El ser humano, egoísta y pretencioso, ha jugado a ser Dios desde el
principio de sus tiempos, intentando controlar los ciclos naturales y
los designios del Oráculo. Primero fue el impago del óbolo de Caronte,
queriendo retrasar lo inevitable. Después vino el destierro del barquero
para eludir los dominios de Hades. Pero el hombre ha olvidado que todo
tiene fecha de caducidad, que los tiempos han de cumplirse y que
intentar romper los ciclos solo conduce a una agonía recalcitrante.
Es
el momento de reclamar la vuelta del barquero, que todas aquellas ideas
que ahogan, incluso desde la ignorancia, puedan seguir su camino. Un
insólito mundo debe florecer. Lo nuevo ha de sustituir lo inservible.
Esa es la cruel, pero necesaria Ley.
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