Hasta la propia virtud que adorna al humano le puede conducir al
desastre si no es debidamente controlada. El cosmos debe encontrar el
equilibrio entre la energía positiva y negativa. La preponderancia de una de
las dos energías sobre la otra conlleva la ruptura del equilibrio y la
implantación del desorden. El desorden y el desconcierto entre el bien y el mal
provocan la duda que precede a la tragedia.
Périfas fue uno de los primeros reyes atenienses. Un gran monarca,
sin duda alguna, o eso creían sus súbditos, pues así se lo hacían sentir con el
respeto y amor que le procesaban. Pero no siempre la lógica se impone a la
sinrazón y esa admiración y respeto que suscitaba entre sus ciudadanos
paradójicamente fue lo que a punto estuvo de dejarle sin vida; al igual que le
ocurrió a Damocles con su espada, aquello que le otorgaba la fuerza y el
orgullo se volvió contra él. Estuvo muy cerca de visitar los infiernos antes de
tiempo y quedó transfigurado para toda la eternidad. Hay circunstancias y
ocasiones en la vida que más le conviene a uno pasar desapercibido, pues llamar
mucho la atención, y más si es para bien, suele provocar envidias entre los más
poderosos.
El amor que sentía el pueblo de Atenas por su rey, de quien
admiraban sus virtudes y justicia, les llevó a tributarle en vida los honores
de la apoteosis. Para reconfortarle erigieron un magno templo en su honor y en
cuyo frontispicio se podía leer claramente y con letras de oro la inscripción: A Zeus, Bienhechor y Conservador. Con
este reconocimiento el pueblo le consagraba su amor y respeto y aseguraban
perpetuarle en la eternidad.
Quiso Zeus tomarse la acción como una osadía y poseído por unos
celos más propios del humano que del príncipe de los dioses, decidió exterminar
a Périfas y toda su familia. El hecho de que un simple mortal fuese objeto de
tales homenajes más propios de una deidad le parecía al padre del Olimpo
inconcebible. Cierto hubiese sido el destino del bueno de Périfas de no haber
intervenido Apolo en su favor. Le sonrió la fortuna al rey del Ática, quien
salvó la vida por la mediación del dios de la luz. Logró persuadir Apolo a su
padre para que desistiese de tal acción, pues le hizo ver que el ser amado por
su propio pueblo no es motivo de semejante castigo, sino más bien de
reconocimiento y orgullo. Consiguió conmover a Zeus, pero este no podía dejar
pasar la situación impunemente, lo cual se pudiese haber tomado como una
muestra de debilidad, así que concedió a Périfas un perdón relativo. Zeus perdonó la vida del amado monarca pero
quedó convertido en águila, ave majestuosa, portadora del rayo y consagrada al
propio padre de los olímpicos.
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