sábado, 2 de junio de 2012

Orígenes inciertos


Hay determinadas cuestiones irresolubles. En todo caso, sólo sería posible aventurar hipótesis, con mayor o menor acierto dependiendo del fundamento o de la coherencia de la conjetura presentada. Pero por el momento y a no ser que las cosas cambien mucho, demasiado incluso, sólo podremos establecer conjeturas y aventurar relatos más cercanos a la ficción que a la realidad histórica comprobada. Así, la ciencia histórica está acostumbrada a trabajar con objetos materiales de los que extraer una información, ya sean estos restos arqueológicos, vestigios etnográficos o referencias documentales. Sin embargo, hay un campo de especial dificultad en la indagación como es el de la cuestión cultural, muchas veces reducida al ámbito del llamado patrimonio inmaterial. Es decir, esos bienes que no disponen de un soporte material que ofrezca datos esclarecedores. Son muchos los aspectos que podríamos encuadrar dentro de este “patrimonio inmaterial”, y uno es de especial trascendencia: la música.

La música es un elemento de difícil hallazgo en el registro arqueológico. Sin embargo, algunos investigadores han decidido suponer la existencia de unas prácticas musicales en base a la presencia de determinados objetos interpretados como instrumentos musicales. Este sería el supuesto de las llamadas bramaderas, objetos que al ser atados a una cuerda de una determinada longitud y que luego se hace girar produciría un zumbido que podría relacionarse con algún tipo de práctica ritual. Otros restos interpretados como instrumentos, en este caso flautas, son huesos que presentan perforaciones, cuya naturaleza todavía se discute (los agujeros podrían tener un origen natural mientras que para algunos prehistoriadores serían producto de la manipulación humana). En definitiva, tomando en consideración que se trate efectivamente de instrumentos musicales, los restos más antiguos podrían tener una cronología de en torno a los 43.000 años.

Esto en el caso de referirnos a los restos materiales. Sin embargo, en base a estos datos no se puede establecer una datación exacta sobre el origen de la música en sí. Son muchos los estudios que han intentado establecer comparaciones etnoarqueológicas para arrojar algo de luz sobre la cuestión, abogando por unas primeras músicas nacidas mediante el uso del propio cuerpo del hombre/mujer en cuestión: por ejemplo, las palmas, o incluso, el uso de la voz mediante su modulación adecuada para entonar ritmos y melodías más o menos elaboradas. Sin embargo, de nuevo sólo se puede establecer una hipótesis basada en la más pura suposición. 

En el año 1991, las Edades del Hombre celebraban su habitual cita expositiva en la catedral de León. El motivo de la muestra no era otro que la música en la Iglesia de Castilla y León. Sin embargo, uno de los aspectos más interesantes que ofrecía la lectura de la exposición hacía referencia, precisamente, a los orígenes de la música. Y planteaba una cuestión: los primeros sonidos de los que disfruto del hombre: los propios de la naturaleza, los producidos por los ríos, el viento, las ramas de los árboles, los propios animales… Es la propia naturaleza la que ofrecía esa música primigenia que el hombre sólo tuvo que saber interpretar y hacer suya hasta convertirla en una de las grandes realizaciones culturales de la humanidad.

Luis Pérez Armiño


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