Autorretrato, 1910, Egon Schiele Sammlung Leopold, Viena - Fuente |
La Viena
de finales del siglo XIX sabía que se aproximaba su fin. Un mundo se
acababa de forma violenta, sacudido por las tensiones generadas por una
modernidad demasiada ansiosa por entrar en una Europa que debía afrontar
los nuevos retos que planteaba una ciencia deshumanizadora que insistía
en privar al hombre de todo aquello que le había convertido en centro
de la creación y que se empeñaba en sustraerle todo viso de divinidad.
El psicoanálisis nacido en la capital austriaca se convirtió en una
nueva forma de comprender el acercamiento a un hombre y una mujer
sujetos a los desajustes propios de los periodos de transición, de esos
momentos en los que descubren su verdadero ser sujeto a la angustia
vital de una existencia sin sentido y cuyo fin no supondrá más que una
oscuridad infinita, la nada más absoluta, el olvido y el vértigo de la
total ausencia de sentido al proceso vital. Los cuerpos mutilados, en
ocasiones deformes y antinaturales, del austriaco Egon Schiele
flotan en superficies vacías en una macabra danza que homenajea la nada
de los fondos de sus dibujos, la nada vital que trasciende a cada
hombre y mujer.
Desnudo femenino con una toalla, 1917, Egon Schiele Colección privada - Fuente |
Desde muy joven, siendo algo torpe para los estudios, demostró una gran habilidad artística. Con dieciséis años ingresó en la Academia de Bellas Artes de Viena para estudiar dibujo. Sin embargo, el ambiente excesivamente conservador de la institución, demasiado ceñida a los imperativos oficiales, provocó que el joven Schiele abandonase la Academia en 1909, fundando con algunos compañeros el Grupo de Arte Nuevo. Esos años de formación clásica explicarían sus primeras obras en las que todavía es evidente un naturalismo que, poco a poco, progresivamente, iría abandonando. En esos años aparece también uno de sus temas recurrentes: los autorretratos. Se pintaba y dibujaba constantemente, en poses y actitudes, dejando entrever el interés por la psiquiatría tan en boga en el momento (artículo de Beatriz Rucabado publicado en El Mundo el 1 de octubre de 2012). Pero siempre era él mismo. Se conservan algo más de cien autorretratos, lo que ha provocado, no sin razón, que muchos críticos considerasen el excesivo narcisismo, casi patológico, del pintor conocedor de su valía. Sin embargo, otros prefieren ver en estas obras el reflejo constante de sus emociones, como señalaba hace tiempo Klaus Albrecht Schröder, director la Albertina, museo austriaco que posee la mayor colección de obra de Schiele, y que presentó una de las primeras grandes retrospectivas del pintor en 2005 (El País, edición del 7 de diciembre de 2005).
Desnudo - Autorretrato, 1911, Egon Schiele Sammlung Leopold, Viena - Fuente |
El inquietante viaje de Schiele, aunque de corta duración, fue de una intensidad asombrosa. Protegido y discípulo de Klimt, partió desde los preceptos de la Secesión vienesa para abandonar pronto sus postulados por artificiosos e iniciar una tortuosa experimentación propia. A partir de ahí, los temas se repiten constantemente, haciendo especial hincapié en el desnudo como punto central que condensa toda su producción. Hombres y mujeres, de carnes demacradas y cruelmente atrapadas en el vacío de unos fondos inexistentes en los que la experiencia humana se ve desbordada por el desolador efecto de la angustia vital ante el vacío. En una sociedad acobardada, demasiado temerosa ante un futuro brutal que pondría punto final con sangre y hierro a un mundo excesivamente complacido en si mismo, Schiele retrata en cada uno de sus desnudos, insistentes hasta la obsesión en la sexualidad más carnal, toda una humanidad ante el precipicio de la destrucción absoluta y la nada.
En apenas tres días, todo el mundo de Schiele desapareció. Consiguió sobrevivir a la brutal primera gran guerra con toda su devastación industrializada y a gran escala. Sin embargo, la enfermedad se llevó por delante su vida a muy temprana edad. Poco pudo disfrutar de su matrimonio, ese que le dio cierta serenidad que pronto encontró hueco en su producción artística, volviendo a las formas relajadas y pausadas, de cierto naturalismo, que caracterizan su última producción. El 31 de octubre de 1918 moría, tres días después de su mujer.
Luis Pérez Armiño
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