sábado, 17 de noviembre de 2012

Sin cadáver no hay asesino



Referido a la antigüedad de la historia humana hay un principio básico: el dominio total y absoluto de la incógnita. Son muchas más las cuestiones a responder que las posibles certezas que puedan arrojar algo de luz sobre las tinieblas del desconocimiento. En la ciencia arqueológica, o prehistórica, así como en otras muchas disciplinas implicadas en el desciframiento de las claves evolutivas de la especie humana, hay un hecho incuestionable que puede convertirse en pesado lastre para resolver determinados aspectos: en cualquier caso, se hace necesario la presencia de un determinado vestigio material o un fósil a través del cual el “científico” realiza una determinada interpretación. Y me refiero de forma consciente al término “interpretación” y no “lectura” de esa evidencia material ya que no existe una objetividad posible en el relato que se construye a partir del hallazgo y análisis de esos restos del pasado. Precisamente, en un motivo tan complejo como el origen del lenguaje, de la lengua, son todo incógnitas e interpretaciones, pero nunca verdades ni hechos incuestionables.

Sí existen intentonas que tratan de descifrar algunos rasgos fisiológicos que puedan aportar algún dato sobre el origen del lenguaje: la posición de determinadas partes anatómicas, o la posición del pequeño hueso hioides. Meras indicaciones que siempre se acercan más al “podría ser” que a un verdadero “es” con lo cual, de nuevo, nos encontramos con una misma respuesta. El origen del lenguaje podría ser en determinada fecha aproximada y asociado a un tipo humano concreto. En muchos casos, por ejemplo, se especula en torno a la capacidad lingüística del neandertal y las evidencias materiales fósiles parecen indicar que, bien…, sí, quizás… Seguramente sí aunque no se puede asegurar… Es decir, nada. Pura especulación. De nuevo centrémonos en conjeturas.

Especulaciones que han variado a lo largo de los años y que a falta de enunciados creíbles tienden a aportar algunas teorías que son lanzadas al espacio público para su discusión y puesta en valor. Así, se habla de una lengua única y originaria a partir de la cual surgen todas las demás por los más diversos motivos; otros, sin embargo, consideran que las lenguas derivarían de fuentes múltiples y espontáneas nacidas en diferentes partes del mundo y en diferentes poblaciones humanas. Sin embargo, en ningún caso se especifica la causa última de este origen. Por su parte, algunos insisten en una teoría basada en la repetición de los sonidos de la naturaleza, en la expresión de los ánimos y sentimientos y tantos etcéteras como científicos y lingüistas han abordado este espinoso tema.

Tan sugerente como las teorías en torno al origen es la proliferación de ideas sobre la última razón de ser de la lengua. Es decir, qué ha motivado que se haya desarrollado un mecanismo de tal complejidad y tan exitoso desde el punto de vista evolutivo. Para algunos, se trataría de un mecanismo de selección sexual. El propio Darwin fue el primero en sugerir esta posibilidad. Y no es necesario insistir en esta idea, ya que todos sabemos sin que Darwin nos lo recuerde que tiene más posibilidades de apareamiento quien maneja a su antojo la labia con discreción y elegancia que aquellos que hacen gala de caras bonitas y formas musculadas. Para otros, el lenguaje es básico como instrumento de supervivencia evolutiva. En los primitivos humanos, aquellos que suponemos que pudieron hacer uso de una habilidad comunicativa basada en un lenguaje que descansa en el empleo de signos y símbolos, esta capacidad sería fundamental en el éxito evolutivo al ser transmisor básico de información entre miembros de un mismo grupo. Incluso, el propio Levi – Strauss, a través de sus farragosos sistemas de parentesco, considera fundamental el lenguaje dentro de su compleja idea en torno al tabú del incesto: el lenguaje, la comunicación verbal, sería fundamental para decir “no”. O incluso, el origen se basaría en una mentira que aseguraría unas determinadas prácticas sexuales…

Podríamos seguir horas y horas, páginas y páginas… El origen del lenguaje es una de las grandes incógnitas sin respuesta posible. La ciencia se encuentra día tras día, siempre que afronta esta problemática, con un muro infranqueable. No hay nada, no hay respuestas. Sólo ideas, conjeturas, especulaciones, posibilidades más o menos remotas. En este lodazal de los orígenes lingüísticos, todo es posible y nada se encuentra cerrado de antemano. Son las grandezas de la ciencia, precisamente las que nunca se cierran.

Luis Pérez Armiño



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