miércoles, 16 de enero de 2013

Miguel Ángel González Febrero. El triunfo del color

 


Abierto, 1997, MIguel Ángel González Febrero
Durante aproximadamente un mes, el Centro Cultural de Caja España – Caja Duero ha ofrecido una retrospectiva del pintor leonés González Febrero. Parece una labor titánica tratar de resumir en un proyecto expositivo toda la trayectoria artística de Febrero. No sólo por una vasta producción que se remonta a los años setenta del siglo pasado; sino por la complejidad de toda una carrera pictórica en la que se han tocado todos los estilos posibles en una vertiginosa evolución que ha revelado a uno de los pintores más prolíficos y capaces del actual panorama artístico leonés. Frente a la recurrida composición cronológica del guion expositivo, es fácil entrever con una rápida y ligera mirada, dos componentes esenciales en la pintura de Febrero: el primero, el color, desde sus cuadros de documentación realista bañada de esa luz tan propia de las tierras del norte, hasta sus últimas vibrantes y triunfales composiciones; el segundo, el constante aprendizaje, hasta el día de hoy, en una constante experimentación que convierte a Febrero en pintor y artista por excelencia.
 
Autorretrato, 2011
Miguel Ángel González Febrero
Febrero se inscribe en la lógica de una pintura evolutiva. Sus primeros ensayos surgen en torno al realismo, necesarios trabajos en los que el pintor debe demostrar su valía y capacidad pictórica. No en vano, la plasmación exacta de la realidad se inscribe dentro de lo que se supone del gusto de un público deseoso de comprender a primera vista lo que se le presenta en el lienzo. Y desde ese inicio triunfal, en el que Febrero demuestra con creces su capacidad, la lógica incluye la progresiva desfiguración de su personal mundo hasta llegar a la abstracción total. En todo caso, no se trata de un camino tortuoso entre tinieblas, sino de un sendero luminoso en el que el color se esgrime como el componente protagonista de todo el proceso pictórico, tanto desde una perspectiva material como técnica o formal.

Febrero otorga un importante valor al retrato. Desde el autorretrato a los perfiles sinuosos y descompuestos de cabezas, rostros de mujeres y hombres anónimos. Sobresalen, a modo de brillantes ejemplos, el autorretrato de 1993 que recibe al espectador al comenzar la visita, en el que las ondulantes líneas encierran un rostro en el que destacan dos profundos y simples ojos. Y como culmen, de nuevo un autorretrato, esta vez muy reciente. Un Miguel Ángel triunfante levanta su rostro y mira desafiante al frente, al espectador, en medio de un remolino sinuoso e hipnótico de color. Es el reflejo más fidedigno de lo que significa el triunfo vital y exultante, la victoria del pintor sobre la muerte y la oscuridad.

El azar, en el Centro Cultural de Caja España
En todo ese devenir, la compleja trayectoria de Febrero se desenvuelve con creatividad y originalidad, haciendo suya cada una de las fuentes de las que bebe. Desde esos primeros paisajes urbanos de tremendo realismo, en los que muchos somos capaces de identificar calles e inmuebles; sus primeras incursiones en el paisajismo, en los ambientes rurales de un mundo abocado al abandono, en el que las arquitecturas y las estructuradas desamparadas se convierten en indiscutibles protagonistas de los escenarios de Febrero. La evolución invita al pintor a la descomposición formal de esos paisajes, mediante la trasmutación de la pincelada cada vez más deshecha y pequeña hasta llegar a extremos de puntillismo colorista y vivaz. Se inicia entonces un feroz proceso en el que la figura pierde consistencia y el lienzo se llena de color y de nuevos materiales en esa constante experimentación que define la carrera de Febrero, abandonando las formas reconocibles y convirtiendo su obra, cada vez más, en un fuerte ejercicio de intelectualización.

El fumador, 1988, Miguel Ángel González Febrero
Tras los duros reveses, la persona se levanta y el artista alza temblorosa su mano sobre el lienzo. González Febrero venció a la adversidad y decidió reemprender otra vez su proceso pictórico. De nuevo quería demostrar al público su capacidad pictórica en una nueva apuesta vital en la que podría entreverse lo aprendido a lo largo de los años. En 2003 elabora Vieja, una bella acuarela sobre papel. González Febrero volvía e iniciaba su peculiar retorno al camino del arte y la creación. Su arte no necesitaba más reválidas, está más que demostrado y refrendado, y volvía victorioso y colorista. De nuevo, el color se enseñoreaba triunfante en el lienzo y nos devolvía al Febrero vitalista, vencedor y glorioso. El color sobre las tinieblas.

Luis Pérez Armiño
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario