viernes, 2 de noviembre de 2012

Bismarck. El resurgir de una potencia. Parte III

Situémonos donde lo habíamos dejado. Otto von Bismarck, a sabiendas de que la unidad de Alemania pasaba por el enfrentamiento con Francia, hizo todo lo posible para desairar a la nación gala. Finalmente consiguió su propósito a través de un despacho que pasaría a la historia… “El telegrama de Ems”.

Bismarck se había preparado concienzudamente para la guerra y se procuró de aislar a Francia, dejándola sin apoyo alguno. Su maniobra recibió ayuda de la propia actitud gala. Los ingleses eran contrarios a las operaciones francesas en México, pues veían en ello un intento de rehacer el imperio francés en suelo americano. Los italianos estaban esperando que los franceses retiraran sus tropas de Roma para apoderarse de ella, lo hicieron en 1870. Los rusos guardaban un profundo rencor a los franceses. Una de las clausulas del Tratado de París de 1856, que ponía fin a la guerra de Crimea, les prohibía tener barcos de guerra en el mar Negro, cláusula caduca a partir de 1870.

Con las potencias europeas inmersas en sus propios asuntos y ajenas a la guerra franco-prusiana, Bismarck lanzó sus ejércitos contra suelo francés. Los franceses, al igual que hiciesen en territorio mexicano, mostraron al mundo entero el atraso y la ineficacia de su ejército. Desde el principio se vieron claras diferencias entre ambos contendientes. No todos los soldados franceses disponían de un fusil, la artillería prusiana era muy superior y lo peor de todo, los franceses no tenían al genio militar de Von Moltke.

Los ejércitos germanos avanzaban por tierras francesas derrotando a cuantos ejércitos se cruzan con ellos. Los franceses consiguieron reorganizarse en la ciudad de Metz, pero los prusianos rodearon la ciudad, neutralizando a 173.000 hombres, que no volvieron a combatir durante el resto de la contienda. Un segundo ejército francés, comandado por Mac-Mahón y el propio Napoleón III, se dirigió a Metz con el fin de rescatar al ejército sitiado. Los prusianos les envolvieron en Sedán y después de dos intentos de romper el cerco, Napoleón III se rinde el 2 de septiembre de 1870.

La guerra parecía ganada y los prusianos avanzaban sin resistencia hacía París. Sin embargo, una insurrección, el 4 de septiembre, proclamaba la Tercera República y con ella la intención de resistir la invasión alemana. Bismarck ordena sitiar la capital gala, que negándose a capitular, sufrieron por cuatro meses más, con un ejército exhausto, las acometidas de la artillería prusiana. Pero el esfuerzo que se les pedía era demasiado.

El 18 de enero de 1871, en el Salón de los Espejos de Versalles, Bismarck proclamaba el Imperio Alemán. El Káiser recibía el título hereditario de emperador alemán y los gobernantes de los estados alemanes, a excepción de Austria y de aquellos destronados por el Canciller, aceptaban el liderazgo prusiano. La unificación alemana se había completado y nacía el II Reich.

Francia, sin un gobierno definido, firma el Tratado de Fráncfort con la nueva Alemania el 10 de mayo de 1871. En él se ratifica lo acordado en Versalles y se les exige a los franceses el pago de una desorbitada, y sin precedentes hasta entonces, suma de dinero que ascendía a cinco millones de francos oro. Además, Alemania se anexionaba Alsacia –Lorena. Francia, un país orgulloso, no iba a perdonar la humillación y mucho menos la amputación a sangre fría de su frontera. Esperaría paciente el momento de la revancha.

La muerte de Guillermo I y la subida al trono de Guillermo II en 1888 trajo consigo la caída de Bismarck dos años después. Apartado de la política moría el 30 de julio de 1898. La desaparición del Canciller supuso el comienzo del fin. El sistema de Bismarck comenzó a desmoronarse al abandonar la cancillería. No es que los sucesores del Canciller no fueran lo suficientemente competentes, o que hubiesen cometido negligencia alguna, sencillamente no eran von Bismarck y no estaban preparados para sostener el entresijo político que había establecido.

En el año 1914 Alemania se involucraría en una guerra que no iba a ganar. La paz Versalles de 1918 estuvo protagonizada por una Francia revanchista y obstinada en hacer pagar caro al derrotado. Las duras sanciones que impusieron a Alemania, dejándola en la más absoluta ruina, unido a la crisis del 29, provocarían el ascenso del nazismo en Alemania. Al terminar la II Guerra Mundial los ganadores comprendieron, demasiado tarde, que quienes tienen que rendir cuentas son los responsables, no el pueblo. Pero bueno, esta es ya otra historia.

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