Siempre he tenido claro que hay dos conceptos que nunca se
deben de confundir, la política y el fútbol. La política hay que entenderla,
bueno la política no hay que entenderla de ninguna forma, unicamente se padece
y el fútbol simple y llanamente hay que asimilarlo como un entretenimiento. Por desgracia uno y
otro van de la mano y prácticamente cuando hablas de un equipo sale por defecto
el comentario de estos hinchas son fachas o estos son comunistas, estos nacionalistas,...
Cada hinchada, queda claro que no me refiero al padre que lleva a su hijo a ver el partido, se posiciona políticamente llevando la postura adoptada hacia los
extremos, cuanto más mejor, porque les abre un inmenso campo de acción para
diferenciarse del resto. Es decir, adquirir su propia idiosincrasia que no
podría concebirse bajo posturas moderadas.
Así encontramos los aficionados de ultra derecha, de ultra
derecha nacionalista, nacionalistas de izquierdas o de ultra
izquierda. Cada una de estas hinchadas tienen sus propios rasgos diferenciales, pero todas con un
rasgo en común, un exacerbado posicionamiento político que canalizan a través
del fútbol. Lo que resulta curioso es que en ocasiones estos grupos se encuentran
refrendados por los propios dirigentes del club deportivo. Lo que da que pensar
acerca del poder y peso específico que los hinchas ultras tienen dentro de sus
respectivos equipos.
Pero el mundo del fútbol va más allá. Al margen de hinchadas
radicales o ideas políticas, el deporte rey destapa unas pasiones difíciles de
entender por aquellos que no gustan de este espectáculo. Yo he llegado a
presenciar como dos personas llegaban a las manos simplemente porque no se
ponían de acuerdo acerca de si tal jugada era penalti o no. Y es que tocar el tema
del fútbol puede resultar delicado en ocasiones. Incluso estoy por asegurar que
entre que le ponga los cuernos su mujer y el título de liga para su equipo,
muchos eligen la segunda opción.
En ocasiones me he planteado la hipótesis del fútbol como una mera herramienta al servicio del poder. Tú vida es una mierda, no
tienes recursos económicos, te putean continuamente con más gastos que no
puedes afrontar, estás al borde de la desesperación y el caos mental, pues
nada, a ver un “partidito”. El fútbol es totalmente terapéutico y eso lo conoce
de sobra el poder. Que tienes al país al pie de la revolución, pues un par de
partidos de la selección y que griten un poco, despotriquen contra el árbitro,
que canten, etc., y ¡listo!, auténtica mano de santo. Al día siguiente tendrás
a la población desfogada, eufórica si se ha ganado y sobre todo con muchas
menos ganas de protestar, pues la furia ya se canalizó el día anterior. Esto
funciona de verdad y no es nada nuevo, los romanos ya utilizaban el espectáculo
para reconducir la ira del pueblo hacia otros derroteros.
Lo cierto es que no pretendo ser cenizo, ni quitar ilusiones
a nadie, pero el fútbol es lo que es, un pasatiempo. Está bien disfrutar del
espectáculo pero sin implicarse demasiado, todo en exceso es malo. Sobre todo
saber diferenciar los distintos aspectos de nuestra vida. Que el fútbol nos
haga olvidar por un momento nuestra penosa realidad no significa que esta no
vuelva al terminar el partido. El otro día, tras el España-Francia, me crucé
con un grupo de chicos ataviados con “la roja”. Iban ebrios de felicidad gritando
-¡somos mejores que los franceses!, ¡ganamos a los gabachos!-, y cosas por el
estilo y realmente pensaban así, por un simple partido. Entonces me invadió un sentimiento de pesimismo y no pude por menos que
preguntarme ¿en qué?
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