Abierto, 1997, MIguel Ángel González Febrero |
Durante aproximadamente un
mes, el Centro Cultural de Caja España – Caja Duero ha ofrecido una retrospectiva del pintor leonés González
Febrero. Parece una labor titánica tratar de resumir en un proyecto
expositivo toda la trayectoria artística de Febrero. No sólo por una vasta
producción que se remonta a los años setenta del siglo pasado; sino por la
complejidad de toda una carrera pictórica en la que se han tocado todos los
estilos posibles en una vertiginosa evolución que ha revelado a uno de los
pintores más prolíficos y capaces del actual panorama artístico leonés. Frente a
la recurrida composición cronológica del guion expositivo, es fácil entrever con
una rápida y ligera mirada, dos componentes esenciales en la pintura de Febrero:
el primero, el color, desde sus cuadros de documentación realista bañada de esa
luz tan propia de las tierras del norte, hasta sus últimas vibrantes y
triunfales composiciones; el segundo, el constante aprendizaje, hasta el día de
hoy, en una constante experimentación que convierte a Febrero en pintor y
artista por excelencia.
Autorretrato,
2011 Miguel Ángel González Febrero |
Febrero se inscribe en la lógica de una pintura evolutiva. Sus
primeros ensayos surgen en torno al realismo, necesarios trabajos en los que el
pintor debe demostrar su valía y capacidad pictórica. No en vano, la plasmación
exacta de la realidad se inscribe dentro de lo que se supone del gusto de un
público deseoso de comprender a primera vista lo que se le presenta en el
lienzo. Y desde ese inicio triunfal, en el que Febrero demuestra con creces su
capacidad, la lógica incluye la progresiva desfiguración de su personal mundo
hasta llegar a la abstracción total. En todo caso, no se trata de un camino
tortuoso entre tinieblas, sino de un sendero luminoso en el que el color se
esgrime como el componente protagonista de todo el proceso pictórico, tanto
desde una perspectiva material como técnica o
formal.
Febrero otorga un importante
valor al retrato. Desde el autorretrato a los perfiles sinuosos y descompuestos
de cabezas, rostros de mujeres y hombres anónimos. Sobresalen, a modo de
brillantes ejemplos, el autorretrato de 1993 que recibe al espectador al
comenzar la visita, en el que las ondulantes líneas encierran un rostro en el
que destacan dos profundos y simples ojos. Y como culmen, de nuevo un
autorretrato, esta vez muy reciente. Un Miguel Ángel triunfante levanta su
rostro y mira desafiante al frente, al espectador, en medio de un remolino
sinuoso e hipnótico de color. Es el reflejo más fidedigno de lo que significa el
triunfo vital y exultante, la victoria del pintor sobre la muerte y la
oscuridad.
El azar, en el Centro Cultural de Caja España |
En todo ese devenir, la
compleja trayectoria de Febrero se desenvuelve con creatividad y originalidad,
haciendo suya cada una de las fuentes de las que bebe. Desde esos primeros
paisajes urbanos de tremendo realismo, en los que muchos somos capaces de
identificar calles e inmuebles; sus primeras incursiones en el paisajismo, en
los ambientes rurales de un mundo abocado al abandono, en el que las
arquitecturas y las estructuradas desamparadas se convierten en indiscutibles
protagonistas de los escenarios de Febrero. La evolución invita al pintor a la
descomposición formal de esos paisajes, mediante la trasmutación de la pincelada
cada vez más deshecha y pequeña hasta llegar a extremos de puntillismo colorista
y vivaz. Se inicia entonces un feroz proceso en el que la figura pierde
consistencia y el lienzo se llena de color y de nuevos materiales en esa
constante experimentación que define la carrera de Febrero, abandonando las
formas reconocibles y convirtiendo su obra, cada vez más, en un fuerte ejercicio
de intelectualización.
El fumador, 1988, Miguel Ángel González Febrero |
Tras los duros reveses, la
persona se levanta y el artista alza temblorosa su mano sobre el lienzo.
González Febrero venció a la adversidad y decidió reemprender otra vez su
proceso pictórico. De nuevo quería demostrar al público su capacidad pictórica
en una nueva apuesta vital en la que podría entreverse lo aprendido a lo largo
de los años. En 2003 elabora Vieja, una bella acuarela sobre papel.
González Febrero volvía e iniciaba su peculiar retorno al camino del arte y la
creación. Su arte no necesitaba más reválidas, está más que demostrado y refrendado, y volvía victorioso y colorista. De
nuevo, el color se enseñoreaba triunfante en el lienzo y nos devolvía al Febrero
vitalista, vencedor y glorioso. El color sobre las
tinieblas.
Luis Pérez
Armiño
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