Situémonos donde lo
habíamos dejado. Otto von Bismarck, a sabiendas de que la unidad
de Alemania pasaba por el enfrentamiento con Francia, hizo todo lo posible para
desairar a la nación gala. Finalmente consiguió su propósito a través de un
despacho que pasaría a la historia… “El telegrama de Ems”.
Bismarck se había preparado concienzudamente para la
guerra y se procuró de aislar a Francia, dejándola sin apoyo alguno. Su
maniobra recibió ayuda de la propia actitud gala. Los ingleses eran contrarios
a las operaciones francesas en México, pues veían en ello un intento de rehacer
el imperio francés en suelo americano. Los italianos estaban esperando que los
franceses retiraran sus tropas de Roma para apoderarse de ella, lo hicieron en
1870. Los rusos guardaban un profundo rencor a los franceses. Una de las
clausulas del Tratado de París de 1856, que ponía fin a la guerra de Crimea,
les prohibía tener barcos de guerra en el mar Negro, cláusula caduca a partir
de 1870.
Con las potencias europeas inmersas en sus propios
asuntos y ajenas a la guerra
franco-prusiana, Bismarck lanzó sus ejércitos contra suelo francés. Los
franceses, al igual que hiciesen en territorio mexicano, mostraron al mundo
entero el atraso y la ineficacia de su ejército. Desde el principio se vieron
claras diferencias entre ambos contendientes. No todos los soldados franceses
disponían de un fusil, la artillería prusiana era muy superior y lo peor de
todo, los franceses no tenían al genio militar de Von Moltke.
Los ejércitos germanos avanzaban por tierras francesas
derrotando a cuantos ejércitos se cruzan con ellos. Los franceses consiguieron
reorganizarse en la ciudad de Metz, pero los prusianos rodearon la ciudad,
neutralizando a 173.000 hombres, que no volvieron a combatir durante el resto
de la contienda. Un segundo ejército francés, comandado por Mac-Mahón y el
propio Napoleón III, se dirigió a Metz con el fin de rescatar al ejército
sitiado. Los prusianos les envolvieron en Sedán y después de dos intentos de
romper el cerco, Napoleón III se rinde el 2 de septiembre de 1870.
La guerra parecía ganada y los prusianos avanzaban sin
resistencia hacía París. Sin embargo, una insurrección, el 4 de septiembre,
proclamaba la Tercera República y con ella la intención de resistir la invasión
alemana. Bismarck ordena sitiar la capital gala, que negándose a capitular, sufrieron por cuatro meses más, con un ejército exhausto, las acometidas de la artillería
prusiana. Pero el esfuerzo que se les pedía era demasiado.
El 18 de enero de 1871, en el Salón de los Espejos de
Versalles, Bismarck proclamaba el Imperio Alemán. El Káiser recibía el título hereditario
de emperador alemán y los gobernantes de los estados alemanes, a excepción de
Austria y de aquellos destronados por el Canciller, aceptaban el liderazgo
prusiano. La unificación alemana se había completado y nacía el II Reich.
Francia, sin un gobierno definido, firma el Tratado de
Fráncfort con la nueva Alemania el 10 de mayo de 1871. En él se ratifica lo
acordado en Versalles y se les exige a los franceses el pago de una
desorbitada, y sin precedentes hasta entonces, suma de dinero que ascendía a cinco millones
de francos oro. Además, Alemania se anexionaba Alsacia –Lorena. Francia, un
país orgulloso, no iba a perdonar la humillación y mucho menos la amputación a
sangre fría de su frontera. Esperaría paciente el momento de la revancha.
La muerte de Guillermo I y la subida al trono de
Guillermo II en 1888 trajo consigo la caída de Bismarck dos años después.
Apartado de la política moría el 30 de julio de 1898. La desaparición del Canciller supuso el comienzo
del fin. El sistema de Bismarck comenzó a desmoronarse al abandonar la
cancillería. No es que los sucesores del Canciller no fueran lo suficientemente
competentes, o que hubiesen cometido negligencia alguna, sencillamente no eran
von Bismarck y no estaban preparados para sostener el entresijo político que
había establecido.
En el año 1914 Alemania se involucraría en una guerra que
no iba a ganar. La paz Versalles de 1918 estuvo protagonizada por una Francia
revanchista y obstinada en hacer pagar caro al derrotado. Las duras sanciones que
impusieron a Alemania, dejándola en la más absoluta ruina, unido a la crisis
del 29, provocarían el ascenso del nazismo en Alemania. Al terminar la II
Guerra Mundial los ganadores comprendieron, demasiado tarde, que quienes tienen
que rendir cuentas son los responsables, no el pueblo. Pero bueno, esta es ya
otra historia.
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