Con razón su vida se había convertido en un infierno. Su
marido, un tremendo déspota, se las pasaba la mayoría del tiempo en el bar o
persiguiendo mujeres y poco le importaba que ella se percatase de su lascivia,
le daba absolutamente igual. Ni siquiera recuerda cuando fue el día que él
empezó a faltarla al respeto, se había acostumbrado y
un enraizado menosprecio hacía si misma actuaba de analgésico ante la infamia.
Todos los días se repetía que no existía justificación
alguna para continuar con aquel hombre, que ya era hora de dar un golpe sobre
la mesa y dejar las cosas claras. No sabía muy bien porque, si por miedo a la
incertidumbre, pero acababa encontrando una razón para posponerlo. Mientras, día
a día su vida se apagaba un poco más, ya no tenía ilusiones y tan solo un café,
de cuando en vez, le recordaba que existían placeres en la vida.
Cuando su marido llegaba borracho y reclamaba sus favores
sexuales, a pesar de la repugnancia que la generaba ella consentía, pues creía
que era su deber como esposa. No había olvidado aquel día que la dijo que
cuando hacían el amor se imaginaba que eran otras las que le acompañaban, pero
era tan solo una humillación más.
Recordaba con nostalgia los años de juventud, años locos, llenos
de vitalidad y energía. Aquellos días en la universidad, su primer trabajo y
aquellas amigas que el tiempo había separado. Pensamientos tan lejanos que, sin
embargo, constituían su único tesoro. Si no hubiese dejado su trabajo cuando se
casó con él su situación sería diferente, pensaba con rabia contenida. Se sentía como su esclava, despojada de la dignidad y la libertad, no tenía vida,
simplemente observaba como pasaban los días.
Llegó un día a armarse del valor suficiente como para
decirle que le dejaba. Él contestó, tras una fingida risotada, que dónde iba a
ir ella sino valía para nada. Con qué se iba a vestir y cómo iba a ser
alimentada. Pero cuando se dio cuenta del convencimiento de su mujer cambió de
tal manera su discurso que llegó a decirla que si le dejaba la mataba, pues
ella le pertenecía desde el día en que se casaron.
Así consiguió disuadirla de su empeño, pues él si que sin
ella no era nada. Para aquellos que se pregunten cómo termina la historia,
simplemente tienen que volver a comenzarla. Por desgracia no tiene final feliz
y por desgracia no es una historia inventada. Pasa a muchas mujeres en países donde existe la democracia, en estos países de "libertades" se encuentran esclavizadas.
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