sábado, 31 de agosto de 2013

Public Felt Paper Co. James Redneck, el señor del cartón



James tenía una apretada agenda. En ella reunía todas las palabras que, por una u otra razón, odiaba. Concienzudo observador, dirigía todo su esfuerzo intelectual para encontrar cuestiones y asuntos, personas, animales o cosas, cualquier tema o concepto, que odiar. Era un “odiador” nato.

Todo lo que fuese novedoso o distinto se convertía en un sutil combustible que generaba un profundo rencor en los recovecos más enfermos de la mente de James. El odio ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Cuando identificaba algo digno de su odio, se apresuraba a anotarlo en su “agenda del odio”. Se encerraba en su despacho y escribía compulsivamente la palabra que debía odiar una y otra vez hasta que completaba una página completa. El día señalado en esa página era el “día del odio de… y la palabra correspondiente”.

James era, desde hace años, director gerente de la delegación regional en Pooltron City de la mayor empresa de cartonaje del país. Public Felt Paper Co. prácticamente monopolizaba el sector del cartón en todo el país. No había empresa que no demandase sus servicios de paquetería.

El Sr. Redneck, director gerente de la delegación de Pooltron City, era considerado como uno de los mayores expertos en cartones y cartonaje de toda la ciudad. Sus sólidos conocimientos técnicos y teóricos habían avalado su nombramiento como técnico especialista en la empresa siendo todavía un joven prometedor. Desde que recaló en la delegación regional, su carrera laboral ha vagado entre los hechos certificados y las leyendas que corrían entre subalternos y demás técnicos destinados en Pooltron City. En esa bruma que transita entre la verdad y el mito, lo único que parecía demostrado fue el ascenso vertiginoso en el escalafón interno de la delegación. Desde su entrada como técnico hasta lograr ocupar el puesto de director gerente, James apenas había visto pasar los años. En su currículo, las malas artes y una puñalada certera a la espalda de la anterior directora gerente se convirtieron en motivos suficientes como para justificar el ascenso.

El negocio del cartón es simple. Ofrecer al cliente un sistema de paquetería resistente y económico. Nada más. Sin embargo, ese era asunto en exceso mundano para James. Sus pretensiones iban más allá del puro hecho crematístico. James, ante todo, era un teórico. En tertulias y demás reuniones sociales se atrevía a titularse como “el más experto cartonólogo del país”. Creo que no es suficiente insistir en lo insulso y poco agraciado de un comentario que el resto de contertulios y demás convidados no solían comprender.

Sus jornadas de trabajo en la delegación de Public Felt Paper Co. transcurrían entre cavilaciones y sesudas indagaciones teóricas. James era un convencido evolucionista que comprendía las cualidades casi biológicas del cartón. La caja nació simple, evolucionó hacia formas de cartón múltiple y, ahora, en los tiempos modernos, vivíamos en el esplendor del cartón reforzado.

La ciencia y la técnica habían logrado superar los viejos arcaísmos del cartón sencillo de cuatrocientos gramos por metro cuadrado distribuido en un número variable de láminas. Estamos en los tiempos modernos de las cajas con lengüeta automontables y las cajas de cartón reforzado. Sin embargo, James se aferraba con insistencia a las ya anticuadas cajas de cartón múltiple que superaban con creces los quinientos gramos por metro cuadrado en un mayor número de láminas que las cajas de cartón simple. Eran su debilidad y su pasión. Se entregaba a ellas con una devoción carnal y pecaminosa. Se encerraba durante horas y horas, de día y de noche, estudiando las composiciones químicas del material y las infinitas posibilidades del cartón múltiple. El resultado: infumables y eternos informes que engrosaban las tediosas comunicaciones de James en las convenciones nacionales e internacionales de expertos en cartonaje y materias afines. Su público se dividía entre los fanáticos detractores y los igualmente exaltados devotos. A nadie dejaba indiferente James en el apasionante mundo de la cartonología.

James llevaba horas enfrascado en un pesado y polvoriento libro detrás de su despacho. Alguien llamó a su puerta. A James le molestaba profundamente que interrumpiesen sus lecturas. Estaba enfrascado en un tedioso volumen que trazaba el origen e historia del cartón múltiple de cinco láminas escrito hacía décadas por el fundador de Public Felt Paper Co.

–Adelante- susurró con resignación James.

La puerta se entreabrió tímidamente. Un hilo de luz penetró en el despacho de James. Por la puerta se asomaron las gafas y el semblante nervioso, desquiciado y anémico de la secretaria del director gerente Sr. Redneck: la señorita Jane Wright.  

