Estados Unidos es hoy una gran nación, símbolo del poder
capitalista y militar, y un ejemplo de unión y cohesión. No siempre fue así, y
este gigante, hace un siglo y medio, estuvo al borde de la desaparición. Las
diferencias entre el Norte y el Sur, dos realidades divergentes, se
acrecentaban, desapareciendo toda posibilidad de entendimiento mediante el
diálogo. El Sur, orgulloso y altivo, no estaba dispuesto a someterse a la
voluntad de su vecino norteño. El peor de los pronósticos comenzaba a tomar
cuerpo, asomaba el fantasma de la guerra.
La
Guerra de Secesión Americana se considera, tras la rebelión de Taiping,
como la más devastadora del siglo XIX, y la más terrible de cuantas
guerras civiles se
habían producido hasta el momento. Se enfrentaban
dos sistemas de vida distintos, que evolucionaban independientemente.
¿Qué razón es tan poderosa como para llevar a un pueblo a exterminarse?
Establezcamos los
antecedentes.
Los
EE. UU., a mediados el siglo XIX, contaba con dos
economías totalmente distintas y dos sociedades que recorrían caminos divergentes. El Sur
había basado su riqueza en un sistema agrario, donde el algodón, con
fuerte
demanda desde Europa y sobre todo desde Inglaterra, se había convertido
en la
base de la riqueza. A pesar de la típica imagen de un Sur de grandes
terratenientes
con plantaciones que se perdían en el horizonte, la realidad era bien
distinta.
Tan solo el diez por ciento eran grandes plantaciones, el noventa por
ciento
restante constituían la auténtica realidad del Sur rural y agrario. Este
noventa por ciento lo formaban pequeñas o medianas plantaciones con dos o
tres
campesinos a su cuidado, lo que fomentaba la dependencia de la mano de
obra
esclava. El sistema era degradante para el hombre negro e injusto
para el hombre blanco, incapaz de encontrar trabajo en una tierra
agrícola que
acostumbraba a no pagar a sus trabajadores. La población del Sur, en
paridad
con la del Norte a principios del siglo XIX, se había ido estancando. En
1861 esta población rondaba los cinco millones de blancos y
cuatro millones de negros.
El
Norte, al contrario que sus vecinos, se había subido
“al tren de la industrialización”. La población creció de manera
significativa
hasta alcanzar en el año 1861 la nada desdeñable cifra de veintidós
millones de
habitantes, una población similar a la francesa y mayor que la inglesa.
Sin
duda contribuyó a este crecimiento la importante inmigración recibida de
Europa. El Norte contaba con un gran obstáculo a su progreso y era la
dificultad a la hora de competir con las industrias europeas y sobre
todo con
la inglesa, muy poderosa en aquella época. Una competencia que le
asfixiaba en su propia base territorial. Por esta razón los
industriales del
Norte demandaban leyes proteccionistas y arancelarias que favoreciera la
venta
de sus productos, cuestión a la que se oponía verticalmente el Sur.
En
la antesala del conflicto nos encontramos con un Sur dependiente de sus
exportaciones de algodón a Inglaterra y demandante de
productos manufacturados que pretende adquirir por el menor precio
posible, lo
que hace indispensable una política de libre comercio. El libre comercio
favorecía a Inglaterra, que ofrecía sus productos a un precio mucho más
competitivo, y al Sur, que los compraba más baratos, pero atentaba
contra la proyección industrial del Norte. Razón por la que
reivindicaba leyes proteccionistas para hacer competitivos sus
productos. Esta
divergencia estaba provocando, junto con las diferencias sociales e
ideológicas, el
paulatino distanciamiento entre Norte y Sur.
En el Sur se daba un proceso creciente de alejamiento
del Norte. Este proceso acabó originando un fuerte nacionalismo que indujo al convencimiento de
que ya no había ningún lazo en común con sus vecinos, ni ninguna razón para
continuar en la misma órbita política. Cobraba fuerza la idea del secesionismo.
El nacionalismo del Norte, radicalmente contrario, tendía a mantener la unión
del país a toda costa. La guerra dejaba de ser algo lejano y el Norte
necesitaba justificar delante de los socios económicos del Sur, Inglaterra y
Francia, lo inevitable.
La esclavitud, fue utilizada por el Norte con efecto
amortiguador frente a Inglaterra, sobre todo, y Francia, nada partidarias de
perder un excelente socio comercial. El tema de la esclavitud es bastante
complejo, pues a pesar de que si había un movimiento abolicionista, se utilizó
más como propaganda que como problema de fondo. En el Compromiso de Missouri,
firmado en 1820, se equiparaba el número de estados abolicionistas y
esclavistas para que ni unos ni otros tuvieran un excesivo poder. La esclavitud
comenzaba a ser considerada en el mundo como una mala práctica del pasado. Las
colonias británicas abolieron la esclavitud en 1833 y Francia lo hizo en 1848. Incluso
los países más autoritarios y de ideas reaccionarias como Austria-Hungría, que abolió
la servidumbre en 1848 o Rusia que lo hizo en 1861, parecían ir un paso por
delante del país de las libertades.
