Habíamos visto el viernes pasado que
Otón I había heredado un reino en expansión, pero con grandes carencias. En los
primeros años de reinado, dirigió sus esfuerzos a fortalecer institucionalmente
el reino y a dar estabilidad y unidad a sus territorios.
La política
exterior era una cuestión primordial si quería dar veracidad a su proyecto.
Otón era consciente que ganarse el respeto del exterior implicaba demostrar
fortaleza. Dio estabilidad a las conquistas de su padre ligando definitivamente
Lorena a Germania. El Estado borgoñón era otra de las pretensiones del monarca
germano y un asunto delicado, debido a los intereses que suscitaba. El reino de
Borgoña era codiciado por muchas casas reales y con un interés especial por
parte del linaje de Provenza. Otón actuó astutamente. Cuando vio la oportunidad
clara, se apoderó del heredero al trono, de corta edad, llevándoselo a sus
dominios en calidad de rehén y convirtiendo a Borgoña en su protectorado.
En la política
italiana dio un nuevo golpe de maestría. La corona del reino trasalpino se la
disputaban entre Hugo de Provenza y Berengario de Ivrea. Otón favoreció los
intereses del segundo para borrar de la escena política a Hugo de Provenza. Una
vez conseguido su objetivo envió el
ejército al norte de Italia a hostigar a Berengario, se coronó como rey de los
lombardos y se casó con Adelaida en el año 951, única heredera legítima del
reino de Italia. Berengario no tuvo más recurso que rendirle pleitesía.
Demostrada su
hegemonía frente al resto de Europa, a Otón solo le quedaba refrendar ese poder
ciñéndose la corona imperial, sin propietario desde hacía casi medio siglo.
Pidió audiencia al Papa Agapito II, pero éste por presiones externas denegó la
audiencia. Otón, actuando con prudencia, prefirió esperar una ocasión más
propicia y se retiró a sus dominios.
La idea de tener
que rendir cuentas de sus actos en su propio territorio no agradaba a Berengario.
Dispuesto a liberarse del yugo de Otón, se dedicó a hostigar a nobles e
eclesiásticos. Otón se puso al frente de las tropas establecidas en Italia,
hasta entonces capitaneadas por su hijo Liudolfo, en año 951. Este hecho, sumado
a la unión de su padre con Adelaida, cercenó toda aspiración de Liudolfo en
Italia. Tal fue su malestar que se rebeló contra él en el año 953 y a pesar de
que un año más tarde Otón aplastó la rebelión, dio alas a Berengario para recrudecer
el hostigamiento sobre los nobles. Cansados de la situación, los nobles
solicitaron la intervención de Otón, que envió un ejército comandado por su
perdonado hijo Liudolfo en el año 957. Éste llevó a cabo una magistral campaña
y acabó sometiendo a Berengario, aunque terminó concediéndole la indulgencia y le
permitió que siguiera gobernando como su vasallo. No obstante, Otón se quedó
bajo su poder directo la comarca de Verona y otras tierras del norte de Italia
que adosó al ducado de Baviera.
En medio de
estos conflictos el monarca germano se vio obligado a hacer frente a la amenaza
húngara en la frontera este. Salió al encuentro de las hordas magiares que
alcanzó a la altura del río Lech, en las inmediaciones de Augsburgo. Las tropas
invasoras sufrieron la decisiva y dolorosa derrota de Lechfeld. Corría el año
955. Los húngaros no fueron los únicos que salieron mal parados. Los vendos,
pueblo eslavo, también fueron derrotados en el transcurso de la batalla.
Otón salió
reforzado de la campaña contra los invasores del este. Aparte de la reputación
que se había ganado al pacificar las fronteras orientales y mantener a raya a
los pueblos invasores, vio reforzado su prestigio erigiéndose como el defensor
de la cristiandad. Había derrotado a húngaros y vendos, pueblos paganos, y esto
le valió el reconocimiento de muchos estados cristianos, que le rindieron
homenaje y le reconocieron su hegemonía en el mundo cristiano.
Los triunfos en la
política exterior no se correspondían con la situación interna de sus
territorios. Berengario, por más concesiones que obtuviera de Otón, no iba a
consentir un poder superior al suyo en su propio territorio. Se tenía como el
único titular del trono italiano y era de la condición de que nada ni nadie le
arrebataría ese derecho. Cuando vio clara la oportunidad rompió el tratado con
Otón, en el año 960, incumpliendo el juramento de fidelidad y vasallaje, y
junto con su hijo, Adalberto, invadieron Verona, el ducado de Spoleto y se
dirigieron a Roma, aprovechándose del momento de debilidad y anarquía que
cundía en la Ciudad Eterna. El Papa Juan XII reclamó la protección de Otón y
éste dirigió sus tropas hacia Italia. Fue proclamado rey de Italia a su entrada
en Pavía, cerca de Milán, y de allí se encaminó a Roma. Berengario y Adalberto,
abandonados a su suerte por su propio ejército, se refugiaron en la fortaleza
de San Leo.
Este si era el
momento oportuno para reclamar su derecho a la Corona Imperial. El 2 de febrero
del año 962, Otón I es coronado como emperador. Acababa de nacer el Sacro
Imperio Romano Germánico, también conocido como el I Reich. Un poder que se
mantendría casi mil años, hasta el 6 de agosto del 1806, fecha en la que
Napoleón disolvería el Sacro Imperio Romano Germánico, para hacerse con la Corona
Imperial. Siglos después un cabo austriaco prometía restituir ese poder que
según sus estimaciones se mantendría 1.000 años más.
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