sábado, 18 de febrero de 2012

Perdóname, mi hermosa amada


Cuando puedes sentir el dolor de tu amada, como si propio fuera, pero no eres capaz de aliviarla, ni siquiera con palabras, -créeme, también es mio-, le hubiese dicho. Cuando puedes sentir con esa intensidad su sufrimiento, salvaje y cruel, que te golpea la mente y no puedes silenciarlo. Cuando percibes ese lamento intruso que de su cuerpo se traslada al mio. Cuando no eres capaz de hacer algo, por magno ni minúsculo que sea, y que tan solo un instante logre aliviarla. Cuando eso sucede es cuando bajas al infierno. ¡Sí!, yo conozco al Diablo, vino a por mi, castigo a mi cobardía.

Cuando no hay palabras, ni gestos, ni actos, cuando no hay nada que pueda cambiar las circunstancias, lloras, lloras de dolor, de impotencia y de rabia. Consuelo efímero, pues siempre torna la maldición, que te ha elegido y de ahí, nadie escapa. Nunca te lo dije, ni te lo hice saber, me encontraba inútil para describir el padecimiento que te atormentaba. Pero créeme que lo hice mio, aunque fuera desde la distancia. Aunque esto no te alivie, siempre te he llevado en lo más profundo de mi corazón.

Muchos le piden a Dios que haga más llevaderos los dramas. Yo no se rezar, pero lloró, por si con ello te aliviara, que tu dolor se fuese con mis lágrimas, recorriendo la mejilla, cada vez más lejos y al final se evaporara. Hoy he comprendido lo inútil de mi sufrimiento, y aunque jamás creyeras que sentía tu dolencia, mi intento hubiese sido mejor que lo que te ofrecí. Hubieses agradecido tantas cosas, y no hice nada. Moribundo anónimo, que con otro nombre sería el estúpido de las “calzas largas”.

Te mesaba los cabellos mientras dormías, y un profundo sentimiento de ternura me invadía. Era cuando te susurraba, mientras soñabas, lo mucho que te entendía, después el agua cegaba mis ojos y así, incluso, algún día, amanecí. Cuando tus ojos se abrían, los míos se cerraban.

Doble dolor, el de sentirlo y el de no trasmitírtelo, dolor que me atenaza con tal fuerza, de tal forma, que no puedo respirar. Necesito que sepas, después de tanto tiempo, y a través de esto, que no se como llamarlo, que mientras dormías, cuando no llorabas, yo tomaba con fuerza el plañir, como si con ello tu lacrimal secara. Al final, solo dos  almas en pena, la una furtiva, la otra anunciada.
 
Como colofón a mi “gran aventura”, convertí mi existencia en impotencia, que se hace desdén hacia la vida.

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