Luis Pérez Armiño


miércoles, 28 de agosto de 2013

El sacrificio de Isaac, 1526 – 1532, de Alonso de Berruguete

En muchas ocasiones el artista debe hacernos adivinar los sentimientos y emociones que se esconden detrás de sus obras. Durante mucho tiempo, especialmente en la España de los siglos XVI y XVII, un país donde la religión impregnaba desde sus cimientos todas las bases del ordenamiento social, cultural, político e, incluso, económico, el arte se entendía como un trabajo, una artesanía cuyo fin era conmover el espíritu del fiel. Dejando de lado cualquier apreciación estética, una escultura o una pintura se concebía como un objeto plenamente utilitario. Y el artista debía ser capaz de imprimir esa especial expresividad que tanto demandaba la clientela religiosa para mantener la rectitud de los fieles.

Durante el siglo XVI, Valladolid es una de las principales capitales artísticas del reino de Castilla y de toda la península Ibérica. Su prosperidad encontró eco en la fundación de centros religiosos que demandaban una importante cantidad de obras de arte para completar sus fundaciones. Uno de estos fue el monasterio de San Benito el Real, cuya iglesia precisaba de un gran retablo que otorgase la necesaria dignidad que el recinto exigía. La obra se encargó a un escultor controvertido pero de sobrada reputación, capaz de hacer frente a un encargo de tales dimensiones. Era Alonso de Berruguete, hijo del pintor Pedro.



Detalle de la cabeza de Abraham
Museo Nacional de Escultura de Valladolid - MECD
Alonso se había formado en el taller paterno, pero tuvo la posibilidad de completar su educación en el principal centro artístico de la Europa del XVI, Italia. Allí pudo aprender las formas clásicas emanadas de los principios renacentistas y, sobre todo, comprendió la forma de hacer de un Miguel Ángel, empeñado en la ruptura de los modelos clasicistas que habían imperado en el panorama artístico italiano. Así, en la formación del joven Berruguete confluía el clasicismo que bebió en Italia (se dice que hizo una copia del recientemente descubierto Laocoonte), asimilando las nuevas maneras enunciadas por Miguel Ángel, pero sin olvidar su poso castellano, donde la pervivencia de ese especial expresionismo goticista todavía seguía latente en las artes.

Una de las obras cumbre del escultor fue el Sacrificio de Isaac, escultura de bulto redondo que formaba parte del retablo encargado para la iglesia del monasterio de San Benito el Real en Valladolid. En la actualidad en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, esta pieza resume las características estilísticas de Berruguete. Técnicamente, nos encontramos ante una talla en madera, tan del gusto español, en la que destacan los efectos del dorado al que tan aficionado era. Pero, sin duda, interesa más el tremendo efecto expresivo logrado en el conjunto total de la composición y en cada uno de sus detalles.

Monasterio de San Benito el Real, Valladolid
Fotografía: Rowanwindwhistler - Fuente
Berruguete representa el momento en que Abraham, obedeciendo el cruel mandato divino, está dispuesto a inmolar a su único hijo, que se dispone a recibir el mortal cuchillo que ponga fin a su vida en honor de la gloria divina y como demostración de la fe inquebrantable de su padre. Sin embargo, en última instancia, un ángel detiene el atroz sacrificio creyendo Yahvé que se había demostrado con creces la fidelidad de Abraham.

El escultor pone en práctica todos sus conocimientos en esta genial talla. Las estudiadas y potentes anatomías recuerdan los modelos miguelangelescos, mientras que la crueldad y lo incoherente del mandato divino encuentra respuesta en la ferocidad expresiva de los rostros, hasta el punto de deformarlos: el de un Abraham que levanta su mirada hacia el cielo sin hallar explicación a la desalmada petición de ese dios al que tantas veces había probado su fe, mientras su boca se estremece ante la obligación incomprensible que decide acatar sin ningún tipo de duda; o la perdida mirada de su hijo Isaac que inocentemente preguntaba poco antes dónde se encontraría el sacrificio para ofrecer a Jehová y no sabía que se trataba de él mismo cuando su padre le contestaba aquel “Dios proveerá”. Y precisamente contrasta el rostro en cierta calma tensa de un Isaac frente a la desesperación de un padre que ha de perder a su hijo.

Todo este torbellino de emociones se concentra en el canon alargado de las figuras, en esa especie de disposición helicoidal que lo único que hace es reforzar la sensación de incredulidad ante la cruel intransigencia de un dios deseoso de la sangre de sus hijos. La talla nerviosa de Berruguete fue la capaz de generar todo un torrente de emociones mediante el frenético trabajo de la madera que le convirtió en un escultor digno de los mejores maestros de un gran siglo escultórico como fue el XVI.

