martes, 5 de febrero de 2013

Périfas el amado

           Hasta la propia virtud que adorna al humano le puede conducir al desastre si no es debidamente controlada. El cosmos debe encontrar el equilibrio entre la energía positiva y negativa. La preponderancia de una de las dos energías sobre la otra conlleva la ruptura del equilibrio y la implantación del desorden. El desorden y el desconcierto entre el bien y el mal provocan la duda que precede a la tragedia.
Périfas fue uno de los primeros reyes atenienses. Un gran monarca, sin duda alguna, o eso creían sus súbditos, pues así se lo hacían sentir con el respeto y amor que le procesaban. Pero no siempre la lógica se impone a la sinrazón y esa admiración y respeto que suscitaba entre sus ciudadanos paradójicamente fue lo que a punto estuvo de dejarle sin vida; al igual que le ocurrió a Damocles con su espada, aquello que le otorgaba la fuerza y el orgullo se volvió contra él. Estuvo muy cerca de visitar los infiernos antes de tiempo y quedó transfigurado para toda la eternidad. Hay circunstancias y ocasiones en la vida que más le conviene a uno pasar desapercibido, pues llamar mucho la atención, y más si es para bien, suele provocar envidias entre los más poderosos.
El amor que sentía el pueblo de Atenas por su rey, de quien admiraban sus virtudes y justicia, les llevó a tributarle en vida los honores de la apoteosis. Para reconfortarle erigieron un magno templo en su honor y en cuyo frontispicio se podía leer claramente y con letras de oro la inscripción: A Zeus, Bienhechor y Conservador. Con este reconocimiento el pueblo le consagraba su amor y respeto y aseguraban perpetuarle en la eternidad.
Quiso Zeus tomarse la acción como una osadía y poseído por unos celos más propios del humano que del príncipe de los dioses, decidió exterminar a Périfas y toda su familia. El hecho de que un simple mortal fuese objeto de tales homenajes más propios de una deidad le parecía al padre del Olimpo inconcebible. Cierto hubiese sido el destino del bueno de Périfas de no haber intervenido Apolo en su favor. Le sonrió la fortuna al rey del Ática, quien salvó la vida por la mediación del dios de la luz. Logró persuadir Apolo a su padre para que desistiese de tal acción, pues le hizo ver que el ser amado por su propio pueblo no es motivo de semejante castigo, sino más bien de reconocimiento y orgullo. Consiguió conmover a Zeus, pero este no podía dejar pasar la situación impunemente, lo cual se pudiese haber tomado como una muestra de debilidad, así que concedió a Périfas un perdón relativo.  Zeus perdonó la vida del amado monarca pero quedó convertido en águila, ave majestuosa, portadora del rayo y consagrada al propio padre de los olímpicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario