No se sabe a
ciencia cierta en que año fue, posiblemente entre el 810 y 814, cuando Pelayo,
un ermitaño, vio extrañas luminarias y escuchó cánticos celestiales. Aquel
Santo, martirizado en el año 44, y cuyo cuerpo fue depositado por sus
discípulos en Finisterre, había decidido tomar el protagonismo que le
correspondía. Acababa de nacer una de las peregrinaciones con mayor tradición,
el Camino de Santiago.
Cuando Pelayo el ermitaño descubre el sepulcro, el recién
inaugurado reino Astur se encuentra en una complicada situación. A finales del
siglo VIII y comienzos del siglo IX, débil, pero firme, el Reino Astur, lucha
por consolidarse y subsistir ante las acometidas del Emirato de Córdoba.
Alfonso II busca el compromiso y apoyo del Emperador, Carlo Magno, para asegurar
su territorio frente al infiel. Convertir su lucha particular en una defensa de
la cristiandad es el mejor garante de supervivencia.
La aparición de la tumba de Santiago coincide con una
serie de acontecimientos históricos que van a favorecer la peregrinación. El
siglo IX es un siglo difícil para el peregrino cristiano. Jerusalén había caído
en manos del Islam, complicando un viaje, ya de por sí, muy duro, costoso y
peligroso. El otro gran centro de peregrinación, Roma, se encontraba inmersa en
las guerras del hijo de Carlomagno, Luis el Piadoso, con sus hijos. Ni los
palmeros, nombre que toman los peregrinos al entrar en Jerusalén, por la palma
del Monte de los Olivos que portan, ni los romeros que visitaban la tumba de S.
Pedro en Roma, podían satisfacer su espiritualidad con seguridad. Esta
situación dejaba un vacío espiritual que iba a favorecer la peregrinación a
Santiago.
Conocido el descubrimiento por parte del obispo de Iria
Flavia, Teodomiro, comienzan las excavaciones, hallándose un sepulcro de
mármol, en cuyo interior se encontraban los restos de Santiago. Se dio al lugar
el nombre de Campus Stelae. Alfonso II comunica el descubrimiento al Papa y al
emperador de Aquisgrán, el gran Carlomagno. Emergía uno de los centros de
peregrinaje más importantes del cristianismo.
La consolidación del Camino de Santiago fue un proceso lento
y no ajeno a dificultades. En un principio eran devotos los que visitaban la
tumba del Santo, cuyo flujo crecía favorecido por la promoción realizada por parte
de los reyes cristianos en los siglos X-XI como Fernando I y Alfonso VI de León
y Castilla ó Sancho II y Alfonso Ramírez de Navarra.
En sus inicios el Camino recorría el agreste litoral
Cantábrico, pero según se consolidaba la reconquista contra los árabes, consumada
con la caída del Califato en el año 1031, se buscó un itinerario menos sinuoso,
dando lugar al popular Camino Francés, que recorre la zona septentrional de la
Meseta Norte. Junto al Camino Francés seguía estando el camino de la costa y el
que llegaba desde las tierras portuguesas. Los caminos quedan estructurados en
el siglo XI. Posteriormente se añadirían nuevas rutas procedentes de las
tierras del sur conquistadas a los árabes.
El revulsivo económico del Camino se deja sentir pronto.
El constante paso de peregrinos activa la economía de la zona, atrayendo
comerciantes y favoreciendo la acuñación y circulación de moneda, antes,
prácticamente inexistente. Aparecen núcleos de población y los antiguos espacios
rurales se desarrollan hasta adquirir la condición de ciudades. Se construyen
puentes, caminos, hospitales, albergues, hospederías. Reyes, nobles y clérigos,
donan importantes cantidades de dinero para adecuar el Camino y dotarlo de
instalaciones que favorezcan el peregrinaje. Aparecen nuevos cultos y
advocaciones. Influencias arquitectónicas y artísticas venidas de Francia y el
resto de Europa se fusionan con la tradición autóctona enriqueciendo la
cultura. Surgen ferias y mercados en las poblaciones importantes. El Camino de
Santiago es un fenómeno vivo y dinámico capaz de establecer sus propias
condiciones.
El crecimiento económico y social anima a los monarcas
favorecen el trasiego de peregrinos y mercaderes mediante exenciones fiscales.
Papas como Urbano II y Calixto II favorecen la peregrinación a Santiago. Aparecen
escritos, como el Liber Peregrinatoris, del clérigo Aymeric Picaud, considerado
como la primera guía de viajes de la historia, con información detallada de
como son los caminos, las jornadas de viaje, los ríos, las costumbres de los
hombres, los hospitales, etc.
Según avanza el tiempo el perfil del peregrino va
cambiando. En el siglo XIII, a los devotos de siempre, se les unen la nobleza
europea y gente venida desde lugares recónditos. En el siglo XV queda constatada la
llegada de dos armenios y un etíope. Se calcula que más de 200.000 personas llegan
anualmente a Santiago. El Camino no entiende de clases sociales, por él
transitan desde el peregrino de pernas, de clase baja o media, que hacía el
recorrido a pie, a jinetes, caballeros y nobles, seguidos de todo su séquito.
El
peregrino, por lo general, se dirige a Santiago en busca
de la expiación de culpas, o cumpliendo el “peregrinatio pro voto”,
promesa
realizada en un momento de dificultad. Pero también hay peregrinos
profesionales, personas que, por dinero, realizan el peregrinaje en
nombre de otras. Asimismo encontramos embajadores de territorios y
ciudades asoladas
por pestes, pandemias y enfermedades que buscan la indulgencia del
Santo. Incluso llegan a Santiago viajeros y “turistas”,
gente que quiere conocer ciudades distintas, otras costumbres, culturas,
curiosos que hacen el Camino por el placer de viajar. Todo ello sin
olvidar al
que peregrina por motivos económicos y comerciales.
Santiago de Compostela se había convertido en el centro
religioso del cristianismo. La iglesia concedía indulgencias y perdones para la
remisión de pecados mediante el peregrinaje. Desde el norte de Europa se
condena a peregrinar a Santiago para cumplir sanciones tanto canónicas, como
civiles. Delincuentes y vagabundos fueron sustituyendo a los fieles y devotos, circunstancia
bastante evidente a partir de los siglos XIV-XV.
Hay
que analizar la importancia que tuvo el Camino de
Santiago en una sociedad feudal y agraria y la repercusión en la
economía. El
comercio de la Península cristiana se basaba en el intercambio de
productos de
primera necesidad que provenían de los excedentes de los campos
colindantes. Apenas se veía alguna moneda, y las pocas eran de origen
árabe o franco. La llegada
de comerciantes y artesanos de más allá de los Pirineos cambió toda la
estructura existente. Supuso un revulsivo en la acuñación de moneda,
fomentó el
comercio, aparecieron nuevos oficios, se multiplican los artesanos en
una
sociedad de agricultores, y se da un proceso de urbanización en núcleos
rurales
y villas. En definitiva, modernizó la estructura feudal. Algo parecido, y
salvando las diferencias, se ha producido hoy en día en las zonas que
son
cruzadas por el Camino, cuya economía se ha revitalizado a tal punto,
que no se
concibe sin la existencia del Camino.
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