Luis Pérez Armiño

sábado, 24 de agosto de 2013

La ciudad de Frank Meadows (y de James). Pooltron City



James contemplaba ensimismado el nauseabundo banquete de la salvaje jauría de gatos. Frente a la repugnancia de la escena, James podía encontrar cierta satisfacción en los hocicos sumergidos en la masa viscosa y sanguinolenta de entrañas. Una imagen icónica que tomaba forma en su mente a medida que los restos eran reducidos a la nada gracias al ímpetu irrefrenable del hambre satisfecho al calor de las oportunidades.

Un golpe de aire seco y pegajoso desperezó a un atribulado James. El viento fétido se introdujo con decisión por sus vías respiratorias y llenó de pleno sus pulmones. Era una brisa hedionda, casi plástica y palpable. Se podía masticar y dejaba en la boca un regusto amargo y repugnante.

El aire de Pooltron Cuty se caracterizaba por su estado viciado. La ciudad se encontraba enclavaba en medio de un mar de huertos y campos de cultivo. Los agricultores que poblaban los alrededores de la ciudad tenían a bien fertilizar sus tierras con los excrementos de la escasa ganadería porcina que se criaba en el lugar. El resultado, dependiendo del capricho de las corrientes, era un viento que azotaba cíclicamente la ciudad cargado de malolientes aromas que se impregnaban con molesta insistencia en las narices y profundizaban por la garganta hasta revolver los estómagos. En las horas de más calor el ambiente de Pooltron City era irrespirable.

El trazado de la ciudad se resumía en un complejo de angostas calles que se sucedían sin orden ni sentido de forma laberíntica. Viejos cascarones que hacían las veces de vetustos edificios parecían disputarse los terrenos más próximos a un centro urbano donde se resumían todos los poderes que gobernaban con mano de hierro los designios ciudadanos. A esa plaza daban los aireados y luminosos despachos de Frank Meadows en el ayuntamiento. Desde allí, el señor alcalde arengaba a sus vecinos y lograba su estúpido apoyo. Se decía que sus palabras, llenas de dulzura encendida, funcionaban como un mágico elixir que enardecía a las masas y desmayaba entre estridencias de placer tanto a hombres como a mujeres. Ese era Frank y su porte. Siempre, a su espalda, su mujer y su séquito.

En Pooltron City no se precisaba ningún tipo de habilidad, ni de sabiduría ni capacidad, ni era necesario disponer de dotes especiales. Simplemente imperaba la ley del favoritismo, del más fuerte. Tú me debes un favor. Yo soy dueño y señor de tu misma vida, de tus pertenencias, de tu familia, de tu esposa o esposo, de tus hijos y de tu destino. Por mi parte, yo debo un favor a un señor más poderoso aún. Así de una forma interminable hasta lograr crear una pirámide obscena, una red infinita de clientelismos serviles gobernada por el deseo irrefrenable de poder del que hacen gala el Sr. Meadows y esposa. Sencillo y efectivo. James se perdía en el océano de carne, con muchos a los que deber y otros tantos a los que exigir.

Pooltron City es suciedad y basura acumulada en sus esquinas impregnando de los más variopintos olores vías y paseos. Orines, vómitos y demás desperdicios putrefactos formaban artísticas vetas en las aceras. Los edificios, artificios que engalanan sus exteriores con gusto desmedido, incluso abusivo, sin orden ni concierto, llenos de artificios tan falsos como inútiles. Su estructura, de piedra barata y porosa, asequible a la factura del tiempo y del desgaste. Los interiores sobrios y abandonados hasta el límite de lo miserable. Contenidos vacíos.

Todo era mentira en Pooltron City. Sus habitantes, más dados a la farándula y a los espectáculos vacuos y sin sentido, adoraban los oropeles y los falsas artimañas con las que se dejaban cegar. Pan, escaso y mohoso, y circo, mucho circo, satisfacían las necesidades primarias de los ciudadanos y las ciudadanas. Los espacios públicos se convertían en un triste escaparate de vanidades donde hombres y mujeres jugaban al desconcierto y lucían sus mejores galas y atuendos, ricos y plenos de oros falsos y devaluados, brillos estridentes que apenas disimulaban la verdadera esencia de una ciudad infesta.

