viernes, 15 de junio de 2012

Otón I el Emperador. Parte II


Habíamos visto el viernes pasado que Otón I había heredado un reino en expansión, pero con grandes carencias. En los primeros años de reinado, dirigió sus esfuerzos a fortalecer institucionalmente el reino y a dar estabilidad y unidad a sus territorios.

La política exterior era una cuestión primordial si quería dar veracidad a su proyecto. Otón era consciente que ganarse el respeto del exterior implicaba demostrar fortaleza. Dio estabilidad a las conquistas de su padre ligando definitivamente Lorena a Germania. El Estado borgoñón era otra de las pretensiones del monarca germano y un asunto delicado, debido a los intereses que suscitaba. El reino de Borgoña era codiciado por muchas casas reales y con un interés especial por parte del linaje de Provenza. Otón actuó astutamente. Cuando vio la oportunidad clara, se apoderó del heredero al trono, de corta edad, llevándoselo a sus dominios en calidad de rehén y convirtiendo a Borgoña en su protectorado.

En la política italiana dio un nuevo golpe de maestría. La corona del reino trasalpino se la disputaban entre Hugo de Provenza y Berengario de Ivrea. Otón favoreció los intereses del segundo para borrar de la escena política a Hugo de Provenza. Una vez conseguido su objetivo envió  el ejército al norte de Italia a hostigar a Berengario, se coronó como rey de los lombardos y se casó con Adelaida en el año 951, única heredera legítima del reino de Italia. Berengario no tuvo más recurso que rendirle pleitesía.

Demostrada su hegemonía frente al resto de Europa, a Otón solo le quedaba refrendar ese poder ciñéndose la corona imperial, sin propietario desde hacía casi medio siglo. Pidió audiencia al Papa Agapito II, pero éste por presiones externas denegó la audiencia. Otón, actuando con prudencia, prefirió esperar una ocasión más propicia y se retiró a sus dominios.

La idea de tener que rendir cuentas de sus actos en su propio territorio no agradaba a Berengario. Dispuesto a liberarse del yugo de Otón, se dedicó a hostigar a nobles e eclesiásticos. Otón se puso al frente de las tropas establecidas en Italia, hasta entonces capitaneadas por su hijo Liudolfo, en año 951. Este hecho, sumado a la unión de su padre con Adelaida, cercenó toda aspiración de Liudolfo en Italia. Tal fue su malestar que se rebeló contra él en el año 953 y a pesar de que un año más tarde Otón aplastó la rebelión, dio alas a Berengario para recrudecer el hostigamiento sobre los nobles. Cansados de la situación, los nobles solicitaron la intervención de Otón, que envió un ejército comandado por su perdonado hijo Liudolfo en el año 957. Éste llevó a cabo una magistral campaña y acabó sometiendo a Berengario, aunque terminó concediéndole la indulgencia y le permitió que siguiera gobernando como su vasallo. No obstante, Otón se quedó bajo su poder directo la comarca de Verona y otras tierras del norte de Italia que adosó al ducado de Baviera.

En medio de estos conflictos el monarca germano se vio obligado a hacer frente a la amenaza húngara en la frontera este. Salió al encuentro de las hordas magiares que alcanzó a la altura del río Lech, en las inmediaciones de Augsburgo. Las tropas invasoras sufrieron la decisiva y dolorosa derrota de Lechfeld. Corría el año 955. Los húngaros no fueron los únicos que salieron mal parados. Los vendos, pueblo eslavo, también fueron derrotados en el transcurso de la batalla.

Otón salió reforzado de la campaña contra los invasores del este. Aparte de la reputación que se había ganado al pacificar las fronteras orientales y mantener a raya a los pueblos invasores, vio reforzado su prestigio erigiéndose como el defensor de la cristiandad. Había derrotado a húngaros y vendos, pueblos paganos, y esto le valió el reconocimiento de muchos estados cristianos, que le rindieron homenaje y le reconocieron su hegemonía en el mundo cristiano.

Los triunfos en la política exterior no se correspondían con la situación interna de sus territorios. Berengario, por más concesiones que obtuviera de Otón, no iba a consentir un poder superior al suyo en su propio territorio. Se tenía como el único titular del trono italiano y era de la condición de que nada ni nadie le arrebataría ese derecho. Cuando vio clara la oportunidad rompió el tratado con Otón, en el año 960, incumpliendo el juramento de fidelidad y vasallaje, y junto con su hijo, Adalberto, invadieron Verona, el ducado de Spoleto y se dirigieron a Roma, aprovechándose del momento de debilidad y anarquía que cundía en la Ciudad Eterna. El Papa Juan XII reclamó la protección de Otón y éste dirigió sus tropas hacia Italia. Fue proclamado rey de Italia a su entrada en Pavía, cerca de Milán, y de allí se encaminó a Roma. Berengario y Adalberto, abandonados a su suerte por su propio ejército, se refugiaron en la fortaleza de San Leo.

Este si era el momento oportuno para reclamar su derecho a la Corona Imperial. El 2 de febrero del año 962, Otón I es coronado como emperador. Acababa de nacer el Sacro Imperio Romano Germánico, también conocido como el I Reich. Un poder que se mantendría casi mil años, hasta el 6 de agosto del 1806, fecha en la que Napoleón disolvería el Sacro Imperio Romano Germánico, para hacerse con la Corona Imperial. Siglos después un cabo austriaco prometía restituir ese poder que según sus estimaciones se mantendría 1.000 años más.

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