Independientemente de si creemos o no en dioses, de si creemos en
la propia historia, no podemos olvidar un hecho de relevante importancia que
radica en el conocimiento heredado. El mundo occidental cimenta sus bases en el
saber de la cultura greco-romana y aunque queramos omitirlo, después de tantos
siglos esa influencia sigue latente en la sociedad, en su comportamiento y en
definitiva en la propia idiosincrasia del hombre occidental. No tenemos
potestad para juzgar a nuestros ancestros puesto que no hay ninguna evidencia
de cambio ni evolución sustancial respecto a ellos. Y por cambio o evolución no
me refiero al avance tecnológico, sino más bien al avance espiritual, al que
nos define como humanos y controla sentimientos como el amor, la compasión, el
cariño o la caridad, pero también la envidia, el odio, la codicia o la ira.
La revelación de Letravio puede entenderse como una enajenación
mental producto de la situación difícil que vivía, pero no se debe cuestionar
la realidad que esconde su legado. Resulta descabellado pensar que pudiera
Apolo aparecerse en sus sueños, sin embargo el verdadero mensaje que quería
transmitir es válido y lo sigue siendo a pesar de los siglos que separan a
Letravio de la actualidad. No estamos haciendo las cosas bien, somos perversos
en nuestra búsqueda del éxito y eso nos condena.
He de creer que mi hallazgo es inédito pues no tengo constancia
alguna, a pesar de mis indagaciones, de que alguno de los libros, manuscritos o
documentos de Letravio salieran a la luz. Lo que me lleva a pensar que no pudo cumplir
el cometido de alertar a la humanidad del trágico final que le esperaba. Quizás
fuese mejor así, pues hubiese sido recordado como un majadero o un loco, un
final del que no era merecedor a tenor de su gran labor como hombre de Estado. Puede
parecer que al publicar “El ostracismo de
Caronte” sea yo mismo quien esté presentando a un Letravio desequilibrado,
pero quien hiciera esa valoración estaría cometiendo un error. Nuestro
protagonista fue hombre justo, sabio e innovador, como queda reflejado en su
biografía y que algún día, a no mucho tardar, editaré. Un hombre que luchó
contra la injusticia del momento y se opuso a la tiranía de las clases
dominantes, costándole en el intento su cargo y reputación.
Letravio de Zingolo murió solo y olvidado. Ni siquiera fue
recordado por aquellos a los que había entregado todo su sacrificio, el pueblo.
A pesar del aislamiento y la defenestración a las que fue sometido, debía de
ser un hombre en cierta manera respetado, pues cuando perdió su cruzada
particular contra la Iglesia y la nobleza, increíblemente conservó la vida. Se
ocuparon muy bien de evitar que volviera a recaer en su persona responsabilidad
alguna, pero no se atrevieron a acabar con él. Algo que resulta extraño en una
etapa de la historia en la que aquellos que ostentaban el poder ejercían su
potestad con despotismo y brutalidad.
No puedo por menos que alegrarme que Letravio escapara de garras
de Caronte, el temido barquero, de no haber sido así hubiésemos quedado
privados de un prolífico y magistral autor. Su biografía, a la que tituló
“Solsticio de invierno”; “Las flechas del salvador”, consecuencia imaginativa
de “El ostracismo de Caronte”; o el ensayo teológico “Las garras de un dios
foráneo”, son un ejemplo de la extraordinaria vida interior del autor. Una vida
interior que en mi opinión se vio favorecida por la ausencia de vida real. El
marginamiento que sufrió tras su caída como ministro y consejero le permitió
dar rienda suelta a su imaginación. Un hecho que fue terminante para la
creación de las obras citadas y de muchas más que se hallaban en la cripta
donde descansaba Letravio y de las que me veo en el deber moral de compartirlas
con todos aquellos que quieran conocerlas.
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