Los ciudadanos y ciudadanas de Pooltron Cuty, entre susurros, siempre mirando a su espalda, se atrevían a calificar la ciudad como un vertedero de favores y corruptelas. Si Frank y sus matones aparecían a la vuelta de la esquina, esos mismos detractores forzaban una exagerada sonrisa de oreja a oreja y saludaban al señor Meadows con una ligera inclinación descubriendo su cabeza. Mejor estar a bien con don Frank y sus hombres, incluso agonizando en el vertedero. James era uno de esos aduladores que despotricaba en la tranquilidad de su soledad contra las gestiones de Frank pero que luego se jactaba de ser el más rastrero e incondicional de sus servidores.

James tenía su pequeño negocio donde representaba a una gran empresa cerca de la plaza principal.

Luis Pérez Armiño

 

jueves, 22 de agosto de 2013

La vuelta de Caronte

El ser humano, egoísta y pretencioso, ha jugado a ser Dios desde el principio de sus tiempos, intentando controlar los ciclos naturales y los designios del Oráculo. Primero fue el impago del óbolo de Caronte, queriendo retrasar lo inevitable. Después vino el destierro del barquero para eludir los dominios de Hades. Pero el hombre ha olvidado que todo tiene fecha de caducidad, que los tiempos han de cumplirse y que intentar romper los ciclos solo conduce a una agonía recalcitrante.

Es el momento de reclamar la vuelta del barquero, que todas aquellas ideas que ahogan, incluso desde la ignorancia, puedan seguir su camino. Un insólito mundo debe florecer. Lo nuevo ha de sustituir lo inservible. Esa es la cruel, pero necesaria Ley.

sábado, 17 de agosto de 2013

James Redneck y los horizontes. Teoría de los círculos



Frank Meadows se había perdido en el laberinto de la ciudad. Y con él, su mujer, su secretaria y todo su cortejo y séquito de guardaespaldas, matones y aduladores varios.

Frank Meadows se volatilizaba en los recuerdos de James Redneck. Desaparecía poco a poco de su mente. El rubor hacía desaparecido de las mejillas de James. Su atención se concentraba ahora en una bolsa blanca llovida del cielo que había llegado al suelo con un estrépito nauseabundo y viscoso.

Una jauría inquieta y nerviosa de gatos se había abalanzado sobre los restos de comida arrojados desde la ventana. El tradicional protocolo que suele dominar los instintos de este tipo de animales parecía que por momentos peligraba. El gran macho ya se había saciado y se había retirado satisfecho dejando los restos a sus compañeros. Gatas recién parturientas y pequeños cachorros de aspecto inocente, hasta cariñoso, se peleaban por aquella basura hedionda y grasienta. El ruido de las fauces masticando y desgarrando tripas y carnes correosas se confundía con algún que otro maullido tierno e infantil. Un pequeño gato negro y blanco consiguió abrirse paso en medio de la marabunta felina que devoraba sin ningún miramiento la bazofia. Tras hundir su cabeza en la masa gelatinosa de restos, fue expulsado del grupo. Apartado, dirigió una fugaz y desinteresada mirada a James. Su hocico todavía rezumaba sangre y de sus pequeños bigotes colgaba una pringosa tripa de un pescado.

La mirada felina inquietó a James. Viejos fantasmas volvieron a merodear por las rugosidades de su cerebro.

Para James la vida consistía en una simple teoría de círculos. En torno a él había uno pequeño y modesto. Dentro de la seguridad confortable de su círculo, James se sabía el amo y señor y, como tal, actuaba. Alrededor de su órbita existía toda clase de seres y pequeñas criaturas que malvivían a la sombra de James. Aquellos que le adoraban como un semidios besando el suelo que pisaba y todos los demás obligados a cobijarse bajo la mezquina figura de James por diversos motivos y obligaciones, muchas veces, autoimpuestas.

La vida en ese círculo transcurría sin prisas y sin esperanzas, girando en torno a dos ejes: el que creía James y el que sufrían los demás. James se veía como un líder respetuoso y respetado, magnánimo en sus decisiones, siempre sabias y acertadas; para algunos y algunas, supervivientes que se alimentaban de las limosnas y las migajas de James, esta imagen podía ser, incluso, cierta; pero para la inmensa mayoría que tenía que consentir a James, éste era un ser déspota y vil. James representaba las tres “emes”: mediocre, mezquino y miserable.

El pequeño círculo de James gravitaba en torno a un universo aún más poderoso y temible: el de Frank Meadows. Como alcalde de la ciudad, Pooltron City, un núcleo urbano en cierto modo segundón y de provincias pero con ansias de poder y capitalidad no merecida, Frank era el líder indiscutible. Nada escapa a su control. Era el jefe que partía y repartía gracias a su conveniencia. El grado de servilismo respecto al gran alcalde decidía, en última instancia, la cuantía de los favores concedidos por el señor Meadows.

