miércoles, 6 de febrero de 2013

Y…, ¿la historia se repite…?

          A lo largo de la historia son muchos los filósofos que han logrado entender la naturaleza del poder, desenmascarando los entresijos y mecanismos que mueven los órganos internos de gobierno. Y no es tarea fácil, pues detrás de la cara, más o menos amable de los gobernantes, se ocultan miles de rostros oscuros. Nada puede desestabilizar la armonía, eso está por encima de todo, y como dijo Maquiavelo, el fin justifica los medios. Si alguien o algo atenta contra la estabilidad política, se va a utilizar cualquier recurso, repito, cualquier recurso, para borrar ese rastro, y si es posible sin dejar huella alguna.
Volviendo al principio, muchos son esos filósofos que entendieron el modus operandi del poder. Entre ellos Thomas Hobbes, filósofo británico del siglo XVII. El justificó, con relativa sencillez, la existencia del estado como ente de pacificación y organización social en la convivencia del hombre con sus congéneres. Hobbes consideraba que los hombres no estaban preparados para convivir juntos en un ambiente de paz y armonía. Tenía presente que las rencillas y disputas estarían a la orden del día, alentadas por ambiciones y envidias, tan comunes en la naturaleza humana. Esta naturaleza humana fue definida por el filósofo británico como homo homini lupus, lo que traducido al castellano significa: el hombre es un lobo para el hombre. Esta expresión la había tomado de otra similar, "Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit." (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro) del escritor romano Tito Maccio Plauto. Para controlar el egoísmo humano, para que el hombre no sea un lobo con el hombre, a Hobbes se le hace necesaria la presencia del Estado, al que nomina como Leviatán, monstruo marino que muchos identifican con el propio diablo. El Estado puede llegar a ser tremendamente cruel y despiadado, mas se hace necesaria su existencia para que el hombre no acabe con la existencia del hombre. Es un monstruo y sin embargo su mal, entendido como mal menor, se hace necesario para mantener la paz y el orden entre los hombres.
Hasta aquí, creo yo, qué, bajo un punto de vista lógico, podemos estar todos más o menos de acuerdo. El problema radica en poner los límites de actuación del Estado. Hasta qué punto se debe consentir la extralimitación. En qué momento se debe decir ¡basta! y pasar a la movilización. No es sencilla la cuestión, pero por poner un ejemplo, quizás el más conocido, los franceses decidieron derrocar el poder establecido y proponer otros medios de gobierno diferentes en 1789. Hay que decir que el grado de pobreza, desdicha y miseria de la Francia de finales del XVIII, era insostenible. Los gobernantes habían antepuesto, durante todo ese siglo, el honor y el prestigio nacional, embarcándose en estúpidas y sucesivas guerras, que no supusieron mayores glorias, pero si acabaron con los recursos económicos del país. Y como ya sabemos todos, cuando el Estado anda corto de fondos, independientemente de que hayan cometido o no una mala gestión, es el pueblo el que lo sufre en su estómago.
Hay quien asegura que la historia es lineal, en mi opinión eso no se sostiene. La razón que me lleva a considerar esta cuestión es que a pesar de que hayan pasado cuatro siglos, como en el caso de Hobbes, o más de veinticinco, como en el caso de los filósofos griegos, sus teorías siguen siendo perfectamente aplicables a la realidad actual, curioso pero cierto.  

1 comentario:

  1. Filosofía, realidad...? Excelente presentación antológica de una cuestión actual! Felicidades

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