Frank
Meadows se había perdido en el laberinto de la ciudad. Y con él, su
mujer, su secretaria y todo su cortejo y séquito de guardaespaldas, matones y
aduladores varios.
Frank
Meadows se volatilizaba en los recuerdos de James Redneck. Desaparecía poco a
poco de su mente. El rubor hacía desaparecido de las mejillas de James. Su
atención se concentraba ahora en una bolsa blanca llovida del cielo que había
llegado al suelo con un estrépito nauseabundo y viscoso.
Una
jauría inquieta y nerviosa de gatos se había abalanzado sobre los restos de
comida arrojados desde la
ventana. El tradicional protocolo que suele dominar los
instintos de este tipo de animales parecía que por momentos peligraba. El gran
macho ya se había saciado y se había retirado satisfecho dejando los restos a
sus compañeros. Gatas recién parturientas y pequeños cachorros de aspecto
inocente, hasta cariñoso, se peleaban por aquella basura hedionda y grasienta.
El ruido de las fauces masticando y desgarrando tripas y carnes correosas se
confundía con algún que otro maullido tierno e infantil. Un pequeño gato negro
y blanco consiguió abrirse paso en medio de la marabunta felina que devoraba
sin ningún miramiento la
bazofia. Tras hundir su cabeza en la masa gelatinosa de
restos, fue expulsado del grupo. Apartado, dirigió una fugaz y desinteresada
mirada a James. Su hocico todavía rezumaba sangre y de sus pequeños bigotes colgaba
una pringosa tripa de un pescado.
La
mirada felina inquietó a James. Viejos fantasmas volvieron a merodear por las
rugosidades de su cerebro.
Para
James la vida consistía en una simple teoría de círculos. En torno a él había
uno pequeño y modesto. Dentro de la seguridad confortable de su círculo, James
se sabía el amo y señor y, como tal, actuaba. Alrededor de su órbita existía
toda clase de seres y pequeñas criaturas que malvivían a la sombra de James.
Aquellos que le adoraban como un semidios besando el suelo que pisaba y todos
los demás obligados a cobijarse bajo la mezquina figura de James por diversos
motivos y obligaciones, muchas veces, autoimpuestas.
La
vida en ese círculo transcurría sin prisas y sin esperanzas, girando en torno a
dos ejes: el que creía James y el que sufrían los demás. James se veía como un líder
respetuoso y respetado, magnánimo en sus decisiones, siempre sabias y
acertadas; para algunos y algunas, supervivientes que se alimentaban de las
limosnas y las migajas de James, esta imagen podía ser, incluso, cierta; pero
para la inmensa mayoría que tenía que consentir a James, éste era un ser
déspota y vil. James representaba las tres “emes”: mediocre, mezquino y
miserable.
El
pequeño círculo de James gravitaba en torno a un universo aún más poderoso y
temible: el de Frank Meadows. Como alcalde de la ciudad, Pooltron City, un
núcleo urbano en cierto modo segundón y de provincias pero con ansias de poder
y capitalidad no merecida, Frank era el líder indiscutible. Nada escapa a su
control. Era el jefe que partía y repartía gracias a su conveniencia. El grado
de servilismo respecto al gran alcalde decidía, en última instancia, la cuantía
de los favores concedidos por el señor Meadows.
Frank
era el gato gordo. El jefe de la
manada. Una vez que él se saciaba, su séquito podía pelearse
por los despojos que había dejado. De vez en cuando, Frank decidía que James
podía participar de las migajas. James se sentía profundamente conmovido y
agradecido. A Frank le divertía la escena cómica de un gordo y prepotente
James, humillado y servil, peleando por los restos y la basura sólo por poder
participar de la falsa generosidad del señor alcalde. James era el gato
mediocre, el bufón de los poderosos.
Luis Pérez Armiño
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