Hasta
tres tipos básicos se distinguen. No existe una caracterización antropométrica
que nos permita reconocer a los viles y mezquinos que pueblan, y en la mayoría
de las ocasiones gobiernan en nombre de otros, los reinos de este mundo. Sin embargo,
sí pueden clasificarse unos determinados rasgos que las estadísticas nos dicen
predominantes. Son ellos los que de forma subrepticia, maliciosa y ladina
consiguen hacerse con los poderes mundanos y dirigir los destinos de los voluntariosos
y los decididos. La estrategia establecida para la toma violenta de las esferas
de decisión pasa por la tan primitiva puñalada por la espalda; maniobra
primigenia y por ello perfectamente eficaz. La traición como bandera y la
cobardía como baluarte para defenderse ante el medio adverso. Especializados en
mandar suicidas cargas que fulminan todo aquello que pueda suponer sombra y
sorna del mezquino.
Segundo
ser vil. Los poderes de los colores
Primer
ser vil. Rostros cetrinos y abotargados
Los
seres cetrinos y de carnes mórbidas, blandas, desparramadas entre los pliegues
de sus vestimentas en exceso pulcras para disimular de forma violenta sus
oscuras intenciones. Ante todo la cobardía del que se sabe fiel súbdito y
pronto a obedecer las órdenes más disparatadas sin apenas cuestionar las procedencias
de las mismas o su conveniencia. Suelen mostrarse ante el resto de los mortales
apoltronados en sus tronos desvaídos y ya ajados de tantos dignos traseros que
los han ocupado. Su preeminencia es de corta duración, su estima entre sus
superiores tiene fecha de caducidad, su poder es frágil y pasajero. Y los
primeros conocedores de lo efímero de su escaso papel son ellos mismos; los
consternados sufridores se asientan a sus pies a la espera de las peroratas
babosas y desleídas de estos seres indignos. Su papel en la historia es negro
sobre blanco que con el paso del tiempo se muda a un amarillo angustioso que
sucumbirá más pronto que tarde.
Con
larga insistencia nos han convencido de la importancia de la apariencia. Durante
siglos algún ente superior ha promovido esa extraña e ilógica distinción que
busca separar a las personas en base a clases, castas y estamentos inamovibles
pese a las falsas promesas que a modo de cánticos de sirenas nos llegan desde las
escarpadas costas de eso que llaman democracia. Sin embargo, nos caracterizan
para que podamos ser fácilmente identificables e identificados. En ocasiones,
los uniformes y las banderas confieren la falsa superioridad a determinados
seres que son investidos de frágiles poderes que sólo son capaces de mantener
ensuciando sus galas con la sangre de los demás. No existen cuestionamientos ni
interrogantes; no existe nunca la autoridad moral, sólo la jerárquica.
Tercer
ser vil. A falta de otros muchos que puedan seguir
Sin
embargo, hay personas e individuos que se mueven por motivaciones que están más
allá del simple lucro o beneficio personal; incluso algunos que se muestran
serviles y complacientes de una forma consciente, orgullosos de su mezquina
labor y de los cuidados que prodigan hacia sus superiores. Prestos siempre a
obedecer órdenes, les mueve el peor de los fanatismos. Hacía tiempo que corría
una opinión que consideraba todos los “-ismos”
como fuerzas exterminadoras que debían ser evitadas. Pero los “-ismos” no son el problema; las ideas no
son perniciosas por si mismas. La dificultad surge cuando una legión de
individuos e individuas deciden hacer suya esas ideas y convertirlas en la
mecha de sus hogueras donde deberán perecer los herejes. Imbuidos del espíritu
ya sea por convicción o por esos falsos enamoramientos sectarios que ciegan su corta
razón y su escaso criterio, se convierten en perros de jauría sólo atentos a la
presa.
Luis
Pérez Armiño
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