Hacía mucho tiempo que Faciderobo no narraba una de sus
apasionantes historias y era cosa rara en él, pues ávido a aleccionar con su
sabiduría, contaba en cualquier circunstancia con el relato oportuno. Una paz
relajante embriagaba el mundo de Faciderobo y eso le preocupaba. Sentía que el
imperfecto mundo exterior se regulaba por el equilibrio y la armonía,
desterrando por inútil toda su sabiduría. Toda una vida entregada a combatir el
oprobio y la injusticia, a inculcar principios y valores a sus conciudadanos y
al parecer, derrotado por su propio éxito, nadie parecía necesitarle.
No pudo por menos que alegrarse al ver a dos jóvenes que hacia
su morada se dirigían con paso inquieto y gesticulando sin parar. Suficientes
pruebas para un perro viejo que sabía que volvía a la lucha. Esperó la
llegada de los muchachos con una inquietud propia de un adolescente, unos instantes
que le parecieron eternos. Al oír el golpe de la puerta se apresuró a abrir y
alivió a sus invitados dándoles asiento y agasajándoles con algo de queso, pan
y un ánfora de vino. En este ambiente confortable se dispuso a conocer el
asunto que había traído a aquellos inquietos visitantes a su refugio. Estos le
transmitieron su preocupación por un amigo que había hallado a su mujer en
brazos de otro hombre, con la suerte de haber estado acompañado por ellos en
ese instante, pudiendo así evitar la tragedia. Pero una vez calmado de la ira
inicial abogó por el honor y la venganza como pago a la afrenta. Por ello pidieron a
Faciderobo que calmara al joven, custodiado en aquel momento por otros dos
amigos, para evitar la muerte de la mujer por venganza y el consecuente ajusticiamiento del amigo a
manos de la Justicia. Cogió el sabio la capa, sin querer perder un instante más,
y pidió ser conducido ante el afrentado.
Al llegar ante el joven Faciderobo se encontró con un ser
destrozado por el dolor, desbordado por una situación que le sobrepasaba y con
una única solución a su mal que pasaba ineludiblemente por la venganza. Logró
calmarlo y cuando por fin pudo secuestrar su atención le dijo:
-Hijo, te voy a contar una historia que ocurrió hace mucho
tiempo, diferente a la tuya, pero con los mismos ingredientes, la traición y la
venganza-. Le tomó de la mano y le miró fijamente a los ojos. –Se preparaban
los batallones para asediar Tebas y para ello contaban con uno de sus
magistrales generales, además de célebre adivino, el gran Anfiarao. Pero este a
sabiendas que jamás regresaría del sitio de Tebas se negó a ir y desapareció. Fue
entonces cuando Polinice, pretendiente al trono de Tebas y el mayor interesado
en que Anfiarao participara de la contienda, sobornó a la mujer del general,
Erifile, con un collar de oro y diamantes a cambio del paradero de su esposo y
esta accedió. Sin más opción y viéndose acorralado, Anfiarao se preparó para
partir a su trágico destino, pero antes hizo jurar a su hijo que en el momento que conociera su
fatal destino matara a Erifile. Y así sucedió, Zeus mató con un rayo a Anfiarao
y el hijo de este cumplió con su promesa.
Una vez terminado el relato, Faciderobo explicó que si bien Anfiarao
había conseguido venganza de poco le sirvió en el reino de Hades. Antes de
despedirse del joven quiso aconsejarle con prudencia.
-Muchacho, repudia a tú mujer si así encuentras
sosiego, pero no te manches las manos de sangre y con ello te precipites a la
barca de Caronte. Te queda mucha existencia por delante y no hay dolor que el
tiempo no remedie, ni hay dolor que valga dos vidas.
Dos semanas más tarde el joven era ajusticiado por matar a
su esposa. No hay razón poderosa que logre frenar la cólera de Némesis.
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