martes, 28 de febrero de 2012

Si me buscas, me encontrarás


Embriagado por las notas musicales, que armoniosamente fluían, con hechizo y maestría al ser entonadas, comenzó a andar, un indiscreto montaraz. Era un camino pedregoso, pero esclavo de aquel sonido, a él más le parecía una cómoda senda que invitaba a ser recorrida con celeridad, pues al final hallaría el origen de aquellas cálidas notas que le susurraban amor y belleza, calma y paz.

Cuanto más dificultoso se hacía el trayecto, más avivaba el paso, impaciente por alcanzar una meta que no se hacía visible y que atormentaba su curiosidad. En su mente se aparecía la imagen de una majestuosa dama, de curvas perfectas, cabellos dorados y ojos azules como el horizonte celestial. Una dama que suplicaba con su canto un poco de amor, amor que él estaba dispuesto a dar. Así, engañándose, iba poniendo busto y cara a la melodía, olvidando la dificultad del trayecto.

La abrupta orografía había desgarrado sus vestidos y arañado su piel, pero lejos de sentir intención alguna de abandonar, daba rienda suelta a su majadería. ¿Qué hay en este mundo más importante que la belleza? -Yo soy un poeta -se repetía, sin haber hecho una rima en su vida- yo me alimento de sentimientos y pasión- Y así, con esta firmeza, seguía torturando su magullado cuerpo. Pensaba como fundir su “propio arte” con el de la hermosa mujer que ya existía en su mente.

La casualidad quiso ser justa con el pobre curioso, que le dejó observar el origen de aquellos sonidos que le habían enloquecido, antes de resbalar y desandar todo el costoso camino, ahora convertido en un mortal y veloz despeñadero. Así halló su martirio, pues es sabido, que nunca es bueno abusar de la curiosidad.

Al que quede con duda, que con un muerto sirva, le evitaré hacer el camino, con atajos y antes de tiempo. Tan dulces sonidos procedían de tres siniestras mujeres, pálidas y demacradas. La perfecta conjunción de la rueca y el huso que dos de ellas manejaban, creaban un sonido celestial, seductor y mágico. Solo se oyó un sonido discordante, provocado por unas tijeras, que utilizó la tercera mujer para cortar un hilo.

La melodía de la vida hay que escucharla disfrutándola con calma y paciencia, pues el intentar adelantarse al final, lo que único que provoca es que perdamos el magnífico estribillo de existir.

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