domingo, 24 de febrero de 2013

Seres viles. Qué buen súbdito…

Hasta tres tipos básicos se distinguen. No existe una caracterización antropométrica que nos permita reconocer a los viles y mezquinos que pueblan, y en la mayoría de las ocasiones gobiernan en nombre de otros, los reinos de este mundo. Sin embargo, sí pueden clasificarse unos determinados rasgos que las estadísticas nos dicen predominantes. Son ellos los que de forma subrepticia, maliciosa y ladina consiguen hacerse con los poderes mundanos y dirigir los destinos de los voluntariosos y los decididos. La estrategia establecida para la toma violenta de las esferas de decisión pasa por la tan primitiva puñalada por la espalda; maniobra primigenia y por ello perfectamente eficaz. La traición como bandera y la cobardía como baluarte para defenderse ante el medio adverso. Especializados en mandar suicidas cargas que fulminan todo aquello que pueda suponer sombra y sorna del mezquino.


Primer ser vil. Rostros cetrinos y abotargados

Los seres cetrinos y de carnes mórbidas, blandas, desparramadas entre los pliegues de sus vestimentas en exceso pulcras para disimular de forma violenta sus oscuras intenciones. Ante todo la cobardía del que se sabe fiel súbdito y pronto a obedecer las órdenes más disparatadas sin apenas cuestionar las procedencias de las mismas o su conveniencia. Suelen mostrarse ante el resto de los mortales apoltronados en sus tronos desvaídos y ya ajados de tantos dignos traseros que los han ocupado. Su preeminencia es de corta duración, su estima entre sus superiores tiene fecha de caducidad, su poder es frágil y pasajero. Y los primeros conocedores de lo efímero de su escaso papel son ellos mismos; los consternados sufridores se asientan a sus pies a la espera de las peroratas babosas y desleídas de estos seres indignos. Su papel en la historia es negro sobre blanco que con el paso del tiempo se muda a un amarillo angustioso que sucumbirá más pronto que tarde.

 
Segundo ser vil. Los poderes de los colores

Con larga insistencia nos han convencido de la importancia de la apariencia. Durante siglos algún ente superior ha promovido esa extraña e ilógica distinción que busca separar a las personas en base a clases, castas y estamentos inamovibles pese a las falsas promesas que a modo de cánticos de sirenas nos llegan desde las escarpadas costas de eso que llaman democracia. Sin embargo, nos caracterizan para que podamos ser fácilmente identificables e identificados. En ocasiones, los uniformes y las banderas confieren la falsa superioridad a determinados seres que son investidos de frágiles poderes que sólo son capaces de mantener ensuciando sus galas con la sangre de los demás. No existen cuestionamientos ni interrogantes; no existe nunca la autoridad moral, sólo la jerárquica. 
 

Tercer ser vil. A falta de otros muchos que puedan seguir

Sin embargo, hay personas e individuos que se mueven por motivaciones que están más allá del simple lucro o beneficio personal; incluso algunos que se muestran serviles y complacientes de una forma consciente, orgullosos de su mezquina labor y de los cuidados que prodigan hacia sus superiores. Prestos siempre a obedecer órdenes, les mueve el peor de los fanatismos. Hacía tiempo que corría una opinión que consideraba todos los “-ismos” como fuerzas exterminadoras que debían ser evitadas. Pero los “-ismos” no son el problema; las ideas no son perniciosas por si mismas. La dificultad surge cuando una legión de individuos e individuas deciden hacer suya esas ideas y convertirlas en la mecha de sus hogueras donde deberán perecer los herejes. Imbuidos del espíritu ya sea por convicción o por esos falsos enamoramientos sectarios que ciegan su corta razón y su escaso criterio, se convierten en perros de jauría sólo atentos a la presa.


Luis Pérez Armiño

 

 

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