Por fin llegó el viajero. A él siempre le esperaban,
curiosos y muy excitados por las nuevas que podría traer. -¿Dime, viejo, que
nuevas contáis?, ¿Qué acontece por los mundos, y qué debemos de saber?-.
-Hermanos,- dijo el viejo – hoy le he visto la cara al
diablo, y me ha enseñado el futuro. ¡Disfrutad, mientras podáis!, pues el final
ronda cerca. Quizás no imaginemos su malévola intención, pues como humanos y
por maldad que cometamos, no somos dignos del Maestro- Tomó resuello y
continuó, con el horror pintado en su rostro- En breve vamos a conocer lo que
es maldad, pues si el humano se guía por intencionalidad, la palabra la inventó
el que nos la va a aplicar.
-¿Tan grave es la situación?, viejo ¿Por qué debemos de hacerte caso?
-Haced lo que creáis justo y debáis -contestó el viejo exaltado- Pero recordad que cuando las
noticias han sido propicias siempre os habéis parado a escucharlas, y ahora que
no lo son queréis ignorarlas. Como se cumpla lo que os
vaticino, lo mismo da lo que opinéis, así pues pensad con justicia o
insensatamente, que de esta no escapáis. Lo único que me duele es vuestro insulto contra mí, solo las buenas noticias son dignas de vuestra atención. Ese miedo
ignorante es dañino.
-Viejo, alguna vez habrás de equivocarte. Alguna vez
habrás de errar en tus pronósticos. Quieran los dioses que sean esta vez cuando
no aciertes, pues nuestra vida, por lo que dices, va en ello-
Contestó el viejo: -Hemos sido malvados y ahora lo
tenemos que pagar con nuestra propia arma, pero utilizada de forma magistral. Vamos
a ser aleccionados en nuestra propia vanidad.
Poco después sobrevino la oscuridad. Fueron días movidos
para el barquero del Aqueronte, aquel que le dicen Caronte. La intención humana
no es suficiente para superar al que dio el nombre a la palabra maldad. No
hubo piedad ni para los niños, pues por eso se define el mal. Tan solo, a modo
de muestra, un pequeño brote verde quedó sin arrasar. Señalando el lugar donde
una vez hubo vida, ahora, solo, esterilidad.
El humano sigue creyendo lo que quiere, y le cuesta
afrontar su realidad. Siempre intentando luchar contra el destino, jugando a
ser divinidad. Es posible que sea porque el bien más preciado que tiene un
hombre es su vida y desprenderse de ella nunca es fácil. Pero hay cosas con las
que no se puede luchar.
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