miércoles, 9 de enero de 2013

Las reflexiones de Sir Arthur Collins Phillips



Independientemente de si creemos o no en dioses, de si creemos en la propia historia, no podemos olvidar un hecho de relevante importancia que radica en el conocimiento heredado. El mundo occidental cimenta sus bases en el saber de la cultura greco-romana y aunque queramos omitirlo, después de tantos siglos esa influencia sigue latente en la sociedad, en su comportamiento y en definitiva en la propia idiosincrasia del hombre occidental. No tenemos potestad para juzgar a nuestros ancestros puesto que no hay ninguna evidencia de cambio ni evolución sustancial respecto a ellos. Y por cambio o evolución no me refiero al avance tecnológico, sino más bien al avance espiritual, al que nos define como humanos y controla sentimientos como el amor, la compasión, el cariño o la caridad, pero también la envidia, el odio, la codicia o la ira.
La revelación de Letravio puede entenderse como una enajenación mental producto de la situación difícil que vivía, pero no se debe cuestionar la realidad que esconde su legado. Resulta descabellado pensar que pudiera Apolo aparecerse en sus sueños, sin embargo el verdadero mensaje que quería transmitir es válido y lo sigue siendo a pesar de los siglos que separan a Letravio de la actualidad. No estamos haciendo las cosas bien, somos perversos en nuestra búsqueda del éxito y eso nos condena. 
He de creer que mi hallazgo es inédito pues no tengo constancia alguna, a pesar de mis indagaciones, de que alguno de los libros, manuscritos o documentos de Letravio salieran a la luz. Lo que me lleva a pensar que no pudo cumplir el cometido de alertar a la humanidad del trágico final que le esperaba. Quizás fuese mejor así, pues hubiese sido recordado como un majadero o un loco, un final del que no era merecedor a tenor de su gran labor como hombre de Estado. Puede parecer que al publicar “El ostracismo de Caronte” sea yo mismo quien esté presentando a un Letravio desequilibrado, pero quien hiciera esa valoración estaría cometiendo un error. Nuestro protagonista fue hombre justo, sabio e innovador, como queda reflejado en su biografía y que algún día, a no mucho tardar, editaré. Un hombre que luchó contra la injusticia del momento y se opuso a la tiranía de las clases dominantes, costándole en el intento su cargo y reputación.
Letravio de Zingolo murió solo y olvidado. Ni siquiera fue recordado por aquellos a los que había entregado todo su sacrificio, el pueblo. A pesar del aislamiento y la defenestración a las que fue sometido, debía de ser un hombre en cierta manera respetado, pues cuando perdió su cruzada particular contra la Iglesia y la nobleza, increíblemente conservó la vida. Se ocuparon muy bien de evitar que volviera a recaer en su persona responsabilidad alguna, pero no se atrevieron a acabar con él. Algo que resulta extraño en una etapa de la historia en la que aquellos que ostentaban el poder ejercían su potestad con despotismo y brutalidad.
No puedo por menos que alegrarme que Letravio escapara de garras de Caronte, el temido barquero, de no haber sido así hubiésemos quedado privados de un prolífico y magistral autor. Su biografía, a la que tituló “Solsticio de invierno”; “Las flechas del salvador”, consecuencia imaginativa de “El ostracismo de Caronte”; o el ensayo teológico “Las garras de un dios foráneo”, son un ejemplo de la extraordinaria vida interior del autor. Una vida interior que en mi opinión se vio favorecida por la ausencia de vida real. El marginamiento que sufrió tras su caída como ministro y consejero le permitió dar rienda suelta a su imaginación. Un hecho que fue terminante para la creación de las obras citadas y de muchas más que se hallaban en la cripta donde descansaba Letravio y de las que me veo en el deber moral de compartirlas con todos aquellos que quieran conocerlas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario