Referido a la antigüedad de la historia humana hay
un principio básico: el dominio total y absoluto de la incógnita. Son muchas
más las cuestiones a responder que las posibles certezas que puedan arrojar
algo de luz sobre las tinieblas del desconocimiento. En la ciencia
arqueológica, o prehistórica, así como en otras muchas disciplinas implicadas
en el desciframiento de las claves evolutivas de la especie humana, hay un
hecho incuestionable que puede convertirse en pesado lastre para resolver
determinados aspectos: en cualquier caso, se hace necesario la presencia de un
determinado vestigio material o un fósil a través del cual el “científico” realiza una determinada
interpretación. Y me refiero de forma consciente al término “interpretación” y no “lectura” de esa evidencia material ya
que no existe una objetividad posible en el relato que se construye a partir
del hallazgo y análisis de esos restos del pasado. Precisamente, en un motivo
tan complejo como el origen del lenguaje, de la lengua, son todo incógnitas e
interpretaciones, pero nunca verdades ni hechos incuestionables.
Sí existen intentonas que tratan de descifrar
algunos rasgos fisiológicos que puedan aportar algún dato sobre el origen del
lenguaje: la posición de determinadas partes anatómicas, o la posición del
pequeño hueso hioides. Meras indicaciones que siempre se acercan más al “podría
ser” que a un verdadero “es” con lo cual, de nuevo, nos encontramos con una
misma respuesta. El origen del lenguaje podría ser en determinada fecha
aproximada y asociado a un tipo humano concreto. En muchos casos, por ejemplo,
se especula en torno a la capacidad lingüística del neandertal y las evidencias
materiales fósiles parecen indicar que, bien…, sí, quizás… Seguramente sí
aunque no se puede asegurar… Es decir, nada. Pura especulación. De nuevo
centrémonos en conjeturas.
Especulaciones que han variado a lo largo de los
años y que a falta de enunciados creíbles tienden a aportar algunas teorías que
son lanzadas al espacio público para su discusión y puesta en valor. Así, se
habla de una lengua única y originaria a partir de la cual surgen todas las
demás por los más diversos motivos; otros, sin embargo, consideran que las
lenguas derivarían de fuentes múltiples y espontáneas nacidas en diferentes
partes del mundo y en diferentes poblaciones humanas. Sin embargo, en ningún
caso se especifica la causa última de este origen. Por su parte, algunos
insisten en una teoría basada en la repetición de los sonidos de la naturaleza,
en la expresión de los ánimos y sentimientos y tantos etcéteras como
científicos y lingüistas han abordado este espinoso tema.
Tan sugerente como las teorías en torno al origen es
la proliferación de ideas sobre la última razón de ser de la lengua. Es decir,
qué ha motivado que se haya desarrollado un mecanismo de tal complejidad y tan
exitoso desde el punto de vista evolutivo. Para algunos, se trataría de un
mecanismo de selección sexual. El propio Darwin fue el primero en sugerir esta
posibilidad. Y no es necesario insistir en esta idea, ya que todos sabemos sin
que Darwin nos lo recuerde que tiene más posibilidades de apareamiento quien
maneja a su antojo la labia con discreción y elegancia que aquellos que hacen
gala de caras bonitas y formas musculadas. Para otros, el lenguaje es básico
como instrumento de supervivencia evolutiva. En los primitivos humanos,
aquellos que suponemos que pudieron hacer uso de una habilidad comunicativa
basada en un lenguaje que descansa en el empleo de signos y símbolos, esta
capacidad sería fundamental en el éxito evolutivo al ser transmisor básico de
información entre miembros de un mismo grupo. Incluso, el propio Levi – Strauss,
a través de sus farragosos sistemas de parentesco, considera fundamental el
lenguaje dentro de su compleja idea en torno al tabú del incesto: el lenguaje,
la comunicación verbal, sería fundamental para decir “no”. O incluso, el origen
se basaría en una mentira que aseguraría unas determinadas prácticas sexuales…
Podríamos seguir horas y horas, páginas y páginas… El
origen del lenguaje es una de las grandes incógnitas sin respuesta posible. La
ciencia se encuentra día tras día, siempre que afronta esta problemática, con
un muro infranqueable. No hay nada, no hay respuestas. Sólo ideas, conjeturas,
especulaciones, posibilidades más o menos remotas. En este lodazal de los
orígenes lingüísticos, todo es posible y nada se encuentra cerrado de antemano.
Son las grandezas de la ciencia, precisamente las que nunca se cierran.
Luis Pérez Armiño
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