Embriagado por unas notas musicales de origen incierto que
armoniosamente fluían con hechizo y maestría al ser entonadas, comenzó a andar
un indiscreto montaraz. Poseído por el afán fisgón, acometió aquel camino
pedregoso, sin embargo, esclavo de aquel sonido, a él más le parecía una cómoda
senda que invitaba a ser recorrida con celeridad. Se imaginaba paso a paso que
le depararía al final del recorrido, cual sería origen de aquellas cálidas
notas que le susurraban amor y belleza, calma y paz.
Cuanto más dificultoso se hacía el trayecto más avivaba el paso,
impaciente por alcanzar una meta que no se hacía visible y que atormentaba su
curiosidad. En su mente se aparecía la imagen de una majestuosa dama de curvas
perfectas, cabellos dorados y ojos azules como el horizonte celestial. Una dama
que suplicaba con su canto un poco de amor, amor que él estaba dispuesto a dar.
Así, engañándose, iba poniendo busto y cara a la melodía, olvidando la
dificultad del trayecto que comenzaba a incidir en su bienestar.
La abrupta orografía había desgarrado sus vestidos y arañado su
piel, pero lejos de sentir intención alguna de abandonar, daba rienda suelta a
su majadería con temeraria valentía y un pundonor que tocaba lo cruel ¿Qué hay
en este mundo más importante que la belleza? -Yo soy un poeta -se repetía sin
haber trazado una rima en su vida- yo me alimento de sentimientos y pasión- Y
así, con esta firmeza seguía torturando su magullado cuerpo. Pensaba como
fundir su “propio arte” con el de la hermosa mujer que ya existía en su mente.
Quiso la diosa Ocasión ser justa con el pobre curioso, quizás
conmovida por el titánico esfuerzo realizado y la escasa recompensa que iba a
obtener. Le permitió observar el origen de aquellos sonidos que le habían
enloquecido, antes de resbalar y desandar todo el costoso camino, ahora
convertido en un mortal y veloz despeñadero. Así halló su martirio, pues es
sabido, que nunca es bueno abusar de la curiosidad.
Al que quede
con duda que con un muerto sirva, le evitaré hacer el camino con atajos y antes
de tiempo. Tan dulces sonidos procedían de tres siniestras mujeres, pálidas y
demacradas. La perfecta conjunción de la rueca y el huso que dos de ellas
manejaban creaban un sonido celestial, seductor y mágico. El único sonido
discordante es el que corresponde a la nota final de la melodía. Esta nota está
provocada por el sonido de unas tijeras que utilizó la tercera mujer para
cortar un hilo.
La melodía de la vida hay que escucharla disfrutándola con calma y
paciencia. El intentar adelantarse al final lo que único que provoca es que
perdamos el magnífico estribillo de existir.
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