viernes, 8 de junio de 2012

Otón I el Emperador. Parte I


La grandeza del Imperio Romano prevalecerá a lo largo de la historia del hombre, sea cual sea la continuidad de éste en la tierra. Ningún dominio humano ha tenido el reconocimiento que se le ha dado a Roma. En torno a la Ciudad Eterna se creó un estado fuerte, centralizado y estable. La huella dejada por los romanos ha tenido tal trascendencia que no ha existido poder en la tierra que se preciara y no utilizase los títulos de imperio o emperador, rey de reyes.

La división irreversible del Imperio Romano en dos, por parte de Teodosio en el año 395 y la definitiva desaparición de la zona occidental en el año 476, propiciaron un enfrentamiento entre los diversos pueblos que, paradójicamente,  habían sido los que provocaron la caída de Roma. Todos ellos querían restaurar la grandeza de Roma bajo su poder. Pero serían los francos, pueblo asentado en la región de Austrasia, quienes irían engrandeciendo su territorio a costa del resto de los pueblos bárbaros hasta crear el Sacro Imperio Romano Germánico.

El cénit del poder franco se alcanzaría en la figura de Carlomagno, cuyo dominio se extendió desde la frontera de la actual Dinamarca hasta las inmediaciones de Roma y desde Cataluña hasta las tierras checas. El poder acumulado por Carlomagno se difuminó a la muerte de éste. Su hijo, Ludovico Pío, tuvo que afrontar diversos conflictos de índole interno y a su muerte, en el año 840, el conflicto sucesorio entre sus hijos derivó en la partición del Imperio en tres, Francia, Lotaringia y Germania, mediante el tratado de Verdún en el 843. Esta división establecería la base territorial de Francia y Alemania. Habrá que esperar un siglo para que se retome de nuevo la idea imperial. Pero sería un sajón, no un franco, el que restauraría un poder romano-cristiano capaz de hacer frente a Bizancio y al Islam.

Cuando Enrique I de Sajonia ocupa el trono de Germania, en el año 918, se encuentra con un estado debilitado militar e institucionalmente. Su llegada al poder supuso un impulso vigoroso y enérgico a la política germánica. Recuperó Lorena y con ella Aquisgrán, la antigua capital de Carlomagno. Derrotó a los húngaros y consolidó las fronteras del este. Enrique recuperó la estabilidad del país y elevó a Germania por encima de los reinos vecinos.

Este es el reino que hereda Otón I cuando llega al poder en el año 936. Su padre, Enrique I, le dejaba un reino en expansión, consolidado y potencialmente hegemónico. Otón sabría valorar y coordinar los logros de su progenitor desde una perspectiva unitaria.

Desde el comienzo de su reinado participó activamente en la elección de obispos y abades. Para ello sustituirá la iniciativa de los electores locales por la suya propia. El papado atravesaba una delicada situación provocada por serios conflictos de orden interno. Circunstancia que no era ajena a Otón y de la que se aprovechó para tomar el control de la Iglesia en su territorio. Se presentó como rey y como soldado, pero también como sacerdote y misionero. Con la Iglesia ligada al trono, y un clero fiel y bajo su control, convirtió a obispos y abades en sus dignatarios, funcionarios y consejeros.

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