sábado, 17 de agosto de 2013

James Redneck y los horizontes. Teoría de los círculos



Frank Meadows se había perdido en el laberinto de la ciudad. Y con él, su mujer, su secretaria y todo su cortejo y séquito de guardaespaldas, matones y aduladores varios.

Frank Meadows se volatilizaba en los recuerdos de James Redneck. Desaparecía poco a poco de su mente. El rubor hacía desaparecido de las mejillas de James. Su atención se concentraba ahora en una bolsa blanca llovida del cielo que había llegado al suelo con un estrépito nauseabundo y viscoso.

Una jauría inquieta y nerviosa de gatos se había abalanzado sobre los restos de comida arrojados desde la ventana. El tradicional protocolo que suele dominar los instintos de este tipo de animales parecía que por momentos peligraba. El gran macho ya se había saciado y se había retirado satisfecho dejando los restos a sus compañeros. Gatas recién parturientas y pequeños cachorros de aspecto inocente, hasta cariñoso, se peleaban por aquella basura hedionda y grasienta. El ruido de las fauces masticando y desgarrando tripas y carnes correosas se confundía con algún que otro maullido tierno e infantil. Un pequeño gato negro y blanco consiguió abrirse paso en medio de la marabunta felina que devoraba sin ningún miramiento la bazofia. Tras hundir su cabeza en la masa gelatinosa de restos, fue expulsado del grupo. Apartado, dirigió una fugaz y desinteresada mirada a James. Su hocico todavía rezumaba sangre y de sus pequeños bigotes colgaba una pringosa tripa de un pescado.

La mirada felina inquietó a James. Viejos fantasmas volvieron a merodear por las rugosidades de su cerebro.

Para James la vida consistía en una simple teoría de círculos. En torno a él había uno pequeño y modesto. Dentro de la seguridad confortable de su círculo, James se sabía el amo y señor y, como tal, actuaba. Alrededor de su órbita existía toda clase de seres y pequeñas criaturas que malvivían a la sombra de James. Aquellos que le adoraban como un semidios besando el suelo que pisaba y todos los demás obligados a cobijarse bajo la mezquina figura de James por diversos motivos y obligaciones, muchas veces, autoimpuestas.

La vida en ese círculo transcurría sin prisas y sin esperanzas, girando en torno a dos ejes: el que creía James y el que sufrían los demás. James se veía como un líder respetuoso y respetado, magnánimo en sus decisiones, siempre sabias y acertadas; para algunos y algunas, supervivientes que se alimentaban de las limosnas y las migajas de James, esta imagen podía ser, incluso, cierta; pero para la inmensa mayoría que tenía que consentir a James, éste era un ser déspota y vil. James representaba las tres “emes”: mediocre, mezquino y miserable.

El pequeño círculo de James gravitaba en torno a un universo aún más poderoso y temible: el de Frank Meadows. Como alcalde de la ciudad, Pooltron City, un núcleo urbano en cierto modo segundón y de provincias pero con ansias de poder y capitalidad no merecida, Frank era el líder indiscutible. Nada escapa a su control. Era el jefe que partía y repartía gracias a su conveniencia. El grado de servilismo respecto al gran alcalde decidía, en última instancia, la cuantía de los favores concedidos por el señor Meadows.

Frank era el gato gordo. El jefe de la manada. Una vez que él se saciaba, su séquito podía pelearse por los despojos que había dejado. De vez en cuando, Frank decidía que James podía participar de las migajas. James se sentía profundamente conmovido y agradecido. A Frank le divertía la escena cómica de un gordo y prepotente James, humillado y servil, peleando por los restos y la basura sólo por poder participar de la falsa generosidad del señor alcalde. James era el gato mediocre, el bufón de los poderosos.

Luis Pérez Armiño

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