domingo, 24 de junio de 2012

La navaja de Ockham


Existe un principio básico en el campo filosófico que considero especialmente interesante. Ante un determinado hecho se pueden plantear diversas hipótesis. Incluso, puede suceder que entre todas las hipótesis planteadas, algunas tengan las mismas probabilidades de ser ciertas siempre y cuando se desarrollen en las mismas condiciones. La dificultad consiste en averiguar cuál de esas teorías es válida frente a las otras. Pues bien, el llamado principio de la navaja de Ockham expone que la teoría o hipótesis más simple será probablemente la verdadera en detrimento de la más compleja. Esta teoría puede explicarse de forma sencilla como una simple advertencia frente a aquellos que son dados a explicar u hecho mediante la multiplicación hasta el infinito de las posibles causas.

Una vez entrados en materia y tomando en consideración el principio a partir del cual articular la explicación que vamos ofrecer, hay que contextualizar el hecho sobre el que se han formulado dos hipótesis. El contexto en cuestión nos lleva hasta un más que de sobra conocido yacimiento cercano a la ciudad de Burgos. Atapuerca se ha convertido en una especie de Sancta Sanctorum del mundo de la paleoantropología, uno de los proyectos más sólidos y destacados a nivel internacional en este complicado campo de estudio, ofreciendo muchas conclusiones que en ciertos aspectos se han revelado como auténticamente revolucionarias.

La sierra de Atapuerca ofrece un conjunto de yacimientos, algunos en cueva y otros al aire libre, de desigual importancia. En todo este entramado, uno destacó por la aportación que hizo de material fósil clave para comprender y completar muchos datos en el siempre oscuro mundo de la evolución humana. Se trataba de la Sima de los Huesos, un pequeño yacimiento de complicada excavación que ha reafirmado su importancia en el mundo científico gracias al número de fósiles hallados. Se han recuperado los restos de hasta casi una treintena de individuos de la especie Homo heidelbergensis con una datación estimada aproximadamente en torno a los 500.000 años de antigüedad. Estos hallazgos, sucedidos prácticamente sin interrupción desde el año 1976, han convertido a este lugar en uno de los más importantes del mundo respecto a la materia en concreto que nos trata, la hominización. Por cierto, otro dato de interés respecto a la Sima de los Huesos: en este lugar, en único resto lítico que presume manufactura intencionada es un bifaz al que sus descubridores otorgaron el pomposo y previsible nombre de Excalibur.

Es evidente que uno de los aspectos que define la relevancia del hallazgo reside en la abundancia de restos fósiles recuperados. Casi treinta individuos en un único yacimiento, localizado en un angosto espacio en el interior de una oquedad a la que resulta extremadamente difícil llegar. Por otra parte, no se ha podido comprobar ningún tipo de actividad antrópica en el pequeño espacio. La pregunta que se hicieron los investigadores, por lo tanto, fue la razón última de esa importante acumulación de restos humanos en este lugar. Sólo eran posibles dos explicaciones: fueron arrojados allí a modo de antiguo basurero humano, una simple manera de deshacerse de los cuerpos muertos; o existía una intención funeraria y, por lo tanto, cierta actividad simbólica y cultural detrás de estas improvisadas y simples inhumaciones.

La navaja de Ockham vuelve a abrirse y se alza brillante y radiante al sol de la sierra de Atapuerca, zona de paso inmemorial desde Europa a las tierras peninsulares. El yacimiento burgalés se ha destacado por la espectacularidad de sus descubrimientos, siempre trascendentales para el desarrollo de la ciencia humana. Gracias a Atapuerca sabemos que fuimos en otros tiempos caníbales y que incluso los burgaleses fueron los primeros europeos. Incluso, podría considerarse que los primeros sentimientos de dolor y compasión ante la pérdida del prójimo se diesen por primera vez en la sierra burgalesa. Sólo habría que imaginar al grupo de compungidos homínidos arrojando a la Sima al compañero finado, esperando allí mejor suerte que la que le tocó vivir carroñeando animales muertos y corriendo delante de tigres dientes de sable. Es un sentimiento tan profundo como la Sima a la que arrojaban los restos de sus antiguos camaradas. O simplemente los arrojaron allí, lejos, evitando los olores nauseabundos de la carne putrefacta. El hombre, es gran incógnita.

Luis Pérez Armiño


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