sábado, 22 de febrero de 2014

La manzana de la discordia


Es difícil describir las cláusulas que rigen el contrato, no escrito, entre la Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al Desvalido y la Public Felt Paper Co. Se trata de un acuerdo en términos privados cuyos principios gravitan en torno a las personalidades oscuras y complicadas de las señoras van Fettreich, Humper y del propio señor Redneck. En medio, como notario que deja constancia de los pactos y sus reglas, la fiel secretaria Evelyn Hooker.

Se establecía una especie de simbiosis que satisfacía tanto las necesidades del propio James como las de las señoras encargadas de la gestión de la Fundación. Era una relación enfermiza, en algunos puntos cargada de determinados aspectos bizarros que algunos calificaban como de parasitismo. Los cronistas sociales, aduladores siempre atentos a la gratificación complaciente de la Fundación, se referían a los estrechos lazos entre empresa e institución como mutualismo benefactor y beneficioso. Patrañas que arañaban las escasas migajas que en forma de alabanzas vacías arrojaban las señoras van Fettreich y Humper a sus voceros. Eran gente de sencilla satisfacción, plumillas fracasados en más grandes empresas que encontraban su sustento en los textos por encargo que debían glorificar a sus mentores y mentoras.

James es travieso. Sabía jugar con las almas de las personas que le rodeaban. En su corte pululaba todo tipo de personajes de medio pelo. Algunos y algunas de ellos y ellas con evidentes niveles de discapacidad intelectual. Extraño cortejo que desfilaba con toda la pompa y orgullo posible por los pasillos de un manicomio. James contemplaba el espectáculo y pasaba revista a sus orgullosas huestes. Fuerzas diezmadas y desacompasadas, ciegas y adoctrinadas. James había conseguido radicalizar al máximo a sus fieles. No había nada más allá de James. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey.

James es romántico. Bajo su ancho pecho, entre capas y estratos de orgullos, envidia y desinterés, un pequeño corazón late lentamente. Con un ritmo pesado y de secuencias eternas, ese pequeño fruto podrido hace un esfuerzo sobrehumano para bombear sangre. Algún sentimiento aflora entre sus venas, por los poros de su piel, y sonroja su rostro. Pequeños y circunstanciales momentos de debilidad. Alguna vez definió aquellos fugaces destellos como desórdenes cuánticos en su férrea estructura molecular cimentada en torno a sus dos grandes pasiones: la envidia y la avaricia.

Las señoras  Pepin van Fettreich, Cathy Humper y Evelyn Hooker, ésta última siempre detrás de acuerdo al socorrido protocolo, formaban una extraña triada. Más inquietante resultaba el papel del señor Redneck en ese embrollo ruidoso y delirante que formaban aquellas altas damas de la Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al Desvalido. Alguna vez, dicen los rumores, James se había referido a ellas como una manada desbocada de yeguas sudorosas y jadeantes. Una estampida ensordecedora que cegaba el sol y hacía temblar los mismos cimientos de la tierra. Palabras que James apenas se atrevía a murmurar, siempre seguro de la lealtad de los oídos que recogían sus atrevidas diatribas contra aquellas cacatúas viejas y decrépitas. Pequeñas e insensatas confidencias del miserable de James. A la luz del sol, James negaba hasta tres veces sus palabras.

Componían un extraño cuadro cuyo mejor comentario debía incluir necesariamente los términos provecho y parasitario. James obtenía amplios réditos de las gestiones y las posiciones tanto de la señora van Fettreich como de la doctora Humper; ellas, a su vez, eran conscientes de los múltiples beneficios que conllevaba la cercanía de James. Al fin y al cabo, figura clave en el tejido empresarial y financiero de la ciudad.

Los vericuetos de la administración se pierden en recodos y muchos callejones sin salida. Hecho especialmente palpable en los entresijos de la gestión municipal de Pooltron City. Una ciudad revestida de una falsa y cegadora modernidad que no esconde más que las ansias de grandeza, ya perdida, de una burguesía caduca y anquilosada, oxidada por el peso de los años y la humedad pastosa de la atmósfera que cubre las calles. Los procedimientos y los actos se resumían en tomas de posición y la asunción de roles blanqueados y concienzudamente falseados. James se movía como pez en el agua.

Luis Pérez Armiño

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