pilar estructural y social occidental ha sido capaz de enajenar términos de tal manera que los ha adaptado a sus circunstancias y necesidades.

La sutileza del desarrollo evolutivo humano, por lo tanto, trastocó estos principios básicos sobre los que se sustenta la antropofagia. En un principio se valoraron los inconvenientes, algunos, de comerse al vecino. El principal de todos era, sin duda, que algún día tú mismo podrías convertirte en primer plato, segundo y hasta postre de alguien más fuerte que siempre lo hay. Por lo tanto, se consideró la urgencia de obtener los recursos de otra manera más sutil. Por lo tanto, se crearon determinadas instituciones que permitieron que unos pocos, por determinadas causas (empleo de fuerza física o por cuestiones relativas a creencias, inteligencia y un largo etcétera) estableciesen diferentes fórmulas de dominio sobre una gran mayoría. Estamos hablando, por ejemplo, de las civilizaciones prístinas nacidas al amparo de los grandes cursos fluviales. El siguiente paso sería el establecimiento de una sociedad agrícola que generase los suficientes excedentes para poder mantener a una población inactiva que dedicaría su tiempo al noble arte de la guerra o a cuestiones más divinas, lo que básicamente se conoce como ejercer de intermediario entre unas determinadas dioses o divinidades y el resto del pueblo demasiado atareado en su trabajo en el campo como para dirigir plegarias y rezos a entes supremos.

Sin embargo, la perversión post – moderna en su vertiente más demencial ha sido capaz de tergiversar los principios fundamentales de la esencia caníbal del ser humano moderno. La antropofagia ha perdido su esencia cultural o ritual, ni siquiera puede entenderse como un último recurso de supervivencia. En nuestra actualidad ni siquiera se basa en el aprovechamiento de unos excedentes productivos. Ahora se practica un determinado tipo de canibalismo que en términos de abstracción implican que un individuo en concreto consuma a otros muchos en vida. La explotación se ha mudado en práctica general y convencional que permite obtención de unos recursos inmateriales a un espectro muy reducido de la población mediante el agotamiento vital de otros muchos. Y es que, desde el principio al fin, el hombre es un lobo para el hombre.

Luis Pérez Armiño

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