Frank era el gato gordo. El jefe de la manada. Una vez que él se saciaba, su séquito podía pelearse por los despojos que había dejado. De vez en cuando, Frank decidía que James podía participar de las migajas. James se sentía profundamente conmovido y agradecido. A Frank le divertía la escena cómica de un gordo y prepotente James, humillado y servil, peleando por los restos y la basura sólo por poder participar de la falsa generosidad del señor alcalde. James era el gato mediocre, el bufón de los poderosos.

Luis Pérez Armiño

jueves, 15 de agosto de 2013

Reflexiones y conclusión



Largo fue el viaje, cansado y en ocasiones tortuoso. Pero lejos de sacar una conclusión negativa; ante todo fue un viaje gratificante, enriquecedor y terroríficamente esclarecedor. No tengo duda alguna de que el hombre merece ser castigado. La extinción de la raza sea quizás un castigo desmesurado, pero lo cierto es que la ambición humana había adquirido dimensiones preocupantes, tomándose atribuciones que no eran lícitas. Justifico de esta manera la ira de los olímpicos, tal vez un tanto desproporcionada, pero reitero mi primera observación; justificada. El hombre se evadió de su responsabilidad como ser mortal, se abandonó al miedo y a las falsas y alentadoras promesas, buscando el consuelo en un falso ídolo, cuyo origen se encuentra en la extraña Judea. Vida eterna y feliz; tan solo bastaron estas vacuas palabras, en forma de promesa, que se las lleva el viento por inconsistentes. Eso es todo lo que necesita un pueblo hambriento, que paradójicamente seguirá pasando hambre, pero que será recompensado con una eternidad de dicha y felicidad. Una promesa que no se sostiene y que sin embargo ha calado entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

La religión cristiana no es más que tremendísima incongruencia que surgió y se alimentó de la decadencia de Roma y fue de tal magnitud que provocó la crisis de los valores en la sociedad greco-romana. Estos se desmoronaron, dando entrada a ideas retrógradas venidas de un pueblo cuyo grado de civilización era plausiblemente menor, pero que llevaban como baluarte el optimismo y fue lo único que hizo falta para convencer a la población. Esta es la base de nuestra condena. Bárbaros y cristianos se apropiaron ilegítimamente de un mundo que no les correspondía y lo transformaron a su imagen y semejanza, es decir, crearon un mundo grotesco, despiadado, caratulero y analfabeto. Pero tomaron base de sus ideas en el Imperio, seducidos por el poder que Roma había llegado a ostentar. Un remiendo que se materializa en una involución social y cultural.

Todo aquello que habían aportado los griegos, todos los avances políticos, sociales y culturales, quedaban lapidados por el Nuevo Orden, donde la brutalidad y la ignorancia se ponía al servicio de la religión cristiana, que únicamente propagaba la generosidad, solidaridad y amor, para que unos pocos, denominados privilegiados, vivieran con opulencia a costa del sufrimiento y el esfuerzo colectivo de un pueblo anclado en la miseria y al borde de la tragedia. Nadie se acuerda cuando el dios judío materializó un diluvio universal qué habría de erradicar la maldad del hombre, pero lejos de conseguir su propósito, la maldad se extendió con más fuerza. Solo puedo pensar que es un dios confuso y sin base. Los pecados capitales son una orgía de estímulos que espolean a los propios servidores del cristianismo. Esta ha de ser una de las premisas que fundamente el réquiem por el cristianismo.  

La humanidad está condenada y justa es la condena. Unos lo merecen por avarientos. Los otros por consentirlo, por abúlicos y miedosos, por no ser capaces de reaccionar cuando se les ha presentado la oportunidad de mejorar sus vidas. Yo les había dado esa opción y no solo la desaprovecharon, sino que me vendieron. Entiendo el sentimiento de traición que Zeus alberga, pues yo me siento de la misma forma. Pero resulta inimaginable la erradicación total y absoluta de la raza humana. Tengo la certeza del amor que Apolo siente por nuestra especie y sin duda el humano tendrá su castigo, pero estoy convencido que no ha de ser tan cruento como el padre de los dioses ha vaticinado. En el fondo somos unos ignorantes, por encima de todo, esa es nuestra mayor condena y no hemos de merecer tan siniestro castigo. Con seguridad afirmo que el hijo de Zeus, Señor de las luces, no lo permitirá y el mundo de los dioses conocerá una nueva etapa de turbulencias; la rebelión del Apolo contra Zeus.

Letravio de Zingolo