Hay algo que no ha cambiado a
pesar de los siglos y siglos; es el concepto del poder y sus protagonistas. Camaleónicamente
se adaptan al medio, confundiendo al pueblo y orientándolo hacia sus fines. No
por más revoluciones, que ha habido y habrá, le quitará al poderoso de su
sitio. El poderoso entiende con mayor facilidad los entresijos sociales que el
pueblo. Unos entresijos que ellos mismos han construido. El último engaño de
estos seres recibe el nombre de Democracia.
Han hecho creer al pueblo que tiene
la soberanía, que es el que manda. Sin embargo cuando llegan las dificultades
está claro quién es el sector prioritario, la banca, las grandes empresas, el
poder en definitiva. Lo preocupante de todo esto, es que se legitiman en el
propio pueblo. Pues es el voto el que les otorga esa potestad. Intentan evitar
el absentismo electoral con frases “hechas” del tipo de quién no vota no cuenta, para que el cuidadano acuda cual “borrego” a
su propio cadalso. Ahí consiguen su fuerza, pues cometen las mayores atrocidades sabiendo que la gente volverá a acudir a las
urnas.
Parece ser que no se puede
criticar a los políticos y aun a pesar de que sus decisiones nos hayan
arruinado la vida, hay que dejarlos vivir en paz. Un ejemplo claro es el tema
de los escraches, supuestamente acosadores qué rompen la armonía de los
dirigentes. Yo estoy de acuerdo con que un niño no debe saber lo malo que es su
padre. Pero también pienso que si es posible que puedas ejercer la maldad, o equivocarte en decisiones que afectan a todos, no te conviertas en
personaje público. Lo cierto es que esto solo se sabe cuándo ya estás en el
poder, al principio todo son buenas intenciones. Pero llego más allá, un hijo
de un político debería desconocer o, por lo menos, no sufrir los desmanes de su
padre. Pero..., por la misma razón, es necesario que un hijo de un desahuciado ¿sufra
los excesos de la agresiva economía mundial?, o lo que es peor, ¿debe un niño dormir
en un parque o bajo un puente?, sin entender el porqué. Todo ello por culpa de un sistema injusto
que premia al rico y al poderoso, pero que lo endulzan con los néctares de la
Democracia.
Solo hay que tener en cuenta
una cosa. Antes existía la lucha social y ahora todo aquello que se opone
al poder establecido recibe un nombre; ¡TERRORISMO! Poco importa que sean unos
padres de familia reclamando alimento para sus hijos o un cualquiera que
protesta porque el banco le quita la casa; en todos los casos solventa al resto y eso incomoda al
poder...
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