miércoles, 28 de agosto de 2013

El sacrificio de Isaac, 1526 – 1532, de Alonso de Berruguete

En muchas ocasiones el artista debe hacernos adivinar los sentimientos y emociones que se esconden detrás de sus obras. Durante mucho tiempo, especialmente en la España de los siglos XVI y XVII, un país donde la religión impregnaba desde sus cimientos todas las bases del ordenamiento social, cultural, político e, incluso, económico, el arte se entendía como un trabajo, una artesanía cuyo fin era conmover el espíritu del fiel. Dejando de lado cualquier apreciación estética, una escultura o una pintura se concebía como un objeto plenamente utilitario. Y el artista debía ser capaz de imprimir esa especial expresividad que tanto demandaba la clientela religiosa para mantener la rectitud de los fieles.

Durante el siglo XVI, Valladolid es una de las principales capitales artísticas del reino de Castilla y de toda la península Ibérica. Su prosperidad encontró eco en la fundación de centros religiosos que demandaban una importante cantidad de obras de arte para completar sus fundaciones. Uno de estos fue el monasterio de San Benito el Real, cuya iglesia precisaba de un gran retablo que otorgase la necesaria dignidad que el recinto exigía. La obra se encargó a un escultor controvertido pero de sobrada reputación, capaz de hacer frente a un encargo de tales dimensiones. Era Alonso de Berruguete, hijo del pintor Pedro.



Detalle de la cabeza de Abraham
Museo Nacional de Escultura de Valladolid - MECD
Alonso se había formado en el taller paterno, pero tuvo la posibilidad de completar su educación en el principal centro artístico de la Europa del XVI, Italia. Allí pudo aprender las formas clásicas emanadas de los principios renacentistas y, sobre todo, comprendió la forma de hacer de un Miguel Ángel, empeñado en la ruptura de los modelos clasicistas que habían imperado en el panorama artístico italiano. Así, en la formación del joven Berruguete confluía el clasicismo que bebió en Italia (se dice que hizo una copia del recientemente descubierto Laocoonte), asimilando las nuevas maneras enunciadas por Miguel Ángel, pero sin olvidar su poso castellano, donde la pervivencia de ese especial expresionismo goticista todavía seguía latente en las artes.

Una de las obras cumbre del escultor fue el Sacrificio de Isaac, escultura de bulto redondo que formaba parte del retablo encargado para la iglesia del monasterio de San Benito el Real en Valladolid. En la actualidad en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, esta pieza resume las características estilísticas de Berruguete. Técnicamente, nos encontramos ante una talla en madera, tan del gusto español, en la que destacan los efectos del dorado al que tan aficionado era. Pero, sin duda, interesa más el tremendo efecto expresivo logrado en el conjunto total de la composición y en cada uno de sus detalles.

Monasterio de San Benito el Real, Valladolid
Fotografía: Rowanwindwhistler - Fuente
Berruguete representa el momento en que Abraham, obedeciendo el cruel mandato divino, está dispuesto a inmolar a su único hijo, que se dispone a recibir el mortal cuchillo que ponga fin a su vida en honor de la gloria divina y como demostración de la fe inquebrantable de su padre. Sin embargo, en última instancia, un ángel detiene el atroz sacrificio creyendo Yahvé que se había demostrado con creces la fidelidad de Abraham.

El escultor pone en práctica todos sus conocimientos en esta genial talla. Las estudiadas y potentes anatomías recuerdan los modelos miguelangelescos, mientras que la crueldad y lo incoherente del mandato divino encuentra respuesta en la ferocidad expresiva de los rostros, hasta el punto de deformarlos: el de un Abraham que levanta su mirada hacia el cielo sin hallar explicación a la desalmada petición de ese dios al que tantas veces había probado su fe, mientras su boca se estremece ante la obligación incomprensible que decide acatar sin ningún tipo de duda; o la perdida mirada de su hijo Isaac que inocentemente preguntaba poco antes dónde se encontraría el sacrificio para ofrecer a Jehová y no sabía que se trataba de él mismo cuando su padre le contestaba aquel “Dios proveerá”. Y precisamente contrasta el rostro en cierta calma tensa de un Isaac frente a la desesperación de un padre que ha de perder a su hijo.

Todo este torbellino de emociones se concentra en el canon alargado de las figuras, en esa especie de disposición helicoidal que lo único que hace es reforzar la sensación de incredulidad ante la cruel intransigencia de un dios deseoso de la sangre de sus hijos. La talla nerviosa de Berruguete fue la capaz de generar todo un torrente de emociones mediante el frenético trabajo de la madera que le convirtió en un escultor digno de los mejores maestros de un gran siglo escultórico como fue el XVI.

Luis Pérez Armiño

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