Lo cierto es que ni los más acérrimos abolicionistas
pensaban en dar los mismos derechos a negros y a blancos. Además, existían
situaciones contradictorias, como estados del Norte esclavistas, abolicionistas
sureños, etc. Es más, la mayoría de la población del Norte, los trabajadores,
no eran partidarios de la emancipación, ante el miedo a la invasión de un
nutrido grupo humano dispuesto a realizar el mismo trabajo por mucho menos dinero, privando
del sustento al hombre blanco. Un auténtico polvorín a punto de estallar.
El
6 de noviembre de 1860 Lincoln, radical opositor al
esclavismo, gana las elecciones presidenciales. La elección de Lincoln
ponía freno a la extensión de la esclavitud por territorio americano y,
por tanto, la condena a que los estados esclavistas quedaran
en minoría en el Congreso. El Sur veía como inevitable la secesión para
preservar su sistema económico y social. En diciembre de 1860 Carolina
del Sur
proclamó su emancipación de La Unión. En febrero se unían Mississippi,
Florida,
Alabama, Georgia, Luisiana y Texas, constituyéndose los efímeros Estados
Confederados de América. En marzo, Lincoln toma posesión del cargo. Para
eludir el conflicto asegura que no interferirá en la política
esclavista de los estados que tengan esta condición, pero garantizaba,
al
mismo tiempo, la supervivencia territorial de La Unión. El Sur ya había
dejado de escuchar a Lincoln.
El 12 de abril La Confederación, con la intención de
expulsar de su territorio al ejército de La Unión, bombardea Fort Sumter, en
Charleston, Carolina del Sur, la guerra había comenzado.
Dos días después se rinde el fuerte y Virginia, Arkansas, Tennessee y
Carolina del Norte se adhieren a la Confederación. El Sur, socio comercial de
Inglaterra, esperaba que ésta entrara en el conflicto, sin embargo la estrategia
del Norte había dado sus frutos, y aunque Inglaterra y el Norte no pasaban por
sus mejores momentos diplomáticos, la fuerte opinión antiesclavista en Gran
Bretaña impedía cualquier alianza con el Sur.
Un Sur rural y desindustrializado se iba a enfrentar con
la incipiente maquinaria industrial del Norte, enfrentamiento que recordaba el
mantenido entre David y Goliat, solo que en este caso se impondría la lógica.
Como anécdota, en esta guerra se dotó por primera vez de planchas de acero,
capaces de resistir el impacto de los proyectiles, a los barcos. La era de los
barcos de guerra de madera quedaba extinguida.
Los
dos bloques medirían sus fuerzas por primera vez en
julio de 1861, en la batalla de Manassas, también conocida como Bull
Run. La
pudiente sociedad de Washington, como si de un espectáculo se tratase,
“decidió
pasar el día en el campo” y contemplar in situ la “fácil victoria” del
ejército
del Norte. Los pobres incautos no sabían muy bien lo que les venía
encima. El
ejército confederado, en contra de las previsiones, infligió una dura
derrota a
las tropas de La Unión. En la retirada sobrevino el caos, propiciado, en
gran
medida, por la población civl que, presa del pánico, salió en estampida,
confundiéndose con los soldados y
colapsando los caminos, dificultando la maniobra de retirada del
ejército de La Unión. A solo 20 km del campo de batalla se encontraba
Washington, la capital del Norte, desprovista, tras la derrota, de
defensa alguna. Los confederados no avanzaron tomando la
capital, lo que quizás hubiese significado el fin del conflicto,
posiblemente estuvieran tan sorprendidos por
la victoria como el enemigo por la derrota.
El Sur mantendría la iniciativa por dos años más, gracias
en parte al genio militar de Robert E. Lee y al propio orgullo
sureño. Pero la falta de recursos en el Sur y el, cada vez mayor, potencial del
Norte, acabarían poniendo las cosas en su sitio. La derrota de Lee en la
batalla de Gettysburg, entre los días uno y tres de julio de 1863, dejaban
claro que el Sur no iba a ganar y que era cuestión de tiempo su rendición. El
uno de enero de 1863 Lincoln anuncia, por medio de la Proclamación de
Emancipación, la libertad de todos los esclavos. A partir de 1863 comienza el
declive del Sur, que solo puede mantener el frente a base de un esfuerzo
titánico y un pundonor digno de elogiar. El 9 de abril de 1865 un exhausto Lee,
se rinde con su ejército al general Ulysses S. Grant en Appomattox. El
resto del ejército confederado va haciendo lo propio, hasta que el 23 de junio
lo hace el último general de la Confederación. Antes de ver la rendición total del
ejército enemigo, el 15 de abril de 1865, Lincoln era asesinado.
Reposición a petición de Kurras.
¡Muchas gracias!
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